CERVANTES,
AZOTE DE LOS GITANOS
Con
todo el respeto que merece el autor que parió El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, quizá el mejor
escritor del Siglo de Oro español, el pueblo gitano no puede por menos que
recordar el gravísimo daño que le ha hecho, al erigirse junto a sus coetáneos
arbitristas, en uno de los mayores responsables de la divulgación de un estereotipo negativo, que los estigmatizó y los convirtió en perennes presuntos
delincuentes.
Cervantes muestra
una posición desfavorable hacia la comunidad gitana, insertando su creación
literaria dentro de la propaganda antigitana de su época. Sea por convicción,
sea porque pretendió dar a su público lo que querían leer u oír, Cervantes
acabó consolidando el arquetipo del gitano fuera de la ley, en el que el robo y
el engaño formaban parte de su propia esencia como personas.
Las razones
de esta predisposición hostil puede que se deba en gran parte, de la tradición
humanística, dentro de la cual Luis Vives contemplaba al gitano como un peligro
social. No obstante, en Cervantes confluye una circunstancia aun más cercana.
No se trata ya de su presumible ascendencia judía, sino de algo que no puede
ocultar y está a la vista de todos: la existencia de una prima gitana, con la que parece no tuvo una estrecha relación. Posiblemente se avergonzó de dicho parentesto, y quizá, queriendo poner tierra por medio, atacó con ferocidad a los gitanos de su época, para lavar a su manera esta “mancha” familiar, delimitando claramente su posición ante la comunidad gitana.
La obra de
Cervantes ha contribuido a la infrahumanización del gitano, presentándolo como
una amenaza para la sociedad, describiéndole sin valores positivos, como personas defectuosas y dignas de castigo.
LA
LITERATURA ANTIGITANA DE CERVANTES
Miguel de Cervantes fue el autor español más prolífico, tanto
a la hora de incorporar personajes gitanos en sus obras como en emplear un gran repertorio de prejuicios contra ellos . Su obra antigitana más importante es La gitanilla, incluida en sus Novelas
Ejemplares, a la postre, la que mayor repercusión ha tenido a través del tiempo, fuente de inspiración tanto para autores contemporáneos como Solís y
Montalbán, como posteriores, caso de Víctor Hugo en El Jorobado de Nôtre Dame. Avales literarios que magnifican aun más
esta obra literaria. No debió ser una casualidad que abriera la colección de
novelas publicada en 1613. El mismo Cervantes, consciente del valor de su
creación destacó ser el primero en haber novelado en lengua castellana. Una obra en la que colocó La gitanilla, como como gancho para atrapar al lector y animar a seguir las demás novelas. Así, partiendo de una
trama picaresca, el lector continúa su lectura para terminar llegando al bloque de novela amorosa El tiempo le daría la razón de su acierto.
Aunque autores como Avalle-Arce ven en Cervantes una “simpatía cordial” hacia los gitanos,
especialmente en los aspectos los caracterizaban respecto a su vida natural y
bucólica. Una estrategia que hace atenuar los aspectos más controvertidos, en particular “sus
hurtos y latrocinios”. La verdad es que, aun a pesar del “parece” que
coloca al comienzo de su diatriba, Cervantes se comporta implacable desde el
primer momento. Sabía muy bien lo que quería el público, y para triunfar sólo
tenía que echar la carnaza. No es de extrañar pues, que nada más comenzar la
obra pusiera desde el primer momento la pluma en la llaga:
“Parece que
los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen
de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones; y,
finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo, y la
gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no
se quitan sino con la muerte”.
Los términos peyorativos son tan rotundos que le permite
contraponer las naturalezas humanas de gitanos y castellanos, al asegurar que aquellos llevaban en su genes, toda su inclinación hacia el robo. Es aquí donde Preciosa no
encaja, pues no forma parte de esta naturaleza tan imperfecta, algo que hace
despertar el interés de los lectores y hacer sospechar que no es gitana en
realidad. Es en este momento cuando se plantea el arquetipo de gitano raptor de
niños.
