Constantemente
tienen que ejercer su acción nuestras parejas sobre los gitanos; esa raza
repartida por el mundo, pues por haberlos los hay hasta en los Estados Unidos,
y por cierto de raza pura, perfectamente civilizados, ganándose honradamente la
vida. Estimamos, por consiguiente, curioso servirles algunos detalles sobre
ellos.
La Guardia Civil en "servicios de los caminos". Ilustración Española y Americana. Colección M. Martínez |
En
el fondo de la Camargue, en Francia, se alza, con aspecto de imponente castillo
feudal, la iglesia de las Santas, construida por los primeros cristianos de las
Galias y famosa en la literatura contemporánea porque sirvió de sepultura
idílica a la Mireia, de Mistral.
En
aquella iglesia se reúnen desde tiempo inmemorial los gitanos de Francia, de
Italia, de parte de España, de Brabante y de otras muchas regiones de Europa.
La peregrinación es anual, y su razón es que en la iglesia se encuentra la
tumba de la santa de los gitanos, la parda Sara, la sierva de las tres Marías.
Allí también eligen los gitanos cada cinco años su terrible rey de Coesre y su
reina del Arnac .
Cuando
se acercan los días de la reunión, los caminos que afluyen a la iglesia se ven
llenos de caravanas de gitanos de todas procedencias. Los campesinos cierran a
piedra y lodo sus casas y establecen vigilante guardia en sus corrales y en sus
cuadras. Únicamente, las iglesias de los pueblos por donde pasan, tienen
abiertas sus puertas, y es de oír cómo los gitanillos se gritan unos a otros:
-
¡Mira
que cirio tan, hermoso llevo a las Santas; lo he robado en la iglesia de
Barbentane!
-
Pues
yo lo robaré en la misma iglesia de las Santas; así lo tendré ya encendido.
Cuando
llegan al pueblo donde está la iglesia que les sirve de punto de reunión,
encuentran también las puertas cerradas, incluso la de la iglesia. Pero como
así viene sucediendo desde tiempo inmemorial, no se extrañan ni se ofenden,
sino que con sus carros, sus esteras viejas y sus lonas, arman tiendas de
campaña y tenderetes y forma una verdadera ciudad de nómadas, mucho más
populosa e importante que aquella en que se alza la iglesia.
Se
presentan al cura, y éste hace entrar a todos los gitanos en la iglesia por una
puerta medio oculta en el ábside, y los gitanos se establecen como en casa
propia en la cripta subterránea, donde realizan sus misterios sobre la tumba de
su santa y en medio de un secreto que nadie, ni aun la misma Iglesia, trata de
penetrar.
Durante
dos días y una noche, los devotos gitanos veneran a su patrona, y cuando se
apagan las últimas velas de la inmensa pirámide de ellas que arman en torno de
la sepultura, los congregados llaman a la puerta de hierro, cuya llave conserva
el cura.
Acto
seguido, cada gitano se dirige a su carro o a su caballería, y por los mismos
caminos que trajo se vuelve otra vez a las comarcas por donde acostumbraba hacer
su vida vagabunda.
Pero
no se van sin que antes el cura eche unas gotas de agua bendita sobre cada una
de las caballerías que le presentan.
Santa Sara en su santuario. Wikipedia |
¿Cuántos
gitanos españoles concurren habitualmente a esta extraña reunión? Boyer d'Agen
los cita entre los que acuden a las Santas; pero si el hecho es cierto, se
tratará de gitanos españoles de los que viven en Francia o de los que merodean
por la frontera catalana.
Porque
lo cierto es que el gitano español, que nosotros tenemos por típico, se
diferencia muchísimo de los demás individuos de su raza esparcidos por el resto
del mundo.
El
gitano extranjero suele superar al español en inteligencia, en ilustración, en
manera de vivir y hasta en riqueza. Borrow, en su famosa obra acerca de los
gitanos españoles, transcribe la conversación que tuvo con uno extremeño
llamado Antonio, el cual le refirió que, sirviendo en el Ejército, cuando la
guerra de la Independencia, luchó cuerpo a cuerpo en una batalla con un soldado
francés que estaba ya a punto de matarle, cuando, mirándole el español a la
cara vio que era gitano también, y le gritó: "¡Zíncalo, zíncalo", al
oír lo cual el otro le soltó, y llorando se le abrazó; le ayudó a curarse,
llamándole hermano, y separándose ambos del lugar de la batalla tuvieron una
larga conversación, durante la cual el gitano extranjero le dijo a Antonio
tales cosas, que éste refería así aquel suceso:
“Me
reveló tantos secretos, que bien pronto comprendí que yo no había sabido nada
hasta entonces, aunque siempre me había considerado como un zíncalo muy
completo; pero aquel sabía toda la cuenta, y el Bengui Lango (en gitano
"el diablo cojuelo) en persona no hubiera podido decirle nada que él no
supiera”.
