Sobre
el memorial de José Páez en que solicita la libertad de Brígida Salazar, que de
orden del rey me ha remitido vuestra excelencia en papel de 23 del corriente,
debo decir que por informes que he pedido y me ha hecho el Gobernador de la
Sala, resulta que a esta mujer por gitana la prendió el alcalde don Francisco
de la Mata; y por conocerla de veinte años a esta parte, y haberla visto
siempre con otras tales, estando atenta de alguna para solicitar licencia de que
transitase a otras partes. Respecto de esto, sin embargo, de la regla de que
estando casada con castellano español, debe seguir el fuero de su marido. Habiendo
sido su continuo hábito el trato con gitanos y sus malas costumbres, por lo que
no podrá dejar de ser perjudicial; lo que se va a ejecutar con la providencia
tomada, tengo por conveniente vaya al destino que está mandado. Vuestra
excelencia se servirá hacerlo presente a Su Majestad para que resuelva lo que
sea de su real agrado.
Madrid,
28 de agosto de 1749
El
marqués de Lara a Ensenada
COMENTARIO:
Dentro de un gran
acontecimiento histórico, hay pequeñas historias que nos permiten conocer las
individualidades de protagonistas invisibles, que debido a un determinado hecho
histórico logran salir de su cotidianidad y silencio, para enriquecer y aportar
con sus vivencias, la comprensión de un suceso más general.
A veces su repercusión queda
reducida a la crónica local, pero en el caso de la Gran Redada y posterior
Proyecto de Exterminio, las vivencias personales de cada una de sus víctimas, resultan
fundamentales para poder profundizar en la intrahistoria de la Historia del
Pueblo Gitano en particular y de la Historia Social de España en general. La suma
de cada una de ellas, nos permite, no sólo conocer uno de los episodios más
significativos de la persecución y represión de minorías étnicas y culturales
de Europa, también nos posibilita la posibilidad de poner, a falta de rostros,
nombres reales a las víctimas, y poder reclamar para ellas una reparación
histórica que aún hoy en día está por hacer.
En España, la Guerra Civil
de 1936-1939 ha sido fuente de numerosas historias de vida a través de
reconstrucciones de historias particulares, plasmadas en bastantes ocasiones en
las páginas de guiones cinematográficos y libros de carácter histórico,
narrativo o literario, basados en hechos reales. Una corriente editorial que no
tiene en la Historia del Pueblo Gitano en general, y en la Gran Redada y
posterior Proyecto de Exterminio, su particular paralelo.
Es un todo por hacer, y solo
a través de la microhistoria, a través de hechos y personajes reales, se puede
situar cada una de las vivencias personales en su contexto y lugar geográfico, ayudándonos
a profundizar y a comprender los acontecimientos históricos que afectaron a
dichas personas. Una de ellas, Brígida Salazar, nos permite comprobar la potencialidad que la
microhistoria tiene en el caso del Pueblo Gitano.
Brígida María
Salazar, nacida en Salamanca; en el momento de la redada efectuada la madrugada
del 30 al 31 de julio de 1749, contaba con 40 años y estaba casada con el
sastre José Carreño Páez desde el 25 de mayo de 1734, ceremonia que se realizó
en la iglesia de San Sebastián de la villa de Madrid. Un matrimonio mixto que
hasta ese momento habían obtenido el fruto de dos hijos: Bernardo y José, de 5
y 10 años respectivamente.
Aprehendida junto
con sus hijos, fueron enviados a Toledo y recluidos en la cárcel de la Santa
Hermandad de esa ciudad. José, su marido, reclamó la puesta en libertad de su
familia, justificando su petición a una de las disposiciones post-redada, por la que se determinaba que las
mujeres debían seguir el fuero de su marido. Y él, por su condición de
castellano viejo, su mujer debía quedar con él y ser liberada. Una regla que
fue fruto del aluvión de quejas que llegaron al Consejo de Castilla, en las
cuales se criticaba la desproporción y el desafuero cometido con la redada realizada.
En su petición,
José aseguraba que su mujer había “vivido quieta y pacíficamente” en su
compañía, “sin dar la menor nota ni escándalo”, no hallándose “comprendida en
ninguna provisión del Consejo, ni tener trato alguno con gitanos (…) sin pedir
ni estafar, sólo atendiendo a la buena educación de sus hijos, alimentándose
con mi trabajo”. Sin embargo, lo más interesante en la argumentación de su
exposición, consistió en la relación que estableció entre su mujer y el alcalde
Francisco de la Mata, quien había conocido a Brígida cuando era concejal del
ayuntamiento salmantino. Desconocemos las causas de la animadversión de dicho
alcalde, sólo según José, “con su genio intrépido por sí solo, sin haberse
informado, sigue la opinión de que es gitana”, habiéndose negando a admitir
información alguna para justificar su libertad.
A pesar de los esfuerzos
del sastre, el marqués de Lara, nuevo gobernador del Consejo de Castilla en
sustitución de Gaspar Vázquez de Tablada, determinó mantener presos a Brígida y
sus dos hijos. No sería hasta el invierno de ese mismo año, cuando quedaron en
libertad gracias a la Real Orden de 28 de octubre de 1749, que permitió la
liberación de algo más de la mitad de hombres, mujeres y niños aprehendidos
desde aquel fatídico 30 de julio de ese año. Atrás quedaron las penalidades que
hubieron de pasar en la cárcel hermandina junto a otras 44 gitanas presas “por vía de resguardo”, que a causa de su actitud
rebelde y destructora acabaron siendo trasladas a la cárcel municipal, y tiempo
más tarde a la casa de misericordia de Zaragoza, en un trágico periplo que en
muchos casos se prolongó a lo largo de dieciséis años.
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