La naturaleza honrada de Preciosa es tan buena como la de Don
Juan de Cárcamo, por ello, en su enamoramiento accede a la petición de Preciosa
de cambiar su nombre por Andrés Caballero, lo que no deja de ser significativo,
pues intenta en todo momento hacer honor a su nuevo apellido. También en este
punto se hace presente la creencia popular de que muchos de los que andan con
gitanos no lo eran. Cervantes aviva esta creencia, machaconamente expuesta por
los arbitristas de su época, y describe el proceso de gitanización de Juan de
Cárcamo a través de varias pruebas: primero mediante el cambio de nombre, con
lo que la persona y el status social de Juan muere para renacer como el gitano
Andrés. La siguiente prueba consistía en la demostración de su valía como
ladrón, ejercicio para el que se le aconsejaba no permitiera “la entrada a
la caridad en sus pechos”, pues en
caso de tenerla “habían de dejar de ser ladrones”, llo que le impediría
ser gitano.
Junto a la ficción literaria, Cervantes introduce algunas
referencias interesantes respecto a sus relaciones con el resto de la sociedad.
Una muestra del gran conocimiento que tenía el escritor sobre su modo de
desenvolverse, se refiere a la fianza que debían entregar al llegar a un pueblo
para garantizar que no harían ningún hurto en él, ni en sus inmediaciones.
Costumbre que se derivaba de la desconfianza vecinal hacia su presencia por la
fama de ladrones que tenían. Cervantes deja bien claro que el compromiso de
estos grupos se reducía a la población en que se asentaban, por lo que las
jurisdicciones de pueblos cercanos no quedaban libres de robos. Acabada su
estancia y habiendo cumplido el pacto, recuperaban su fianza.
Esta
presunción de culpabilidad y su fama de ladrones, la escenifica Cervantes en
una trama donde la venganza es protagonista. En el episodio final, estando en
el Reino de Murcia, la “La Carducha”, en su despecho, pretende vengarse de
Andrés ante su indiferencia. Denunciado, Cervantes pone en boca del alcalde y
un soldado unas duras palabras. El primero, como representante de la justicia realiza “mil
injurias a Andrés y a todos los gitanos, llamándolos de público ladrones y
salteadores de caminos”. Seguidamente, un soldado, vecino del alcalde, le
impreca:
“¿No veis cuál ha quedado el gitanico podrido
de hurtar? Apostaré yo que hace melindres y que niega el hurto, con habérsele
cogido en las manos; que bien haya quien no os echa a galeras a todos. ¿Mirad
si estuviera mejor este bellaco en ellas sirviendo a su Majestad, que no
andarse bailando de lugar en lugar y hurtando de venta en monte”.
En
este fragmento subyace, no ya el estereotipo de ladrón, sino también en el de
vago, la de un ser improductivo, merecedor de la pena de galeras. Algo que en
aquella época se había convertido en una práctica usual, basta recordar las
redadas de gitanos varones de 1571 y de 1639.
Cervantes,
a pesar de tan categóricas palabras, abandona la generalización el
particularismo al mencionar la existencia de gitanos “caritativos”; si bien, lo
hace porque “aun entre los demonios hay
unos peores que otros, y entre muchos malos hombres suele haber alguno bueno”.
Sólo es digno entre la forma de vida de los gitanos, su existencia libre y
armónica con la naturaleza, muy en consonancia con el tema pastoril. Es
entonces cuando la vida del “demonio” gitano recibe un tratamiento, incluso,
paradisíaco:
“Somos señores de los
campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los
ríos: los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles, frutas; las viñas,
uvas; las huertas, hortalizas; las fuentes, agua; los ríos, peces, y los
vedados caza, sombra las peñas, aire fresco las quiebras, y casas las cuevas”.
Pero no nos debemos dejar engañar, este fragmento encierra la idea
de que los gitanos constituían “un
enjambre de zánganos”, que toman todo aquello de lo que pueden echar mano
sin que en ello se hubiera producido trabajo honrado alguno, en perjuicio del
afanoso labrador y por extensión de la economía española, tal como señalaban
los mismos arbitristas.
Consiste en un rebuscado sarcasmo, donde el gitano se auto-sitúa
en el centro de la creación, desde donde vive a costa de los demás como
salvaje, ajeno a las leyes de los hombres civilizados y del mandamiento divino
que condenó a los hombres a vivir del sudor de su frente. Cervantes pretende hacer reflexionar al lector, a fin de que
juzgue esa vida parasitaria. Una forma de
vida que constituye una auténtica utopía, en la que sin embargo, Cervantes
destaca positivamente la ausencia de
ambición al poner en boca de los gitanos: “tenemos
lo que queremos, pues nos contentamos con lo que tenemos”. Una postura que
sin embargo se contradice la fama de ladrones. ¿Para qué robar si no se busca
atesorar riquezas? Es por este motivo, por el que la reflexión cervantina no va
más allá.