El
gitano aquel era magiar o húngaro, a juzgar por las explicaciones que dio
Antonio. Esto puede servir de ejemplo de la superioridad de los gitanos
extranjeros sobre los españoles.
Mientras
el gitano inglés, francés, belga, húngaro o italiano suele viajar bastante por
países extraños, el español sale rara vez de su patria, y aun casi de su región.
Si no es contratado en alguna compañía de cante y baile flamenco, como aquella
que tan famoso hizo en París el rapto de la gitanilla Soledad. Por lo tanto, se
quedaría mudo de asombro al saber cómo viven algunos gitanos extranjeros que
viajan en carros por el estilo de los nuestros de mudanza, y de los que sirven
a las compañías ambulantes de circo, que tienen buenos caballos, que duermen en
camas cómodas, que acampan en tiendas de campaña verdaderamente lujosas, que
guisan en hornillas de hierro al estilo de las económicas y que visten a la
moderna y con bastante lujo, sobre todo las niñas y las mujeres.
Si
se llega al campamento de una de esas tribus de gitanos extranjeros de
condición acomodada se encontrará todo admirable mente limpio, y las gitanas viejas,
las que se hallan al frente del hogar, invitarán al forastero a tomar una taza
de té y unas pastas con la misma cordialidad, aunque con más limpieza, que las
gitanas del Sacro Monte de Granada pueden invitar a un transeúnte de buen
aspecto a echar un trago de vino (si lo tienen) en alguna taza de barro
desportillada.
También
en los Estados Unidos hay gitanos, y por cierto que de la raza más pura, pero
perfectamente civilizados, y ¡oh, maravilla!, que no piden ni roban, sino que
se contentan con ganarse la vida tratando en Caballerías, esquilándolas,
diciendo la buenaventura y trabajando en las artes del hierro, del cobre y de
cestería, como sus hermanos de Europa.
COMENTARIO:
Bajo el título “Curiosidades. Gitanos
españoles y extranjeros”, la Revista Técnica de la Guardia Civil describió la
tradicional peregrinación a Saintes Maries de la Mer [http://www.verpaises.com/blog/2010/07/08/saintes-maries-de-la-mer-y-la-peregrinacion-de-los-gitanos/], donde en la cripta de la iglesia, junto a los restos de
las dos santas se guarda también la imagen negra de la esclava Sara, conocida
como Santa Sara Kali, patrona de todos los gitanos. Todo el texto desprende una
visión estereotipada del gitano delincuente, cuya única misión en esta vida se
basaba en el robo y la holgazanería.
Hasta llegar a esta fecha -marzo de 1920-, la
Benemérita fue el principal brazo ejecutor de la ley hacia los gitanos, respecto
al último resquicio de la represión heredada del Antiguo Régimen: un artículo incluido
en la Cartilla del guardia civil, que aprobada por Isabel II por Real Orden de
20 de diciembre de 1845, en su título primero, primera parte, capítulo II
“Servicio de los caminos, se ordenaba vigilar sus desplazamientos, propiedad de
sus bienes, e incluso, observar su traje. Unas medidas que sobrevivieron a la
extinta Pragmática de 1783 tras perder su vigor con la aprobación del Código
Penal de 1848. Prueba de lo difícil que resultaba renunciar a la vigilancia y
control del Pueblo Gitano, es que este artículo, aunque con alguna variante en 1943, logró sobrevivir hasta
su completa abolición en 1978.
Desde
1845, excepto en lo referente al mencionado artículo, tanto en las diferentes
constituciones, como en los códigos penales que sucesivamente se aprobaron, no
se mencionó específicamente al gitano. Así ocurrió con la Ley de Vagos de 9 de
mayo de ese año, predecesora a la Ley de Vagos y Maleantes de
la II República en 1933. Sin embargo, a pesar de que aparentemente habían de
ser tratados como los demás ciudadanos españoles, sobre el gitano se mantuvo, no
solo la tradicional prevención, sino también la ejecución rigurosa que la ley
permitía, debido a que el imaginario colectivo construido a lo largo de varios
siglos, siguió contaminado por la estigmatización y el prejuicio.
