Una historia, un olvido... el discurrir invisible de lo que existió y se desconoce

Este espacio pretende entender la historia como una disciplina que proporciona, tanto la información como los instrumentos necesarios para conocer el pasado, pero también como una herramienta para comprender al "otro", a nosotros mismos y a la sociedad del presente en la que interactuamos.

Conocer la historia de los gitanos españoles es esencial para eliminar su invisibilidad, entender su situación en la sociedad y derribar los estereotipos acuñados durante siglos.

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sábado, 24 de septiembre de 2022

EL PALACIO DE CARLOS V EN LA ALHAMBRA, PRISIÓN DE MUJERES Y NIÑOS GITANOS EN 1749

La etapa de exploración y peregrinación

La primera referencia documental de la presencia gitana de lo que hoy es España, se remonta a 1425, fecha en la que el futuro Alfonso V de Aragón otorgó en Zaragoza un salvoconducto a Juan de “Egipto Menor”. Desde entonces, diferentes grupos de egipcianos y posteriormente de grecianos, bajo la dirección de un autotitulado conde o duque, deambularon por los reinos de Aragón y Castilla gozando de su condición de peregrinos camino a Santiago de Compostela.

Con el tiempo, estos grupos encaminaron su exploración hacia el sur peninsular a través de Castilla, para bordear la frontera granadina y alcanzar las tierras del Bajo Guadalquivir y las levantinas del sur. En Andalucía, la noticia más antigua se remonta al 22 de noviembre 1462, cuando los condes Thomas y Martín, por su condición de nobles y peregrinos, fueron agasajados espléndidamente en Jaén por el condestable Miguel Lucas de Iranzo, quien ocho años más tarde volvería a ofrecer igual recibimiento al conde Jacobo del “Pequeño Egipto”, esta vez en su residencia de Andújar.

Desde estas fechas la presencia de los gitanos en tierras andaluzas comenzó a ser continua, pero al mismo tiempo, poco deseada por campesinos y ganaderos, quejosos de los daños que hacían cada vez que una caravana levantaba su campamento en sus tierras. Los Reyes Católicos inmersos por entonces en una política de homogenización política y religiosa, ante las reiteradas quejas y convencidos de que la presencia gitana en sus reinos iba a ser permanente, decretaron en 1499 la expulsión de todos aquellos que no tomaran señor y oficio conocido.

Desde esta fecha, los gitanos que permanecieron y que se mostraron reticentes a perder su identidad y costumbres, quedaron expuestos a todo tipo de penas por contravenir las diferentes leyes que se promulgaban, en el intento de lograr su asimilación al resto de la población.

Tras varios reinados de la casa de Austria, en los que se siguieron dictando nuevas leyes represivas, accedieron los Borbones al trono español, sin que el acoso legislativo desapareciera, ni aún menos aminorara, puesto que a partir de 1717 se impulsó una política antigitana basada en vecindarios cerrados, de los que se les prohibió salir sin licencia de sus justicias. Una medida, que no obstante, no fue suficiente para el Consejo de Castilla, empeñado en emprender la solución final a través de un proyecto de expulsión. Un plan que finalmente acabó derivando en julio de 1749, en uno de exterminio biológico; constituyendo su inicio, las dos grandes redadas de julio y agosto de 1749, por las que fueron presas sin más justificación que el mero hecho de ser gitanas, unas nueve mil personas, 6.500 de ellas en Andalucía.

 

La redada del 30 de julio de 1749 en Granada

La operación de captura proyectada por Ensenada fue muy meticulosa. Con anticipación dispuso las órdenes para cada uno de los destacamentos militares que habían de realizar la redada conjuntamente con las justicias locales, a fin de que la operación se desarrollara en un mismo día y a la misma hora.

En el caso de la ciudad de Granada donde se estimaba la existencia de 32 familias gitanas, el brigadier Manuel Morón fue el designado para emprenderla al mando de cuatro piquetes y 50 soldados de caballería. De esta forma, compuestas las partidas con las instrucciones y los listados de las personas sobre las que se debía de actuar, dio comienzo la operación a las doce de la noche del 30 de julio de 1749, momento en que se prendió y sacó de sus hogares a todos los gitanos y gitanas que pudieron encontrar, los que una vez separados por sexos y edad, fueron conducidos a la Alhambra. Una vez en ella, los varones mayores de 7 años fueron recluidos en la alcazaba; en tanto las mujeres con las niñas y los niños menores de 7 años, quedaron en el patio del palacio de Carlos V, también conocido como el “patio redondo”.

