Una historia, un olvido... el discurrir invisible de lo que existió y se desconoce

Este espacio pretende entender la historia como una disciplina que proporciona, tanto la información como los instrumentos necesarios para conocer el pasado, pero también como una herramienta para comprender al "otro", a nosotros mismos y a la sociedad del presente en la que interactuamos.

Conocer la historia de los gitanos españoles es esencial para eliminar su invisibilidad, entender su situación en la sociedad y derribar los estereotipos acuñados durante siglos.

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domingo, 9 de enero de 2022

ROSA CORTÉS. La fuerza y la determinación de la mujer gitana ante el intento de exterminio del Pueblo Gitano en la España de 1749

 Rosa Cortés nació en Vélez Rubio (Almería), aproximadamente por el año 1726. Contaba por tanto unos 23 años de edad cuando fue capturada con ocasión de la redada de 1749.  Estaba casada por entonces con Ginés Fernández, a quien por las directrices del marqués de la Ensenada se le destinó al arsenal de La Carraca, siendo probablemente uno de los dos centenares de hombres gitanos, que en enero de 1752 fallecieron en el trayecto entre aquel arsenal y el de El Ferrol (La Coruña), ya que al año siguiente, Rosa declaró que se hallaba ya viuda.

Su calvario comenzó nada más ser trasladada desde su pueblo hasta Almería, donde quedó recluida en la alcazaba de Almería. Una vez reunidas las mujeres y niños menores de siete años de toda la jurisdicción de esta ciudad, fue enviada  a Málaga por haber dispuesto Ensenada crear en ella, lo que denominó “depósito” de mujeres, un lugar de concentración en el que debían esperar las gitanas a que se les diera un destino definitivo.

                                       Óleo de John Philip, Museo Nacional de Liverpool, 1854


Durante dos largos años y medio, Rosa y sus compañeras de cautiverio fueron pasando por diferentes puntos de Málaga, todos ellos inadecuados para concentrar a más del millar de personas que llegó a albergar, ni la alcazaba ni los barrios como El Perchel, pudieron asegurar una estancia cómoda, como tampoco una seguridad que evitara sus continuos intentos de fuga. Finalmente, ante las quejas del intendente y del ayuntamiento malacitano, el ministro acabó disponiendo el 8 de julio de 1752, el traslado de todas las mujeres que aún se hallaban en los depósitos de Palencia y Málaga, a la Casa de Misericordia de Zaragoza, en donde les aguardaban otros dos centenares de mujeres y niños (se hallaban en ella desde primero de mayo de ese año).

Dada la orden de embarcar a las 553 mujeres que subsistían en Málaga, el 18 de agosto, comenzó la singladura sobre tres buques en dirección a los Alfaques de Tortosa, a donde arribaron los días 22 y 23 de ese mes, y en donde hubieron de esperar la llegada de la tropa que debía custodiarlas en su camino a la capital aragonesa. El 7 de septiembre se emprendió el camino remontando el río Ebro hasta el Salto de Cherta, desde el cual prosiguieron la marcha a pie y en carretas hasta Zaragoza.
Nada más llegar el 13 de septiembre a la Casa de Misericordia, las mujeres dieron muestra de su resolución y se negaron a entrar en ella, reclamando permanecer en el patio. A esta muestra de rebeldía le sucederían otras muchas dentro de una estrategia de resistencia, por la que se pretendía hacer costosa e insoportable su permanencia, tanto para los regidores como para las arcas del Estado.

Los actos de sabotaje a la infraestructura de la Casa e intentos de fuga, al margen de los destrozos deliberados en ropa, vajilla y mobiliario, fueron frecuentes. Uno de ellos, en el que más de medio centenar de mujeres logró evadirse la noche del 12 de enero de 1753 (casi todas fueron capturas al poco tiempo), tuvo a Rosa Cortés como cabecilla de la intentona. Su plan era sencillo, abrir un boquete en la pared de la sala que servía como dormitorio y que daba a la calle, lo suficientemente grande como para poder traspasarlo. Con toda la paciencia del mundo, durante las noches, cuando todos estaban durmiendo, apartaba el jergón sobre el que se acostaba y con sólo un clavo y agua, tal como ella misma declaró una vez que fue apresada:

“pudo haber y arrancar (los clavos) de unos maderos, y para hacerlo con más facilidad y brevedad, echaba agua en la pared, que es de tapia, y con esto se ablandaba la tierra y pudo hacer más prontamente dicho agujero y quebranto”

Aunque quiso asumir la responsabilidad de la acción, para que las demás mujeres no fueran castigadas, delató a tres compañeras que los regidores de la institución benéfica consideraban mujeres de confianza, las que entre otros cometidos, cumplían tareas como las de hacer compras y recados en la ciudad, pero sobre todo, la de ejercer de celadoras “sobre las otras e hiciesen la visita de ella por la noche, antes de recogerse a dormir. Un cometido por el que las demás mujeres debieron tomarles cierta inquina. Posiblemente, detestadas por ello, Rosa las incriminó afirmando que las tres “fueron conscientes y cómplices” en la fuga.

Esta es la última noticia que tenemos de Rosa Cortés. A partir del 31 de marzo de 1753 nada volvemos a saber de ella, pues no figura como actora en incidentes posteriores ni figura su nombre en ninguna de las licencias de libertad concedidas desde 1754. Caída en el olvido como el resto de sus compañeras de cautiverio, su nombre e historia han sido rescatados, como representante de todas las víctimas del Proyecto de Exterminio emprendido entre 1749 y 1765, a través de la “Plataforma Rosa Cortés” con la que reivindicar la necesaria y urgente reparación histórica del Pueblo Gitano.