La Real
Orden de 22 agosto de 1847 precisaría aún más este artículo, autorizando a los
Comisarios de Vigilancia y a los alcaldes a controlar la venta y la compra de
ganado mular y caballar, a la que se insertó una comunicación dirigida al
Inspector de la Guardia Civil, para “que en lo sucesivo, se obligue a todos los
gitanos a llevar unido a su pasaporte, un documento para la relación expresiva
del número y señas de las caballerías de su tráfico; el cual debe estar
autorizado por los comisarios de protección y seguridad pública, o en su
defecto, por los celadores del mismo ramo, y a falta de éstos, por los alcaldes
de los pueblos, debiendo anotarse en otro documento los cambios, compras y
ventas que sucesivamente se verifiquen, en la inteligencia de que no los
cumplan con estos requisitos, sufrirán el decomiso de las caballerías que se le
encontrasen, las cuales quedarán a disposición de las autoridades a fin de
averiguar su procedencia”.
Esta
sería la última disposición real que citara de forma expresa al gitano, donde la
presunción de culpabilidad se resistió a desaparecer, sin tener en cuenta que
en su mayor parte, el gitano se hallaba asentado viviendo del fruto de su
trabajo, se le seguía obstinadamente considerándole una comunidad
“sin arraigo de ninguna especie ni amor al
trabajo”. Una convicción que se estamparía en la circular del Ministerio de la
Gobernación de 23 marzo de 1848; alguna de cuyas medidas se incluirían en el código penal de ese año, dentro del
título VI dedicado expresamente a la represión de vagos y mendigos, y que se
castigó con penas de “arresto mayor”, “prisión correccional” y “sujeción a la
vigilancia de la Autoridad”. De esta forma, los gitanos quedaron equiparados a las
figuras penales de ladrón y vago, sin que fuera preciso mencionar los en dicho
Código, donde los vagos quedaron conceptuados a aquellos “que no
poseen bienes o rentas, ni ejercen habitualmente profesión, arte u oficio, ni
tienen empleo, destino, industria, ocupación lícita, o algún otro medio
legítimo y conocido de subsistencia”. Unos presupuestos en los que fácilmente
podían encajar los gitanos.
No es de extrañar pues, que en julio de 1849,
Isabel II transigiera en la aprobación de las medidas “enérgicas y
convenientes” propuestas por el Gobernador Civil de Jaén, destinadas a impedir
“a todo trance”, los robos de caballerías que se efectuaban por entonces en
aquella provincia. También, el gobernador murciano, no tuvo reparos en
presuponer “que la mayor parte de estos robos se verifican por los denominados
castellanos nuevos o gitanos”, para lo que dispuso varios puntos a cumplir, refiriéndose
el octavo, a que:
“Todo
gitano que se encuentre viajando sin pasaporte será arrestado y conducido a mi
disposición por tránsitos de justicia. De la misma manera, será tratado al que
se le encuentre con pasaporte que no esté expedido a su nombre, el cual será
entregado además al tribunal competente. Otro tanto se hará con los individuos
que sin ser gitano» los acompañen. Y a fin de que llegue a conocimiento de
todos he dispuesto se inserten en el Boletín oficial, estas disposiciones, fijándose
además copias de esta circular en los parajes acostumbrados, encargando la
ejecución de ella a los Alcaldes de los pueblos de esta provincia,
destacamentos de la Guardia civil y al Comisario, Celadores y Salvaguardias del
cuerpo de protección y seguridad pública”.
En cuanto al Gobernador Civil de Talavera de
la Reina, en agosto de 1849, so pretexto de estar “resuelto a limpiar su
distrito de ladrones y gente sospechosa”, comenzó como ya hiciera la Santa
Hermandad de dicha ciudad, a realizar salidas junto con su sucesora: la Guardia
Civil, a fin de “expulsar a los gitanos, buhoneros, quinquilleros y otras
personas de mal vivir”, tuvieran o no “residencia en algún pueblo, o ya se
presenten en ambulancia”. Una medida que fue aplaudida desde el diario La Esperanza, desde cuyas páginas se
animó a “los demás jefes civiles del reino” a ejecutar la misma medida con
idéntica “actividad, celo y perseverancia”, por considerar “que de otro modo no
es fácil acabar con esa canalla, la cual continuará su vida vagabunda en otros
distritos en donde halla todavía tolerancia, y volverá al de Talavera en cuanto
cese el rigor con que justamente se la persigue”.
