Una historia, un olvido... el discurrir invisible de lo que existió y se desconoce

Este espacio pretende entender la historia como una disciplina que proporciona, tanto la información como los instrumentos necesarios para conocer el pasado, pero también como una herramienta para comprender al "otro", a nosotros mismos y a la sociedad del presente en la que interactuamos.

Conocer la historia de los gitanos españoles es esencial para eliminar su invisibilidad, entender su situación en la sociedad y derribar los estereotipos acuñados durante siglos.

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miércoles, 1 de abril de 2020

EL TIFUS EXANTEMÁTICO Y EL CONTROL SANITARIO SOBRE LOS GITANOS EN LA POSGUERRA. UNA EXCLUSIÓN SOCIAL LEGITIMADA (1938-1942)


Es consecuencia obligada de todas las guerras una época de privaciones que pueden dar origen a graves alteraciones sanitarias de forma epidémica. Y entre ellas, ocupa lugar preferente la transmitida por el piojo del cuerpo y cabeza, para cuya reproducción, se dan las condiciones óptimas en el hacinamiento y desaseo. Precisa combatir con la mayor energía la suciedad y parasitismo para cuyo fin deben actuar de policías sanitarios todos los ciudadanos con interés colectivo y estímulo egoísta…
4º.- En cuanto a gentes con manifiesto desaseo y parásita habitualmente como vagabundos, pordioseros y gitanos, se evitará con toda energía por las fuerzas de la guardia civil limítrofes con otras provincias, la entrada en la nuestra y en ésta, el cambio de domicilio de unos a otros pueblos, puesto que en sus frecuentes desplazamientos dificultan su control sanitario, dando con ello origen a la difusión de enfermedades infectocontagiosas.
BOP Almería, nº 77 (05/04/1941), pp. 1-2.
Jefatura Provincial de Sanidad
CIRCULA R NUM. 664


COMENTARIO:
La epidemia de tifus exantemático desarrollada durante los últimos años de la guerra y primeros de la posguerra, se produjo dentro de una coyuntura sociopolítica repleta de penurias económicas y represiones políticas. En este contexto, el bando vencedor justificó y legitimó el nuevo régimen surgido del golpe de estado del 18 julio de 1936. Paralelamente, al objeto de reforzar dicha represión, se desarrollaron diferentes estrategias para consolidar el dominio de las poblaciones que iban cayendo en su poder. Se hizo entonces imprescindible, el establecimiento de un control efectivo sobre las personas y los espacios.
Uno de los instrumentos empleados para lograr este objetivo, se centró en las campañas realizadas para erradicar el tifus exantemático. Una estrategia que amparada por la impunidad que ofrecía un régimen dictatorial, y que acabó resultando muy eficaz, especialmente en territorios que habían sido leales a la República, y en los que tras la guerra, persistió operativa una importante guerrilla antifranquista.
Entre las causas que propiciaron la aparición de la epidemia de tifus, José Alberto Palanca, Director General de Sanidad entre 1939 y 1957, apuntó la posibilidad de que hubieran sido transmitidas por las tropas procedentes del norte de África, ya que según comentó: “durante nuestra guerra, toda la faja costera del norte de África era un vivero de tifus exantemático, y no se puede olvidar que de esta zona venían constantemente voluntarios a engrosar nuestras filas”[1]. Otra cosa fue la facilidad con que se extendió por la Península, debido principalmente a la debilidad que presentaba una población que había sufrido el hambre y las múltiples carencias que trajo consigo la guerra, y que hizo que las diferentes epidemias que se fueron sucediendo, se cebaran especialmente entre los pobladores más pobres, que mal nutridos, sin agua, electricidad y sin las más mínimas condiciones higiénicas -el jabón era escaso de por sí en todo el país-, eran víctimas propicias[2].
Los gitanos, sumidos en barrios marginales y carentes de todo tipo de servicios básicos, sufrieron el azote de todo tipo de epidemias, dejando de ser víctimas, para pasar a ser considerados agentes peligrosos de transmisión de enfermedades. Se dictaminó entonces su exclusión social, a través del control de sus movimientos y la revitalización de la tradicional política de represión heredada de otros tiempos. Se acentuó entonces, el rechazo y la desconfianza hacia su presencia, lo que a su vez, justificó la activación de los viejos mecanismos empleados en la instauración del orden público y del bien común. Una aplicación para la que se facultó a la Guardia Civil, que como depositario de las prerrogativas, quedó autorizada a ejercer su cometido con mano dura en cuantas inspecciones consideraba oportunas, tanto a caravanas trashumantes, como en hogares gitanos. Son numerosos los testimonios que describen el abuso de poder con que obraban sus efectivos. Una actuación que básicamente tenía la finalidad de infundir el temor y el respeto necesarios para mantenerlos sometidos.
               El denominador común de cada una de estas “visitas” se traducía en humillaciones y menosprecios, como el de asaltar impunemente las casas y cometer todo tipo de tropelías, ya fuera propinar una patada al puchero donde se hacía la comida, o golpear a quien se le antojara. Unos atropellos que han quedado testimoniados en los libros de Eusebio Rodríguez Parrilla y María Dolores Fernández. Entre los testimonios más sobrecogedores, podemos citar el de Manuel Martín Alameda, quien describía cómo “la Guardia Civil cuando nos veían con la madera, nos la quitaban; además, entraban a la casa sin llamar a la puerta. Si veían una radio o una televisión, se las llevaban y se las rompían”[3]. Más truculenta resulta la relación de Cándido Heredia, quien afirmaba cómo la Benemérita les trataba muy mal, y cómo “a las mujeres no las dejaban vestir a su manera, les cortaban el pelo y las violaban”[4]. Rosa Vázquez relata también que los civiles pegaban a los niños, y en ocasiones, les obligaban a pelearse entre ellos para su regocijo[5]. Por último, Eulogia Muñoz cuenta cómo “si te pillaban por los caminos te daban una paliza y te dejaban allí tirado (…). A cada paso te pedían los papeles, y si en el pueblo robaban una gallina o algo en un cortijo, siempre encerraban al primer gitano que pillaban”[6].

