Carta
de servicio y soldada a Juana, gitana
Sepan cuantos
esta carta vieren, como yo Alonso de la Rosa, procurador y vecino de la ciudad
de Vera, como tutor y curador que soy de la fortuna y bienes de Juana, gitana,
judicialmente proveída que queda la tutela ante Diego Ortiz. Digo, otorgo y
conozco, que asiento a servicio y soldada a la dicha Juana, gitana, mi menor,
que será de edad de diez años, con vos María Yáñez, de la dicha ciudad, para
que cosa poder tiempo y espacio de cuatro años cumplidos, que corren y se
cuentan desde el día primero del mes de agosto pasado de este presente año en
adelante (…)
Niño gitano. Acuarela de George Steel |
Carta de servicio y soldada a Juana,
gitana (18/11/1573)
Sepan cuantos esta carta vieren, como yo Alonso de la Rosa,
procurador y vecino de la ciudad de Vera, como tutor y curador que soy de la
fortuna y bienes de Juana, gitana, judicialmente proveída que queda la tutela
ante Diego Ortiz. Digo, otorgo y conozco, que asiento a servicio y soldada a la
dicha Juana, gitana, mi menor, que será de edad de diez años, con vos María
Yáñez, de la dicha ciudad, para que cosa poder tiempo y espacio de cuatro años
cumplidos, que corren y se cuentan desde el día primero del mes de agosto
pasado de este presente año en adelante (…)
Ser vecino de una
comunidad local otorgaba algunos derechos especiales derivados del derecho
romano. Para ello se debía solicitar la vecindad demostrando poseer una
residencia consolidada, bien por poseer bienes raíces o haber nacido en su
jurisdicción. En el caso gitano, carente de propiedades, sólo podía demostrar
su compromiso con la comunidad por haber nacido en su seno o por su arraigo
social, algo muy complicado en la excluyente sociedad del siglo XVI. Un trámite que resultó extremadamente complicado.
Es a partir 1539 cuando se incrementaron las solicitudes de vecindad con objeto de
evitar la pena de galeras. Sin embargo, situados en la frontera de la legalidad
y el delito, expuestos constantemente al rechazo de las autoridades
municipales, debieron adoptar estrategias integradoras como la encomienda
infantil, una práctica que fue muy utilizada por la comunidad morisca, y por la
gitana a partir de la sublevación de 1568 en el Reino de Granada. Básicamente,
la encomienda era un tipo de explotación laboral que se sustentaba en una dependencia
personal que podía abarcar, desde la esclavitud, hasta modalidades de tutela y
de amparo.
Los gitanos, acuciados por el cerco legal a que se veían
sometidos, aceptaron las encomiendas como un intento para obtener una vecindad
y eludir de esta forma, las graves penas que se imponían a los que se les
hallaban vagantes; tal como ocurriría con ocasión de la cédula real de la Navidad de 1572 para echar a
galeras todos los gitanos vagabundos. La crisis económica y la escasez de mano
de obra existente en estas fechas, favoreció el desarrollo de las encomiendas
de niños y niñas de corta edad, procedentes de familias moriscas y gitanas, a
través de contratos o soldadas, cuyas condiciones laborales, los padres se
preocupaban de legitimar notarialmente ante escribano, a fin de evitar los
abusos por parte del encomendero y garantizarse
el vestido y la alimentación de sus hijas, así como una cantidad en
dinero que se cobraba anualmente o al final del tiempo fijado.
En las
soldadas se estipulaba la duración y las condiciones a las que debían quedar
sujetos el encomendador y el encomendado. El tiempo de duración oscilaba
normalmente entre los cuatro y los seis años sin hacer ausencia de su servicio. En
caso contrario, el encomendero tenía el derecho a reclamarlos y forzarles a
regresar para continuar su soldada. Como obligaciones, se les exigía no les
hicieran daño y darles alimentación, vestido y calzado, con la garantía de no
despedirlos antes del tiempo pactado, bajo pena de una indemnización. Todos recibieron una cantidad anual, que en el caso de
Juana ascendía a 22 reales, en tanto otras niñas como Inés, eran tres
ducados.
Finalizada la encomienda, los niños y las niñas gitanas
volvían a sus familias habiendo sufrido una fuerte aculturación por parte de
sus encomenderos, quienes durante su tutela, se esforzaban en reducirlos a las
costumbres y religión de los cristianos viejos.
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