La trascendencia de La Gitanilla, especialmente el de su
comienzo, reafirmó la mala fama de los gitanos. Y aún en 1880, desde la prensa,
esta misma cita servirá para envilecer a los carlistas:
“No conozco gente como los carlistas para
aventuras. Se podían glosar hablando de ellos (aunque en mejor sentido, por
supuesto) lo que Cervantes decía de los gitanos. Me explicaré para que no lo
tomen a mala parte. “Nacieron de padres aventureros, estudiaron con aventureros
y han salido hechos unos aventureros completos”.
Y el mismo recurso se volvió a utilizar para atacar a los
conservadores solo cuatro años más tarde:
“Cervantes decía en una de sus novelas ejemplares que los
gitanos nacían para robar, viven para robar, procrean para robar, se juntan
para robar, y solo sirven para robar...
De
igual suerte los conservadores nacen para comer, viven para comer, se
reproducen para comer, se juntan para comer, y solo sirven para comer”.
En Pedro de Urdemalas,
además de describir un baile de gitanos, predispone hacia el recelo que suponía
su presencia. Así, a noticia de la llegada de una compañía de gitanos, la
vecina de la aldea comienza a gritar: ¡Cierren, no les roben cosa! A esto, otra
le conFingiendo que son herreros usan muchos desafueros. [...] no hay
seguro asno en el prado, de los gitanos cuatreros”. En tan pocas líneas hallamos toda una serie de
arquetipos: nómadas, tramposos, ladrones, cuatreros, irreligiosos, farsantes,
etc., Cervantes no ahorra prejuicios para contribuir en la divulgación del
estereotipo negativo.
En su Coloquio de los
perros, Berganza relata su experiencia entre los gitanos recogiendo
prácticamente todas las acusaciones que se formularon desde medios arbitristas,
pues en pocas líneas realiza un listado de sus “artes”:
“sus
muchas malicias, sus embaimientos y embustes, los hurtos en que se ejercitan,
así gitanas como gitanos, desde el punto casi que salen de las mantillas y
saben andar [...]todos se conocen y tienen noticia los unos de los otros, y
trasiegan y trasponen los hurtos de éstos en aquellos, y los de aquellos en
éstos […] Ocúpanse por dar color a
su ociosidad, en labrar cosas de hierro, haciendo instrumentos con que
facilitan sus hurtos; y así, los verás siempre a traer a vender por las calles
tenazas, barrenas, martillos; y ellas, trébedes y badiles […] Cásanse siempre
entre ellos, porque no salgan sus malas costumbres a ser conocidas de otros
[...] Cuando piden limosna, más la sacan con invenciones y chocarrerías, que
con devociones [...]a título que no hay quien se fíe de ellas, no sirven, y dan
en ser holgazanas; y pocas o ninguna vez he visto [...] gitana a pie de altar
comulgando [...] Son sus pensamientos imaginar cómo han de engañar y dónde han
de hurtar; confieren sus hurtos y el modo que tuvieron en hacerlos”
Por último, en El
licenciado Vidriera, a la hora de explicar la farsa en comediantes de buen
nacimiento, contrasta su trabajo con la vida de los gitanos:
“También sé decir de
ellos que en el sudor de su cara ganan su pan con inllevable trabajo, tomando
continuo de memoria hechos perpetuos gitanos, de lugar en lugar y de mesón en
venta, desvelándose en contentar a otros, porque en el gusto ajeno consiste su
bien propio. Tienen más, que con su oficio no engañan a nadie, pues por
momentos sacan su mercaduría a pública plaza, al juicio y vista de todos”.
Cervantes contrapone furtivamente al comediante y al gitano,
señalando un único punto en común: el vagar continuo. Sin embargo, señala la
laboriosidad del comediante, su ausencia de maldad y su necesidad para la
sociedad, aspectos que en otras obras del autor del Quijote se hallan ausentes
entre los gitanos.
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