Una historia, un olvido... el discurrir invisible de lo que existió y se desconoce

Este espacio pretende entender la historia como una disciplina que proporciona, tanto la información como los instrumentos necesarios para conocer el pasado, pero también como una herramienta para comprender al "otro", a nosotros mismos y a la sociedad del presente en la que interactuamos.

Conocer la historia de los gitanos españoles es esencial para eliminar su invisibilidad, entender su situación en la sociedad y derribar los estereotipos acuñados durante siglos.

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jueves, 30 de julio de 2020

MICROHISTORIA GITANA. BRÍGIDA SALAZAR Y LA INTOLERANCIA DEL MARQUÉS DE LARA (agosto de 1749)

Sobre el memorial de José Páez en que solicita la libertad de Brígida Salazar, que de orden del rey me ha remitido vuestra excelencia en papel de 23 del corriente, debo decir que por informes que he pedido y me ha hecho el Gobernador de la Sala, resulta que a esta mujer por gitana la prendió el alcalde don Francisco de la Mata; y por conocerla de veinte años a esta parte, y haberla visto siempre con otras tales, estando atenta de alguna para solicitar licencia de que transitase a otras partes. Respecto de esto, sin embargo, de la regla de que estando casada con castellano español, debe seguir el fuero de su marido. Habiendo sido su continuo hábito el trato con gitanos y sus malas costumbres, por lo que no podrá dejar de ser perjudicial; lo que se va a ejecutar con la providencia tomada, tengo por conveniente vaya al destino que está mandado. Vuestra excelencia se servirá hacerlo presente a Su Majestad para que resuelva lo que sea de su real agrado.
Madrid, 28 de agosto de 1749
El marqués de Lara a Ensenada
 
Cárcel de la Santa Hermandad de Toledo. Foto M. Martínez
COMENTARIO:
Dentro de un gran acontecimiento histórico, hay pequeñas historias que nos permiten conocer las individualidades de protagonistas invisibles, que debido a un determinado hecho histórico logran salir de su cotidianidad y silencio, para enriquecer y aportar con sus vivencias, la comprensión de un suceso más general.
A veces su repercusión queda reducida a la crónica local, pero en el caso de la Gran Redada y posterior Proyecto de Exterminio, las vivencias personales de cada una de sus víctimas, resultan fundamentales para poder profundizar en la intrahistoria de la Historia del Pueblo Gitano en particular y de la Historia Social de España en general. La suma de cada una de ellas, nos permite, no sólo conocer uno de los episodios más significativos de la persecución y represión de minorías étnicas y culturales de Europa, también nos posibilita la posibilidad de poner, a falta de rostros, nombres reales a las víctimas, y poder reclamar para ellas una reparación histórica que aún hoy en día está por hacer.
En España, la Guerra Civil de 1936-1939 ha sido fuente de numerosas historias de vida a través de reconstrucciones de historias particulares, plasmadas en bastantes ocasiones en las páginas de guiones cinematográficos y libros de carácter histórico, narrativo o literario, basados en hechos reales. Una corriente editorial que no tiene en la Historia del Pueblo Gitano en general, y en la Gran Redada y posterior Proyecto de Exterminio, su particular paralelo.
Es un todo por hacer, y solo a través de la microhistoria, a través de hechos y personajes reales, se puede situar cada una de las vivencias personales en su contexto y lugar geográfico, ayudándonos a profundizar y a comprender los acontecimientos históricos que afectaron a dichas personas. Una de ellas, Brígida Salazar, nos permite comprobar la potencialidad que la microhistoria tiene en el caso del Pueblo Gitano.
Brígida María Salazar, nacida en Salamanca; en el momento de la redada efectuada la madrugada del 30 al 31 de julio de 1749, contaba con 40 años y estaba casada con el sastre José Carreño Páez desde el 25 de mayo de 1734, ceremonia que se realizó en la iglesia de San Sebastián de la villa de Madrid. Un matrimonio mixto que hasta ese momento habían obtenido el fruto de dos hijos: Bernardo y José, de 5 y 10 años respectivamente.
Aprehendida junto con sus hijos, fueron enviados a Toledo y recluidos en la cárcel de la Santa Hermandad de esa ciudad. José, su marido, reclamó la puesta en libertad de su familia, justificando su petición a una de las disposiciones  post-redada, por la que se determinaba que las mujeres debían seguir el fuero de su marido. Y él, por su condición de castellano viejo, su mujer debía quedar con él y ser liberada. Una regla que fue fruto del aluvión de quejas que llegaron al Consejo de Castilla, en las cuales se criticaba la desproporción y el desafuero cometido con la redada realizada.
En su petición, José aseguraba que su mujer había “vivido quieta y pacíficamente” en su compañía, “sin dar la menor nota ni escándalo”, no hallándose “comprendida en ninguna provisión del Consejo, ni tener trato alguno con gitanos (…) sin pedir ni estafar, sólo atendiendo a la buena educación de sus hijos, alimentándose con mi trabajo”. Sin embargo, lo más interesante en la argumentación de su exposición, consistió en la relación que estableció entre su mujer y el alcalde Francisco de la Mata, quien había conocido a Brígida cuando era concejal del ayuntamiento salmantino. Desconocemos las causas de la animadversión de dicho alcalde, sólo según José, “con su genio intrépido por sí solo, sin haberse informado, sigue la opinión de que es gitana”, habiéndose negando a admitir información alguna para justificar su libertad.
A pesar de los esfuerzos del sastre, el marqués de Lara, nuevo gobernador del Consejo de Castilla en sustitución de Gaspar Vázquez de Tablada, determinó mantener presos a Brígida y sus dos hijos. No sería hasta el invierno de ese mismo año, cuando quedaron en libertad gracias a la Real Orden de 28 de octubre de 1749, que permitió la liberación de algo más de la mitad de hombres, mujeres y niños aprehendidos desde aquel fatídico 30 de julio de ese año. Atrás quedaron las penalidades que hubieron de pasar en la cárcel hermandina junto a otras 44 gitanas presas “por vía de resguardo”, que a causa de su actitud rebelde y destructora acabaron siendo trasladas a la cárcel municipal, y tiempo más tarde a la casa de misericordia de Zaragoza, en un trágico periplo que en muchos casos se prolongó a lo largo de dieciséis años.