Diego de Gracia ilustró de forma estereotipada al gitano en la Revista Técnica de la Guardia Civil. Colección M. Martínez |
En unas “Crónicas ilustradas de la Guardia
Civil”, cuya segunda edición apareció en 1865, se volvió a relacionar al gitano
con la delincuencia, asegurando que “un pilluelo no se convierte en un ser
maligno y terrible hasta que aprende el caló, lenguaje que lleva a su infame
inteligencia el conocimiento de todo un arte de guerra social”. Precisa el
libro que las principales palabras del caló significan “justicia, morir,
hambre, espera, sangre, matar, huir, cárcel, juez, verdugo, borracho, engañar,
mala mujer, degollar, causa, necedad, noche, robar, palanqueta, ganzúa,
dineros, horca”.
El 8 de septiembre de 1878, el ministerio de
la Gobernación volvió a incidir en el asunto de las guías de caballerías, disponiendo
la obligación de que los gitanos poseyeran dos documentos por cada animal que
tuvieran para poder justificar su propiedad. En uno, la cantidad y las
características de cada uno de estos animales; en el otro, la venta, compra o
intercambio que se hubiera producido con ellos. En caso de carecer de ellos,
los animales eran requisados y los gitanos detenidos.
El trámite que a continuación se debía seguir
para poder recuperar las caballerías se abría con la publicación de las señas
generales y particulares de las caballerías depositadas en el Boletín Oficial
de la provincia, requiriendo a los que se consideran sus dueños, las reclamaran
en el término de treinta días. En caso de no hacerlo se procedería a su
tasación y posterior la venta en subasta pública. Y, aunque durante los seis
meses siguientes al día de la subasta todavía se podría alegar y justificar su
derecho como dueños de las caballerías vendidas, los gitanos difícilmente
podían ejercerlo por su indefensión respecto a la carencia de habilidades
sociales propias de la sociedad no gitana.
Son estos años en los que la presunción de
culpabilidad se vio reforzada por la corriente criminalista que desde finales
del siglo XIX, que relacionaba la ociosidad y la vagancia con el crimen, que
confería al gitano una presunción
de culpabilidad, y en el caso español de un déficit de inteligencia respecto al
resto de gitanos del mundo; muchos de los cuales se mantenían en un nomadismo
que se acrecentó en vísperas de la Primera Guerra Mundial y que produjo una
fuerte inmigración en nuestro país. Este incremento fue bien constatable desde
comienzos del siglo XIX, lo que motivó un
mayor control por parte de la Guardia Civil y
guardas municipales, expulsar a todas las familias de gitanos que acampaban
periódicamente en barrios como el de las Peñuelas en Madrid, donde en el verano
de 1909, la Benemérita desarrolló su habitual estrategia para deshacerse de ellos
por medio de una actuación combinada de las demarcaciones más próximas. Todo
empezaba cuando la de Las Peñuelas, sobre las dos de la madrugada, recorría el
lugar y obligaba “a todos los cañís a levantar sus petates, haciéndoles marchar
hacia la otra ribera del Manzanares”. Una hora más tarde, los guardias
pertenecientes al puesto de Carabanchel, aparecían casi dar tiempo a que hubieran
acampado, y “sin contemplaciones de ningún género, los obligan a marchar de
allí en dirección al sitio en que fueron sorprendidos por las fuerzas de las
Peñuelas. De esta forma, los gitanos se pasan toda la noche caminando”
desistiendo a volver al día siguiente, “yéndose a otro sitio más seguro donde
sentar sus reales”.
A lo largo del siglo XX, los gitanos no fueron objeto
de ninguna legislación particular; en teoría, debieron cumplir las mismas obligaciones
de los demás españoles, como la de avecindarse y subvenir a las cargas públicas,
sin que se les impidiera sobre el papel, gozar sin restricción alguna, de todos
los derechos derivados de la ciudadanía. Sin embargo, en la práctica, estos
derechos no se les respetaron, según Pabano, por la “malquerencia” que aún
persistía hacia ellos. La presunción de culpabilidad se mantuvo por seguir
considerándolo un delincuente potencial, y como tal lo contempló la Guardia
Civil, un cuerpo de seguridad que heredó de la Santa Hermandad, la protección
de una parte de la sociedad frente a otra catalogada como un peligro social, y
sobre la que ejerció un represión fundamentada en la defensa de los derechos y
las obligaciones de los españoles.
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