Para mayor información sobre los hechos históricos que vivió Rosa Cortés, ver: https://recyt.fecyt.es/index.php/Hyp/article/view/59925/41328
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miércoles, 5 de enero de 2022

Un gitano del dieciocho. Domingo Quirós, la lucha por sobrevivir


Domingo Quirós nació en Espinardo -Murcia- en las postrimerías del siglo XVII -posiblemente en 1695-. Su padre, Francisco Quirós, no le dejó más herencia que su condición de gitano y una fortaleza de hierro. Desde muy temprano hubo de buscarse la vida vendiendo por las calles todo tipo de artículos, especialmente botijos de barro, por lo que fue conocido con el apodo de “El Botijón”.

De piel blanca y bien fornido, tuvo una gran aceptación entre las mujeres. Sus galanterías acabaron cuando en uno de sus desplazamientos a la vega granadina, conoció a una gitana apodada “Chena”, con la que se amancebó llevándose a vivir a Murcia haciéndole pasar por su mujer, para de esta forma, evitar problemas con la Justicia y la Iglesia. De ella tomó la documentación de estatuto de castellano viejo de su primo Antonio de Malla, que obraba en poder de ésta.

La vida de Domingo mejoró notablemente bajo la identidad de Antonio, pues se halló exento de las numerosas prohibiciones a las que estaban sometidos los gitanos. Sin embargo, la suplantación de personalidad fue descubierta en 1722 al ser sorprendido en Granada junto a otros gitanos que carecían de licencia de sus justicias. Procesado, fue condenado por la Real Chancillería de Granada a ocho años de galeras, los que empezó a cumplir el 11 de marzo del año siguiente sobre la galera Capitana. A su fuerza física, se unió la determinación de recobrar la libertad perdida, lo que le permitió sobrevivir y alcanzar la libertad en Cartagena el 10 de marzo de 1731.

Una vez de regreso a Murcia. Casó entonces en Cuevas del Almanzora -Almería- con otra gitana llamada María Redondeña. La “Chena”, dolida por haber sido repudiada por Domingo, se vengó tras caer en manos de la Inquisición granadina acusándolo de estar casado dos veces. Incriminación que reiteró en Baza su auténtica mujer y que motivó que ministros del Santo Tribunal lo detuvieran y fuera llevado a esa ciudad. Tras permanecer preso un año en ella, se dio orden de trasladarlo preso a Granada, en cuyo trayecto, fiado según él mismo declaró en María Santísima para que le diera valor y se libertara como inocente que era, se escapó en el camino aprovechando una distracción de sus guardianes.

Nuevamente en algún lugar cercano a la ciudad de Murcia, al objeto de borrar todo rastro de su pasado, Domingo siguió adoptando diferentes identidades, como las de Antonio Flores o Domingo Bermúdez. Si bien, malas relaciones debió entablar con la comunidad gitana de ella por causas que desconocemos, pues en diciembre de 1745 fue denunciado ante la Santa Inquisición de Murcia por Francisco Montoya y Miguel de Heredia, quienes declararon que Domingo ostentaba falsamente el nombre de Antonio Flores y que era casado dos veces.

Sentenciado a galeras, pasó al arsenal de Cartagena con ocasión de la redada general de gitanos de 1749, donde nuevamente halló dormitorio en una de las antiguas galeras, que como viejos pecios, se mantuvieron en dicho recinto como cárceles flotantes. Tras pasar un tiempo en una de ellas, a primero de agosto de 1753 fue trasladado a la galera San Felipe, donde se mantuvo el resto de su encierro. Su espíritu indómito y su férrea voluntad por ser libre nunca aceptó la esclavitud a la que a él y sus compañeros fueron reducidos, y el 17 de febrero de 1757 en una audaz huida, consiguió recuperar su ansiada libertad, aunque sólo por unos meses, pues el 21 de noviembre fue devuelto al arsenal cartagenero tras haber sido detenido en Murcia.

Forzados en uno de los diques de carenado en seco del arsenal de Cartagena

Poco tardaría en emprender una nueva fuga, esta vez aprovechando la oscuridad de la noche del 17 de abril siguiente. Escondido otra vez en la capital murciana, pudo pasar desapercibido casi dos años, hasta que preso, posiblemente acusado de vagante, fue condenado a  cuatro años de arsenales, por lo que el 29 de marzo de 1760 fue reintegrado a su prisión cartagenera.

No acabarían sin embargo sus días encadenado y quebrado por el trabajo forzado. Su firme voluntad y con las fuerzas que aún le quedaban tras su intensa vida, aunque desgastadas por sus años en galeras y arsenal, así como por su estancia en cárceles de la Inquisición y de las reales justicias de Baza y Murcia; Domingo logró evadirse, esta vez de forma definitiva el 14 de diciembre de 1760. Nada más sabemos de él, ni qué identidad adoptaría. Su rastro desaparece para siempre. Bueno, no exactamente, reaparece ahora y cada vez, que usted, apreciado lector lee las líneas de esta historia, reflejo de la vida de un gitano cualquiera que se halló inmerso en una época tan despótica e intransigente, en la que el Pueblo Gitano de España estuvo próximo a su extinción.
Sirvan estas líneas como contribución a la memoria histórica de un horrendo acontecimiento olvidado por desconocido.