jueves, 2 de julio de 2020

LA VISIÓN DEL GITANO ESPAÑOL POR LA GUARDIA CIVIL EN 1920

Constantemente tienen que ejercer su acción nuestras parejas sobre los gitanos; esa raza repartida por el mundo, pues por haberlos los hay hasta en los Estados Unidos, y por cierto de raza pura, perfectamente civilizados, ganándose honradamente la vida. Estimamos, por consiguiente, curioso servirles algunos detalles sobre ellos.
La Guardia Civil en "servicios de los caminos". Ilustración Española y Americana. Colección M. Martínez
En el fondo de la Camargue, en Francia, se alza, con aspecto de imponente castillo feudal, la iglesia de las Santas, construida por los primeros cristianos de las Galias y famosa en la literatura contemporánea porque sirvió de sepultura idílica a la Mireia, de Mistral.
En aquella iglesia se reúnen desde tiempo inmemorial los gitanos de Francia, de Italia, de parte de España, de Brabante y de otras muchas regiones de Europa. La peregrinación es anual, y su razón es que en la iglesia se encuentra la tumba de la santa de los gitanos, la parda Sara, la sierva de las tres Marías. Allí también eligen los gitanos cada cinco años su terrible rey de Coesre y su reina del Arnac .
Cuando se acercan los días de la reunión, los caminos que afluyen a la iglesia se ven llenos de caravanas de gitanos de todas procedencias. Los campesinos cierran a piedra y lodo sus casas y establecen vigilante guardia en sus corrales y en sus cuadras. Únicamente, las iglesias de los pueblos por donde pasan, tienen abiertas sus puertas, y es de oír cómo los gitanillos se gritan unos a otros:
-        ¡Mira que cirio tan, hermoso llevo a las Santas; lo he robado en la iglesia de Barbentane!
-        Pues yo lo robaré en la misma iglesia de las Santas; así lo tendré ya encendido.
Cuando llegan al pueblo donde está la iglesia que les sirve de punto de reunión, encuentran también las puertas cerradas, incluso la de la iglesia. Pero como así viene sucediendo desde tiempo inmemorial, no se extrañan ni se ofenden, sino que con sus carros, sus esteras viejas y sus lonas, arman tiendas de campaña y tenderetes y forma una verdadera ciudad de nómadas, mucho más populosa e importante que aquella en que se alza la iglesia.
Se presentan al cura, y éste hace entrar a todos los gitanos en la iglesia por una puerta medio oculta en el ábside, y los gitanos se establecen como en casa propia en la cripta subterránea, donde realizan sus misterios sobre la tumba de su santa y en medio de un secreto que nadie, ni aun la misma Iglesia, trata de penetrar.
Durante dos días y una noche, los devotos gitanos veneran a su patrona, y cuando se apagan las últimas velas de la inmensa pirámide de ellas que arman en torno de la sepultura, los congregados llaman a la puerta de hierro, cuya llave conserva el cura.
Acto seguido, cada gitano se dirige a su carro o a su caballería, y por los mismos caminos que trajo se vuelve otra vez a las comarcas por donde acostumbraba hacer su vida vagabunda.
Pero no se van sin que antes el cura eche unas gotas de agua bendita sobre cada una de las caballerías que le presentan.
Santa Sara en su santuario. Wikipedia