A pesar de los innumerables abusos cometidos, ya fuera la Guardia Civil o la Policía Armada, muchos gitanos han considerado que el general Franco fue benévolo con ellos. Y lo creen erróneamente, por suponer que el dictador rechazó en Hendaya, la petición de Hitler de enviar los gitanos españoles a los campos de concentración nazis. Otros, tienen también la convicción de que ya en la posguerra, Franco se opuso a la idea de Carrero Blanco para recluirlos a una isla, posiblemente Fernando Poo[7]. De ambas suposiciones no existe prueba documental alguna que las confirme; sí en cambio, lo que sí resulta constatable, es que el franquismo mantuvo la secular criminalización del gitano, e incluso, la agravó.
               Aunque, salvo los artículos de la Guardia Civil referidos al control en los caminos, no se legislaron disposiciones específicas contra los gitanos; éstos, fueron víctimas de la ambigüedad y la arbitrariedad de las leyes emanadas durante el periodo franquista. Primeramente, a través de la supervivencia de la Ley de Vagos y Maleantes republicana, con la sola novedad de crearse en marzo de 1937, un registro centralizado de individuos de ambos tipos delictivos. Una decisión que acabó vinculando a los condenados por delitos comunes, con aquellos individuos que fueron contestatarios con el régimen; de tal forma, que al combatir lo que se llamó “la degeneración de la raza española”, se interpretó esto como un instrumento para reprimir y excluir de la sociedad, a todos aquellos que, según la clasificación racial y social de la época, estaban encasillados como sujetos potencialmente peligrosos, entre los que se hallaban incluidos los gitanos.
No conocemos la empatía y la opinión personal que el general Franco tendría respecto a los gitanos. Desde luego, sí fue conocedor del tratamiento que Hitler les daba, tanto en Alemania como en los territorios ocupados por sus tropas. Un genocidio que desde 1937 se había intensificado y extendido sin rubor alguno, y del que los periódicos republicanos españoles se hicieron eco. Una doctrina racista que establecía razas superiores e inferiores, y que estuvo planeando en el ideario de los falangistas a lo largo de todo el desarrollo de contienda. Tanto, que estuvo a punto de concretarse sobre el papel en 1938, cuando en Salamanca, la Falange Española y Tradicionalista y de la JONS[8], a través de su Delegación Nacional de Justicia y Derecho, pretendió imponer su ideario racista en uno de los capítulos del Anteproyecto de Código Penal de 1938[9].
La identificación plena entre la enfermedad contagiosa y el gitano venía de antiguo[10], y las autoridades sanitarias y políticas siguieron en esa convicción estableciendo un cordón sanitario, exteriorizado especialmente a través de las campañas de vacunación, en las que se obligaba “vacunar y revacunar a los gitanos, quincalleros, mendigos y gente trashumante que se encuentren en cada municipio”[11]. Un recordatorio que se reproduciría año tras año, incluso antes de finalizar la guerra[12]. Para su cumplimiento, se facultó a gobernadores civiles con la potestad de prohibir “la entrada y la circulación en las poblaciones, de gitanos, nómadas pordioseros, etc. que no vayan vacunados”[13].
Desde noviembre de 1939, los gitanos no dejaron de ser objeto de sistemáticas redadas, con el objeto de ser internados en centros con escasas condiciones, tanto para su tratamiento como para su propia estancia. Una de las primeras campañas de despiojamiento de la posguerra, tuvo lugar en diciembre de ese año en Palencia, donde su Gobernador Civil dispuso una “especial vigilancia” sobre los gitanos y demás elementos nómadas y marginales: “mendigos, quincalleros, gitanos, vendedores ambulantes”, a todos los cuales se les acusaba de ser gente vagabunda y descuidada en “su limpieza personal o familiar”, que por “su frecuente caminar, de uno a otro rincón, pueden ir sembrando su paso de piojos, si en su vivir andariego no rinden el culto debido al agua y al jabón”[14].