En casi su totalidad, los gitanos y las gitanas no hicieron resistencia alguna. Sólo cuando se procedió a separar a los miembros de las familias, los gritos, los llantos y los forcejeos fueron inevitables. De la actitud no violenta de los capturados da idea el hecho de que en muchos lugares, aquellos que habían logrado huir fueron presentándose días después, bien por querer estar con sus familiares aprehendidos, bien por creer que la medida sólo afectaba a los contraventores de las pragmáticas.

 

La Alhambra, centro de concentración de los gitanos y gitanas del reino de Granada

En total fueron presas esa madrugada, un total de 183 personas: 50 varones mayores de 15 años, 69 mujeres del mismo intervalo de edad, 41 niños y 23 niñas. A ellos se les fueron sumando varias remesas, hasta que una vez alcanzado el suficiente número de presos, se comenzó a remitirlos con destino a Málaga. El primer envío tuvo lugar el 7 de agosto, día en que por orden de Ensenada, salieron hacia la capital malagueña, un total de 139 varones mayores de siete años, para su posterior remisión a La Carraca, ya que el marqués había decidido ocupar a los hombres en los trabajos de los arsenales como forzados. Cuatro días más tarde, 261 mujeres y niños emprendieron una nueva marcha hacia Málaga, localidad destinada por el ministro como centro de reclusión de las gitanas andaluzas.



La Alhambra, hasta el 6 de octubre de 1749, fecha en la que recibieron a las 111 personas remitidas por el gobernador de Almería, albergó a un total de 718 personas gitanas: 419 mujeres de todas edades y niños mayores de siete años, más 299 varones mayores de esa edad, constituyendo el 7 de agosto de 1749 el día de mayor concentración con 373 personas gitanas presas.

Ya desalojado el contingente gitano de la Alhambra, en marzo de 1750 quedaban olvidadas en la cárcel real de Granada, un total de 16 personas: cinco varones mayores de siete años que habían sido declarados inútiles para los trabajos de los arsenales, dos niños menores de siete años, una niña menor de cinco años, otras dos de edades entre los cinco y diez años, y seis mujeres de 15 y más años, a las que se les calificaba de “útiles”.

 

El final del cautiverio granadino

A las numerosas quejas y dudas suscitadas tras la redada del 30 de julio, se unió el malestar del propio monarca por haberse ejecutado una medida tan desproporcionada. Convocada una nueva reunión de la Junta de Gitanos, se acordó reconducir el proyecto de “exterminio” sólo para aquellos que hubieran contravenido las pragmáticas. De esta forma, por instrucción de octubre de 1749 se mandó liberar todos aquellos que acreditaran su buena forma de vida. En caso contrario, quedaban retenidos en conformidad del capítulo sexto de dicha Orden.

Los destinos de todos aquellos que quedaron recluidos, Ensenada los distribuyó en función de su capacidad laboral: los hombres mayores de siete años considerados útiles se remitieron a los arsenales, en tanto a los menores de esa edad se les permitió permanecer con sus madres hasta cumplir dicha edad, momento en el que debían pasar a las maestranzas de los arsenales para aprender algún oficio.

La injusticia cometida hacia unas personas condenadas sin delito ni juicio, se mantuvo a la hora de aplicar el artículo sexto de dicha Orden, pues el procedimiento empleado fue desacertado y nada equitativo. Intendentes, carceleros y otros muchos responsables de su custodia así lo señalaron. Así lo hizo el intendente de Granada al solicitar en abril de 1752, la libertad de las mujeres y niños que aún permanecían en esa ciudad, ya que en su opinión habían tenido suficiente “escarmiento para en lo sucesivo”, ya que era solo cuestión de humanidad el remediarlo, pues sin familia y sin medios económicos, no habían conseguido “justificar lo necesario para su libertad”. Ensenada fue inflexible y ordenó enviarlos a Málaga junto a las demás mujeres.

Remitidas todas aquellas personas que no lograron acreditar lo dispuesto por la disposición del 28 de noviembre de 1749, pasaron a los destinos definitivos previstos por Ensenada, en los que permanecieron más de quince años, hasta que en julio de 1765, Carlos III les concedió el indulto que había propuesto hacía más de una década, el duque de Caylus, Capitán General del Reino de Valencia. El daño producido era ya sin embargo, incalculable, pues causó una profunda brecha entre ambas comunidades y acentuó la pobreza y la marginalidad de un grupo social étnico-cultural que prácticamente en su totalidad se hallaba asentado y en proceso de completa "integración" social y económica.

