Elogio al gitano Celestino Batista
Ha
salvado a diez personas de perecer ahogadas y su gesto debe ser recompensado
por la Sociedad
Si ustedes van a Blanes y preguntan por
Celestino Batista Mora, el gitano, todo el mundo sabrá darle razón de su
domicilio. Yo creo que incluso los extranjeros lo conocen. Celestino es un
hombre con el físico de un luchador. Alto, quizás llegue al metro noventa,
anchas espaldas, bien proporcionado. Vive con su mujer y dos hijos, en una casa
enclavada en el barrio del Sabanell, cerca del mar. Este hombre hace unos días
saltó al plano de la actualidad por haber salvado la vida a un holandés,
dándose la circunstancia que era el noveno salvamento que efectuaba en el
transcurso de unos pocos años. Indudablemente, Celestino es noticia y de las
buenas. Empero, él, no le da importancia a la cosa. Vean como se expresa:
—Exactamente no sé si son nueve o diez los
que he sacado del agua.
—¿Quién le ha adiestrado en salvamentos?
—Nadie. Todo es cuestión de llegar a tiempo.
-
¿Y no
ha pasado jamás apuros?
—Hasta ahora, no señor.
—¿Recuerda especialmente algún salvamento?
—Más o menos siempre es lo mismo. Una persona
debatiéndose contra las olas que lucha por mantener la cabeza a flote; los
brazos se mueven sin orden ni concierto; las manos se crispan como si quisieran
agarrarse al aire...
—¿Gritan...?
—No, no pueden, pues se les llena la boca de
agua. Deben pasar un mal rato. —¿Algún salvamento especialmente dificultoso?
—El año pasado fui a sacar a una chica y
cuando la estaba arrastrando noté que agarrada a sus pies y sumergida dentro el
agua iba otro cuerpo. Los saqué los dos y resultaron ser dos hermanas mellizas
de Tordera. Una había ido a salvar a la otra y, lo que pasa en estos casos, por
poco se ahogan las dos.
—¿Tiene mucha fuerza una persona cuando se
está ahogando? —Muchísima más que la normal.
—¿A qué se deben sus repetidos salvamentos?
—Pura coincidencia. Cuando veo el mar que
está más movido de la cuenta, espero lo peor. Rara vez falla. Algún bañista
demasiado intrépido se adentra y luego no puede regresar.
—¿Y usted en su búsqueda...?
—Es de obligación hacerlo.
—Su último salvamento fue un holandés, Mr.
Joseph Maydet...
—Sí, y recuerdo exactamente cómo fue la cosa.
Aquel día yo tenía descanso en la barca y hacía unas horas en una obra cercana
a la playa. De repente vi como a unos 20 metros de la arena a un hombre dando
grandes brazadas en dirección a tierra, pero no avanzaba porque la corriente le
impulsaba mar adentro. Llegó una ola gigante, lo alzó al aire y lo empujó
violentamente contra la arena. El golpe debió ser muy fuerte, pues quedó
conmocionado y flotando vi cómo se adentraba de nuevo hacia el mar. Un minuto
más y hubiese sido tarde. No vacilé. Vestido me lancé y lo saqué. Le hicimos
respiración artificial y al poco rato reaccionó. Luego vimos que tenía los
dientes rotos a consecuencia del golpe contra la arena.
—¿Son agradecidas las personas que salva?
—Sí, todas me han dado las gracias.
—¿Y nada más...?
—Jamás he aceptado dinero. El señor holandés
quería darme una recompensa y casi se enfadó cuando le dije que no podía
aceptarla.
No quiero dinero, pues no salvo a las
personas por negocio.
Así
es y así habla Celestino. Un gitano nacido en Canet de Mar y que llegó a Blanes
cuando apenas tenía dos años. Tiene 35 años y un corazón que no le cabe en su
enorme cuerpo.
Este
hombre que ha salvado, arriesgando su vida, a diez personas, hasta la fecha
permanece en el anonimato. A veces la sociedad es ingrata para con sus
semejantes. El no se queja, y se sorprendió cuando fuimos a visitarle.