Los viejos prejuicios antigitanos quedaron encuadrados dentro del grupo social compuesto por las “gentes con manifiesto desaseo y parasitada habitualmente”; es decir, los “vagabundos, pordioseros y gitanos”. Sujetos “peligrosos” sobre los que debía realizarse una labor de vigilancia y control. Una misión, que como ya hemos apuntado, recayó en la Guardia Civil, encargada por cada Gobernador Civil provincial, de ejecutar sus órdenes respecto a las entradas y salidas de cualquier gitano, especialmente, en cuanto al “cambio de domicilio de unos a otros pueblos”, por suponer “que en sus frecuentes desplazamientos, dificultan su control sanitario, dando con ello origen a difusión de enfermedades infecto contagiosas”. Como solución, una vez más, al gitano se le vio como un ente colectivo y no individual, por lo que como medida preventiva, se dispuso que “todo desaseado que llegue (…), además de pelado y despiojado”, debía quedar “controlado sanitariamente durante veinte días”[15].
Una medida profiláctica que Franco la trasladaría al campo político-social, con el pretexto de la vigilancia de elementos sociales dañinos y pervertidos, que podían representar potencialmente un “peligro de contagio para todos”, que acabarían envenenando política y moralmente al resto de la población[16]; motivo por el quedaba justificada la necesidad de tratarlos aun ejerciendo “la fuerza, para conseguir salvar a España y para darle días de grandeza”[17].
Por otra parte, la criminalización ejercida sobre los gitanos, acabó institucionalizándose sobre la base de la “diferencia”, o sea, de su supuesta especificidad de la delincuencia gitana que se relacionaba con determinados delitos: robo de caballos, mendicidad, estafas, hurto en tiendas, etc., pero especialmente en el comercio de caballerías, que como principal ocupación tradicional de los gitanos en el campo, fue objeto de un infundado recelo, de la sospecha sobre una actividad que podía encubrir el robo de caballerías. Una propiedad, que en el contexto de la pobreza de la España de los años cuarenta, suponía una valiosa herramienta de trabajo, que la Guardia Civil debía salvaguardar[18], por lo que en su reglamento se incluyó el 14 de mayo de 1942, un artículo que disponía: “se vigilará escrupulosamente a los gitanos”, ya que: “esta clase de gente no tiene por lo general residencia fija, se traslada con mucha frecuencia de un punto a otro en que sean desconocidos”. De esta forma, la movilidad gitana acabó siendo el denominador común de la represión, tanto en el aspecto sanitario, como en el de orden público, donde quedaba justificaba la conveniencia de “tomar de ellos todas las noticias necesarias para impedir que cometan robos de caballerías o de otra especie”. De esta forma, el gitano, como siglos atrás, continuó naciendo como un potencial delincuente, que allá por donde iba, le acompañaba la presunción de culpabilidad delictiva, como también de contagio, al culpabilizársele de su propia falta de higiene individual. Unos estigmas que acabaron justificando la exclusión social y la consolidación de la subalternidad gitana. Como consecuencia, siguieron apartados, al margen de las decisiones políticas y de los avances socioeconómicos que tendrían lugar en los años sesenta.