 


FUENTES: Archivo General de Simancas, Tribunal Superior de Cuentas, leg. 863.

MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel (2014).Los gitanos y las gitanas de España a mediados del siglo XVIII. El fracaso de un proyecto de “exterminio” (1748-1765), Almería: Universidad de Almería.

NOTA: Artículo publicado en la revista Alhóndiga, nº 28 (septiembre/octubre 2021), pp. 40-42.

FORZADOS GITANOS GRANADINOS CONDENADOS A GALERAS (1689-1748)

Las galeras, además de su función militar, tuvieron un papel fundamental dentro de la historia penitenciaria española, sobre todo en su faceta de utilitarismo estatal de las condenas, a fin de suministrar remeros forzosos con los que paliar la escasez de remeros voluntarios. Para hacer legar este abuso, el 31 de enero de 1530, Carlos I facultó a las diferentes justicias del reino, para conmutar penas corporales por la del servicio al remo sin sueldo, aumentando así, las causas por las que las justicias podían sentenciar al remo.

Muchos y muy variados tribunales fueron los que tuvieron en su mano, los destinos de los hombres a quienes condenaron: alcaldes de Casa y Corte de Madrid, corregidores, alcaldes mayores, adelantados, jueces de rentas de tabaco, inquisidores…, pero lo fueron sobre todo, los alcaldes del crimen de chancillerías como la de Granada; quienes en mayor medida, destinaron aproximadamente, dos tercios del total de los forzados rematados al remo. Un abrumador contingente que se explica por el hecho de que, casi todos los que eran sentenciados, recurrían en primera instancia su condena, siendo las chancillerías donde se dictaban las sentencias definitivas.

Entre los destinados a galeras, tanto en la época de los Austrias, como en la de los Borbones, nunca faltaron los gitanos, especialmente desde 1539, cuando se estipuló este destino penal para los gitanos varones de edades comprendidas entre los 20 y los 50 años, en una proporción que suponíaalgo más del 6 % del total de los forzados de la chusma de galeras, superando incluso el 10%, como consecuencia de la publicación de pragmáticas y órdenes de captura contra gitanos, tal como ocurría en 1572 y 1639.

Los libros de galeras, actualmente custodiados en el Museo Naval de Madrid, nos permiten conocer entre 1639 y 1748-año en que se extinguió la pena de galeras en su primera época-, sus identidades y características personales, las causas por las que fueron condenados y otras peculiaridades ocurridas durante su servicio al remo, como: fugas, libertades y muertes. De estos años, tomamos como referencia el periodo comprendido entre 1689 y 1748, pudiendo identificar a un total de 34 forzados gitanos que manifestaron ser naturales de la ciudad de Granada; un número que podría ser mayor, si en los asientos se incluyera información sobre la vecindad.

Entre los galeotes gitanos que merecen destacarse, podemos citar a Juan Moreno, también conocido como Juan de Montoya, al que se le aplicaron dos condenas: una de seis años que por causa de hurtos se la impuso por la Chancillería granadina; y otra de cinco años que le impuso el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición por causa de Fe. En total, once años que hubo de cumplir hasta alcanzar la libertad el primero de octubre de 1700.Salvador de Vargas Rincón, porsu parte, condenado por los alcaldes de la ciudad de Granada a sólo dos años de galeras, a causa de haber quebrantado la Pragmática de 1695, por circunstancias que desconocemos por haber desaparecido parte del folio donde constaba, acabó cumpliendo ocho años más de los que les correspondía, posiblemente por alguna recarga durante su estancia en galeras, ya que habiendo entrado en ellas el 17 de junio de 1709, fue puesto en libertad en el puerto de Cartagena el 19 de octubre de 1714. Otro detalle interesante lo hallamos en Lázaro Nofro, quien en 1720 fue condenado en diez años de galeras “por heridas que dio a una gitana”, un delito que en aquella época solía ser aplicado con la mayor rigurosidad, puesto que este periodo de tiempo era el máximo que se podía imponer.