¿Cuántos gitanos españoles concurren habitualmente a esta extraña reunión? Boyer d'Agen los cita entre los que acuden a las Santas; pero si el hecho es cierto, se tratará de gitanos españoles de los que viven en Francia o de los que merodean por la frontera catalana.
Porque lo cierto es que el gitano español, que nosotros tenemos por típico, se diferencia muchísimo de los demás individuos de su raza esparcidos por el resto del mundo.
El gitano extranjero suele superar al español en inteligencia, en ilustración, en manera de vivir y hasta en riqueza. Borrow, en su famosa obra acerca de los gitanos españoles, transcribe la conversación que tuvo con uno extremeño llamado Antonio, el cual le refirió que, sirviendo en el Ejército, cuando la guerra de la Independencia, luchó cuerpo a cuerpo en una batalla con un soldado francés que estaba ya a punto de matarle, cuando, mirándole el español a la cara vio que era gitano también, y le gritó: "¡Zíncalo, zíncalo", al oír lo cual el otro le soltó, y llorando se le abrazó; le ayudó a curarse, llamándole hermano, y separándose ambos del lugar de la batalla tuvieron una larga conversación, durante la cual el gitano extranjero le dijo a Antonio tales cosas, que éste refería así aquel suceso:
“Me reveló tantos secretos, que bien pronto comprendí que yo no había sabido nada hasta entonces, aunque siempre me había considerado como un zíncalo muy completo; pero aquel sabía toda la cuenta, y el Bengui Lango (en gitano "el diablo cojuelo) en persona no hubiera podido decirle nada que él no supiera”.
El gitano aquel era magiar o húngaro, a juzgar por las explicaciones que dio Antonio. Esto puede servir de ejemplo de la superioridad de los gitanos extranjeros sobre los españoles.
Mientras el gitano inglés, francés, belga, húngaro o italiano suele viajar bastante por países extraños, el español sale rara vez de su patria, y aun casi de su región. Si no es contratado en alguna compañía de cante y baile flamenco, como aquella que tan famoso hizo en París el rapto de la gitanilla Soledad. Por lo tanto, se quedaría mudo de asombro al saber cómo viven algunos gitanos extranjeros que viajan en carros por el estilo de los nuestros de mudanza, y de los que sirven a las compañías ambulantes de circo, que tienen buenos caballos, que duermen en camas cómodas, que acampan en tiendas de campaña verdaderamente lujosas, que guisan en hornillas de hierro al estilo de las económicas y que visten a la moderna y con bastante lujo, sobre todo las niñas y las mujeres.
Si se llega al campamento de una de esas tribus de gitanos extranjeros de condición acomodada se encontrará todo admirable mente limpio, y las gitanas viejas, las que se hallan al frente del hogar, invitarán al forastero a tomar una taza de té y unas pastas con la misma cordialidad, aunque con más limpieza, que las gitanas del Sacro Monte de Granada pueden invitar a un transeúnte de buen aspecto a echar un trago de vino (si lo tienen) en alguna taza de barro desportillada.
También en los Estados Unidos hay gitanos, y por cierto que de la raza más pura, pero perfectamente civilizados, y ¡oh, maravilla!, que no piden ni roban, sino que se contentan con ganarse la vida tratando en Caballerías, esquilándolas, diciendo la buenaventura y trabajando en las artes del hierro, del cobre y de cestería, como sus hermanos de Europa.