Creemos que es llegado el momento de que la
Sociedad salde su deuda y de que públicamente se reconozca su servicio y su
bondad. Celestino jamás ha pedido ni aceptado nada; somos nosotros quienes
debemos dar el primer paso. Es el Ayuntamiento de Blanes quien debería
interesarse cerca de la superioridad para que, como mínimo, Celestino pudiera
lucir sobre su robusto pecho la Medalla del Salvamento. Rescatar diez vidas,
del mar no es cosa corriente.
COMENTARIO:
La historia del
Pueblo Gitano en España está escrita principalmente sobre un conjunto amorfo de
miembros de una etnia y cultura. Igual se ha venido haciendo desde los medios
de comunicación, donde la individualidad, cuando se destaca, lo más usual es
para señalar aspectos negativos, que finalmente acaban extendiéndose al total
de la comunidad gitana. Es decir, el gitano o gitana que hace algo positivo y
digno de alabanza, su acción queda ahí, en su persona, no trasciende al grupo;
en cambio, cuando hace algo mal, ya no se habla de un gitano, se habla de los
gitanos, estigmatizando y deshumanizando como se ha venido haciendo desde el
siglo XV.
Entre los muchos casos de gitanos que han dado muestras
de aspectos positivos en su comportamiento o que han sobresalido por su
fortaleza de ánimo, por falta de espacio sólo hablaremos de unos pocos gitanos
y gitanas que han destacado, y que creemos son representativos para cumplir el
objetivo de esta publicación.
Sorprende
mucho, pero apenas se investiga, la participación de los gitanos en los Tercios
de Flandes. Cientos, puede que más de un millar de combatientes gitanos lucharon
en los Tercios en diferentes escenarios: Granada, Italia y Flandes. Muchos de
sus nombres han salido a la luz: Rodrigo Belardo; Santiago, Pedro, Francisco, Juan, Alonso y
Salvador Maldonado; Antonio de Malla,
Baltasar de Bustamante, Baltasar de
Rocamora, Juan de Montoya, Andrés de Flores y Marcos de Flores; Carlos de Bustamante, Francisco del Campo, Gaspar de
Ribera Baltasar Montoya, Juan de la
Calle, Sebastián de Soto, Santiago Maldonado, y así un
largo etcétera de soldados anónimos que sufrieron en su cuerpo todo tipo de
heridas, cuando no la muerte, sirviendo a unos reyes que no dejaron de acosar
legislativamente a su pueblo.
Otros, como el sevillano Bartolomé Jiménez, dieron muestras de fortaleza y ejemplo de superación para sobrevivir a la adversidad. Es uno de los pocos forzados de galeras que lograron salir con vida de dos condenas al remo; la última, de diez años, impuesta por la Audiencia de Sevilla. Una pena que se imponía en numerosas ocasiones por el solo hecho de ser gitano y que prácticamente equivalía a una sentencia de muerte, por agotamiento, enfermedad o hundimiento de la galera en una tempestad o en batallas como Lepanto, donde para mayor gloria de España murieron tantos forzados y esclavos, cuyos nombres solo los conoce el fondo del mar.
Bartolomé no fue el único,
también lo consiguieron entre otros Juan de Heredia, Sebastián de Heredia
Bustamante, Juan Descós, Francisco Cortés, Francisco de Flores, Vicente
Munerris, José Escudero, Miguel Pubil y probablemente muchos más, pues el
estudio no abarca completamente toda la etapa de galeras.
Ejemplos de
lealtad y obediencia hacia su rey hay pocos casos. Uno de ellos fue
protagonizado por los gitanos de Vélez Málaga en los instantes iniciales de la
redada de 1749 que acabó desembocando en un proyecto de exterminio –lo que hoy
en día llamamos genocidio-. Sabedores que en otros lugares se estaba
produciendo la prisión generalizada de su población gitana, en lugar de huir,
decidieron presentarse ante el asombro de los soldados y encaminarse
voluntariamente a la cárcel de dicha población sin ofrecer ningún tipo de
resistencia, pues según manifestaron que «ya
sabían se les habían de prender, y que desde luego venían a que S.M. les mandase donde había de ir». Una lección que resonaba desde hacía
siglos en el Cantar del mío Cid, en su verso veinte: «¡Dios, qué
buen vasallo, si
tuviese buen señor!». Desde luego, Fernando VI dejaba mucho
que desear.