[1] JIMÉNEZ LUCENA, Isabel. "El tifus exantemático de la posguerra española (1939-1943). El uso de una enfermedad colectiva en la legitimación del «Nuevo Estado»”, en Dynamis, Acta Hispanica ad Medicinae Scientiarumque Historiam Rlustrandam. Vol. 14, 1994, p. 193. Palanca fue consciente de que el estado sanitario del país no era “algo aislado y sin conexión”, sino consecuencia de “su situación social y económica”. En PALANCA MARTÍNEZ-FORTÚN, José Alberto. “Hacia el fin de una epidemia”, en Semana Médica Española, V.IV, pp.432-440. 1941.
[2] Hay que tener también en cuenta, que terminada la guerra se inició una extensa depuración de organismos y personas, incluso con efecto retroactivo, que acabaron llenando los campos de concentración y las prisiones para su castigo y adoctrinamiento político-religioso, y en donde las deplorables condiciones higiénicas incidieron en la propagación de todo tipo de enfermedades infecto-contagiosas.
[3] FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, María Dolores y DE LA FLOR HEREDIA y RODRÍGUEZ PADILLA, Eusebio, Mónica. El pueblo gitano en la guerra civil y la posguerra. Andalucía Oriental, Asociación Romí, 2009, p. 144.
[4] Ibídem, p. 141.
[5] Ibídem, p. 140. Juan Heredia refiere algo similar, cuando estando con su primo recogiendo membrillos, unos civiles les ordenaron que se presentaran en el cuartel, donde le preguntaron si llevaba una vara. Al responder afirmativamente, le dijeron: “entonces, cógela y pégale -a su primo-”, a lo que se negó, con lo que los guardias civiles emprendieron a dar de palos a ambos. En Ibídem, p. 135.
[6] Ibídem, p. 130. Juan García Cortés corrobora estas prácticas de la Guardia Civil: “no podíamos salir ni a vender una canasta, porque si nos encontrábamos en el camino con la Guardia Civil, nos daban un par de guantazos y nos hacían que volviéramos a nuestra casa. Nos pedían los papeles, nos preguntaban a dónde y para qué íbamos; y si no les gustaba algo, pues nos llevaban al cuartel, hasta que un señorico con el que habíamos trabajado venía a sacarnos de allí. En Ibídem, p. 129.
[7] Sobre este tema se puede consultar el artículo de DONCEL, Carmen, “Cuando Franco quiso mandarnos a Fernando Poo. Miedos y esperanzas en la memoria de un hombre gitano”, en Historia y Política, nº 40, p. 151. pp. 147-177. Dirección web https://recyt.fecyt.es/index.php/Hyp/article/view/60327/41341
[8] Este partido surgió de la fusión de la Falange con las Juventudes Obreras Nacional Sindicalistas-JONS, que a la postre sería el único movimiento político admitido durante el franquismo.
[9] Dentro del capítulo dedicado a los “delitos contra la dignidad y el interés de la Patria”, se proponía castigar con pena de presidio los “actos contrarios a la raza española”, como “el matrimonio con persona de raza inferior”. En MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel. “La salvaguarda de la raza española durante la Guerra Civil. El anteproyecto de Código Penal de 1938”, en Historia de los gitanos españoles (01/04/2018). Consultado el 6 de mayo de 2019.
[10] MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel. “Los gitanos, chivos expiatorios de las epidemias que afligieron a España”, en Historia de los gitanos españoles (16/03/2010). Dirección web http://adonay55.blogspot.com/2020/03/los-gitanos-chivos-expiatorios-de-las.html.
[11] “Inspección provincial de Sanidad. Vacunación antivariólica. Circular”, en Boletín Oficial de la Provincia de Palencia, nº 45 (16/04/1938), p. 2.
[12] “Gobierno Civil. Sanidad. Vacunación antivariólica”, en Boletín oficial de la provincia de Palencia, nº 34 (20/03/1939), p. 2.
[13] En Granada, su Gobernador Civil, dispuso además, que en caso de que “no lo estuvieren, sufrirán esta práctica de inmunidad en el pueblo más próximo”. En “El certificado de vacunación antivariólica será exigido”, en Patria: diario de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, nº 737 (15/12/1939), p. 5.
[14]Campaña de despiojamiento”, en Boletín Oficial de la Provincia de Palencia, nº 145 “04/12/1939), p. 2.
[15] “Sanidad. Bando”, en Boletín Oficial de la Provincia de Almería, nº 154 (12/07/1941), p. 1. Con anterioridad, en mayo de 1940 ya se había restringido la libertad de movimiento de los “gitanos y los vagabundos” que no portaran “la documentación sanitaria precisa”. En “Prevenciones contra la viruela”, Boletín Oficial de la Provincia de Almería, nº 8 (11-1-1940), p. 1.
[16] JIMÉNEZ LUCENA, Isabel. "El tifus exantemático…, p. 195.
[17] FRANCO, Francisco. Discurso ante el Instituto Nacional de Previsión el día 27 de marzo de 1942. Cit. por JIMÉNEZ LUCENA, Isabel. "El tifus exantemático ...", p. 196.
[18] ROTHEA, Xavier. Construcción y uso social de la representación de los gitanos por el poder franquista, 1936-1975 en Revista Andaluza de Antropología, 7, 2014, pp. 7-22. Disponible en http://www.revistaandaluzadeantropologia.org/uploads/raa/n7/rothea.pdf., p. 12.