Aunque el destino de galeras, junto al de minas de Almadén, por su dureza tenía un alto porcentaje muertes, hubo quienes habiendo recalado en ellas en dos ocasiones diferentes, lograron sobrevivir y alcanzar la libertad. Francisco Cortés, que contaba con 30 años al comenzar su segunda condena el 17 de abril de 1733, fue uno de ellos; en esta ocasión, sentenciado por la Chancillería de Granada, a seis años de galeras por hurto de dos pollinos. Junto a Francisco, ingresó el mismo día, Francisco Antonio Alonso, condenado por el mismo tribunal a “diez años de galeras, que no quebrante pena de la vida, y cumplidos, no salga sin licencia de ellas, por causa de muertes y hurtos en Sierra Morena”. Un tiempo que no estuvo dispuesto a cumplir, pues a pesar de que las galeras, constituyeron la institución más segura de la historia penitenciaria, logró fugarse la noche del 3 de septiembre de 1739, cuandola galera Santa Teresase hallaba en el muelle de Barcelona. Durante unos cuantos años gozó de libertad bajo la identidad de Pedro Serafín, pero vuelto a ser condenado a galeras en 1744, fue reconocido, por lo que una vez suprimida la pena de galeras, fue enviado el 27 de abril de 1748 al presidio de Orán, para acabar allí el tiempo que le faltaba por cumplir.

Igual suerte sufrió Manuel Quirós, quien tras cumplir una condena de seis años en cuatro de mayo de 1746, volvió a empuñar el remo un año más tarde para consumir otros seis años, a los que le condenó la Chancillería por hurtos y contravenir a las pragmáticas. Ya en galeras, hubo de cumplir otros dos años por haber vendido su vestuario de forzado, debiendo pasar el 22 de junio de 1749a Orán, donde quedó retenido tras cumplir su condena, en conformidad de la Real Orden del 5 de julio de ese año, por la que se dio inicio al proyecto de extermino de la etnia y forma de vida gitana.

Analizando los asientos de los libros de galeras, la edad media de los forzados gitanos rondó los 29,7 años. En cuanto al tiempo de condena: el 48,3% lo fue a seis años, el 27,6 a cuatro, el 13,8 a ocho años y el resto a penas de dos y diez años. Respecto a los delitos, el 41,4% lo fue por hurto, principalmente de caballerías, por contravención a las pragmáticas el 31%;y el resto, por posesión de armas prohibidas (2), heridas (2), muertes (1) y por diferentes “excesos” (2). Por último, podemos decir que el 72,4% lograron alcanzar la libertad, mientras el 24,1% falleció durante su estancia en galeras. Sólo de un forzado desconocemos su suerte final, ya que hubo de consumir el tiempo que le faltaba en el presidio de Orán.

En cuanto a los galeotes no gitanos, los hay de muy variado origen social. Del esclavo Ginés de la Cruz, se dice que no conoció padre y que era mulato, aunque sus rasgos inducen a la confusión, pues se le describe como un hombre alto, blanco y con nariz respingada. Fue condenado por los alcaldes del Crimen en 200 azotes y a ocho años de galeras, “por causa de haber perdido el respeto a su amo el marqués de Villa Alcázar […] y haber querido forzar a una criada de dicho marqués, estar amancebado, andar vagabundo y hurtar diferentes alhajas”. Hombres libres eran Baltasar de Arévalo, de sólo 20 años, quien entró en galeras el 30 de abril de 1726 por haber sido condenado por la Inquisición de Granada a cinco años de galeras por causa de Fe y Judaísmo; Sin embargo, fue Luis Fernández, alias el Renegado, quien presentó uno de los historiales más llamativos.  Su periplo penal comenzó cuando fue condenado por la Chancillería granadina a 200 azotes y diez años de galeras, con una nota de retención para que no saliera de ellas sin licencia de dicha sala, por causa de habérsele hallado culpable de diferentes “hurtos y resistencia a la justicia”. Empezó a servir al remo el 29 de septiembre de 1735, cargándosele dos años más por la fuga que ejecutó estando en la prisión francesa de Cony, el día 20 de septiembre de 1743, cuando se conducía la chusma por tierra desde Tolón a Barcelona, a causa de haber sido incendiadas por los ingleses, las cinco galeras que se hallaban en Saint Tropez durante la Guerra de la Oreja de Jenkins. Cumplida su condena, el 30 de diciembre de 1747 se le dio certificación para solicitar a la Sala de Granada su libertad. Sin embargo, hubo de reiterar su petición el 10 de septiembre de 1748, para quedar libreel 18 de diciembre, cuando se hallaba en Cartagena sobre el buque de la antigua galera Capitana, cuando la pena de galeras ya no existía y haber superado en más de tres años su sentencia original.

Fuentes:

Archivo del Departamento Marítimo de Cartagena, Libros Generales de Forzados, 19, 20, 21, 22, 23, 24 y 25.

MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel (2011).Los forzados de Marina en la España del siglo XVIII, Almería: Universidad de Almería.


NOTA: Artículo publicado en la revista Alhóndiga, nº 33 (julio/agosto 2022), pp. 16-17.