Mayor
invisibilidad y olvido se produjo no obstante en el caso de las mujeres gitanas,
ejes vertebrales de la sociedad gitana, transmisoras de su cultura y soportes
de la unidad familiar cuando el hombre faltaba. Su valentía y decisión
recorrieron los polvorientos caminos que llevaban a los puertos donde se
hallaban las galeras, a las minas de Almadén o a los arsenales donde penaban
sus padres, maridos y hermanos. Polonia de Torres y Magdalena de Malla son dos
ejemplos de estas mujeres gitanas, que debieron no solo evitar los peligros de
ir solas por los caminos, sino también, sortear la acción de cuantas justicias celosas
en el cumplimiento de las leyes antigitanas, o bien, para aprovechar la ocasión
conseguir otros fines menos legales.
La reclusión separada de hombre y mujeres durante el proyecto de exterminio, dio ocasión para muchas historias, episodios que hablan de lucha por lograr el valor más valioso del ser humano, además de la vida; hablamos de la libertad, algo que quisieron recuperar los gitanos y gitanas de mediados del siglo XVIII por cuantos medios tuvieron a su alcance, con tanta persistencia como la que empleó Rosa Cortés, una heroína almeriense que, que con paciencia y un simple clavo, logró abrir un boquete por el que escapar de su encierro en la Casa de Misericordia de Zaragoza junto a decenas de compañeras que compartían su misma suerte.
Tampoco los hombres desistieron de este empeño, y a
cientos lograron evadirse de los arsenales donde fueron encerrados, en los que con
su trabajo forzado, consiguieron hacer realidad el plan ensenadista que hizo
recuperar a España el rango de potencia mundial en aquella época. Una de estas fugas,
en la que se revela el amor a su tierra y familia, estuvo protagonizada por dos
almerienses en 1761: Francisco de Malla
y Sebastián Aguilera. Ambos atravesaron la península
en una aventura de más de mil kilómetros desde el arsenal de El Ferrol, en La
Coruña, hasta que apenas le faltaban un centenar de kilómetros fueron
aprehendidos en Poyatos -Jaén- y enviados a La Carraca -Cádiz-, para ser
devueltos al arsenal gallego.
Otros, tuvieron la oportunidad de demostrar su buena
condición como persona y el reconocimiento de su comunidad. Pocos hombres como
Estanislao García, conocido por el Gitano de Rasueros, fueron llorados tanto
por gitanos como payos en su entierro -la prensa refiere que asistieron más de
1.500 personas-. Un personaje que según la prensa «había
alcanzado en todo aquel país -Castilla la Vieja- grande y honrosa celebridad
por su caridad inagotable», y que
en el momento de su fallecimiento en 1858, perdonó «todo cuanto tenía prestado a los pobres labradores».
Podríamos hablar
de muchos más, algunos tan recientes como los gitanos veratenses que lograron
evitar una violación, o la de dos gitanos que impidieron en 1889 el secuestro
de un niño atrapando al delincuente, para que finalmente, la gloria se la
llevara la Guardia Civil, sin que sus nombres ni siquiera se publicaran en la
prensa como reconocimiento a su acción.
Centrándonos en
Celestino Batista, un gitano hecho con una pasta especial, que en los años
sesenta del siglo pasado, arriesgó su vida para salvar una decena de personas
sin esperar nada a cambio, hallamos en él, el ejemplo de esa invisibilidad y el
de una vida silenciosa, que sólo pretende «vivir
una vida tranquila, pacífica, trabajar, comer y felicidad», tal como Antonio Nieto se expresó en el documental Yo me acuerdo. Gitanos aragoneses en la
Guerra Civil española. Gitanos que sin estridencias ni ambición por conseguir fama y
dinero, han venido aportando suficientes méritos para convertirse en ejemplos
de vida para los gitanos de hoy en día, como referentes de una individualidad
positiva, que la sociedad mayoritaria condena al olvido.
Hablan de mi abuelo
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