COMENTARIO:
Bajo el título “Curiosidades. Gitanos españoles y extranjeros”, la Revista Técnica de la Guardia Civil describió la tradicional peregrinación a Saintes Maries de la Mer [http://www.verpaises.com/blog/2010/07/08/saintes-maries-de-la-mer-y-la-peregrinacion-de-los-gitanos/], donde en la cripta de la iglesia, junto a los restos de las dos santas se guarda también la imagen negra de la esclava Sara, conocida como Santa Sara Kali, patrona de todos los gitanos. Todo el texto desprende una visión estereotipada del gitano delincuente, cuya única misión en esta vida se basaba en el robo y la holgazanería.
Hasta llegar a esta fecha -marzo de 1920-, la Benemérita fue el principal brazo ejecutor de la ley hacia los gitanos, respecto al último resquicio de la represión heredada del Antiguo Régimen: un artículo incluido en la Cartilla del guardia civil, que aprobada por Isabel II por Real Orden de 20 de diciembre de 1845, en su título primero, primera parte, capítulo II “Servicio de los caminos, se ordenaba vigilar sus desplazamientos, propiedad de sus bienes, e incluso, observar su traje. Unas medidas que sobrevivieron a la extinta Pragmática de 1783 tras perder su vigor con la aprobación del Código Penal de 1848. Prueba de lo difícil que resultaba renunciar a la vigilancia y control del Pueblo Gitano, es que este artículo, aunque con alguna variante en 1943, logró sobrevivir hasta su completa abolición en 1978.

Desde 1845, excepto en lo referente al mencionado artículo, tanto en las diferentes constituciones, como en los códigos penales que sucesivamente se aprobaron, no se mencionó específicamente al gitano. Así ocurrió con la Ley de Vagos de 9 de mayo de ese año, predecesora a la Ley de Vagos y Maleantes de la II República en 1933. Sin embargo, a pesar de que aparentemente habían de ser tratados como los demás ciudadanos españoles, sobre el gitano se mantuvo, no solo la tradicional prevención, sino también la ejecución rigurosa que la ley permitía, debido a que el imaginario colectivo construido a lo largo de varios siglos, siguió contaminado por la estigmatización y el prejuicio.
La Real Orden de 22 agosto de 1847 precisaría aún más este artículo, autorizando a los Comisarios de Vigilancia y a los alcaldes a controlar la venta y la compra de ganado mular y caballar, a la que se insertó una comunicación dirigida al Inspector de la Guardia Civil, para “que en lo sucesivo, se obligue a todos los gitanos a llevar unido a su pasaporte, un documento para la relación expresiva del número y señas de las caballerías de su tráfico; el cual debe estar autorizado por los comisarios de protección y seguridad pública, o en su defecto, por los celadores del mismo ramo, y a falta de éstos, por los alcaldes de los pueblos, debiendo anotarse en otro documento los cambios, compras y ventas que sucesivamente se verifiquen, en la inteligencia de que no los cumplan con estos requisitos, sufrirán el decomiso de las caballerías que se le encontrasen, las cuales quedarán a disposición de las autoridades a fin de averiguar su procedencia”.
Esta sería la última disposición real que citara de forma expresa al gitano, donde la presunción de culpabilidad se resistió a desaparecer, sin tener en cuenta que en su mayor parte, el gitano se hallaba asentado viviendo del fruto de su trabajo, se le seguía obstinadamente considerándole una comunidad “sin arraigo de ninguna especie ni amor al trabajo”. Una convicción que se estamparía en la circular del Ministerio de la Gobernación de 23 marzo de 1848; alguna de cuyas medidas se incluirían en el código penal de ese año, dentro del título VI dedicado expresamente a la represión de vagos y mendigos, y que se castigó con penas de “arresto mayor”, “prisión correccional” y “sujeción a la vigilancia de la Autoridad”. De esta forma, los gitanos quedaron equiparados a las figuras penales de ladrón y vago, sin que fuera preciso mencionar los en dicho Código, donde los vagos quedaron conceptuados a aquellos “que no poseen bienes o rentas, ni ejercen habitualmente profesión, arte u oficio, ni tienen empleo, destino, industria, ocupación lícita, o algún otro medio legítimo y conocido de subsistencia”. Unos presupuestos en los que fácilmente podían encajar los gitanos.
No es de extrañar pues, que en julio de 1849, Isabel II transigiera en la aprobación de las medidas “enérgicas y convenientes” propuestas por el Gobernador Civil de Jaén, destinadas a impedir “a todo trance”, los robos de caballerías que se efectuaban por entonces en aquella provincia. También, el gobernador murciano, no tuvo reparos en presuponer “que la mayor parte de estos robos se verifican por los denominados castellanos nuevos o gitanos”, para lo que dispuso varios puntos a cumplir, refiriéndose el octavo, a que:

Todo gitano que se encuentre viajando sin pasaporte será arrestado y conducido a mi disposición por tránsitos de justicia. De la misma manera, será tratado al que se le encuentre con pasaporte que no esté expedido a su nombre, el cual será entregado además al tribunal competente. Otro tanto se hará con los individuos que sin ser gitano» los acompañen. Y a fin de que llegue a conocimiento de todos he dispuesto se inserten en el Boletín oficial, estas disposiciones, fijándose además copias de esta circular en los parajes acostumbrados, encargando la ejecución de ella a los Alcaldes de los pueblos de esta provincia, destacamentos de la Guardia civil y al Comisario, Celadores y Salvaguardias del cuerpo de protección y seguridad pública”.

En cuanto al Gobernador Civil de Talavera de la Reina, en agosto de 1849, so pretexto de estar “resuelto a limpiar su distrito de ladrones y gente sospechosa”, comenzó como ya hiciera la Santa Hermandad de dicha ciudad, a realizar salidas junto con su sucesora: la Guardia Civil, a fin de “expulsar a los gitanos, buhoneros, quinquilleros y otras personas de mal vivir”, tuvieran o no “residencia en algún pueblo, o ya se presenten en ambulancia”. Una medida que fue aplaudida desde el diario La Esperanza, desde cuyas páginas se animó a “los demás jefes civiles del reino” a ejecutar la misma medida con idéntica “actividad, celo y perseverancia”, por considerar “que de otro modo no es fácil acabar con esa canalla, la cual continuará su vida vagabunda en otros distritos en donde halla todavía tolerancia, y volverá al de Talavera en cuanto cese el rigor con que justamente se la persigue”.
Diego de Gracia ilustró de forma estereotipada al gitano en la Revista Técnica de la Guardia Civil. Colección M. Martínez
En unas “Crónicas ilustradas de la Guardia Civil”, cuya segunda edición apareció en 1865, se volvió a relacionar al gitano con la delincuencia, asegurando que “un pilluelo no se convierte en un ser maligno y terrible hasta que aprende el caló, lenguaje que lleva a su infame inteligencia el conocimiento de todo un arte de guerra social”. Precisa el libro que las principales palabras del caló significan “justicia, morir, hambre, espera, sangre, matar, huir, cárcel, juez, verdugo, borracho, engañar, mala mujer, degollar, causa, necedad, noche, robar, palanqueta, ganzúa, dineros, horca”.
El 8 de septiembre de 1878, el ministerio de la Gobernación volvió a incidir en el asunto de las guías de caballerías, disponiendo la obligación de que los gitanos poseyeran dos documentos por cada animal que tuvieran para poder justificar su propiedad. En uno, la cantidad y las características de cada uno de estos animales; en el otro, la venta, compra o intercambio que se hubiera producido con ellos. En caso de carecer de ellos, los animales eran requisados y los gitanos detenidos.
El trámite que a continuación se debía seguir para poder recuperar las caballerías se abría con la publicación de las señas generales y particulares de las caballerías depositadas en el Boletín Oficial de la provincia, requiriendo a los que se consideran sus dueños, las reclamaran en el término de treinta días. En caso de no hacerlo se procedería a su tasación y posterior la venta en subasta pública. Y, aunque durante los seis meses siguientes al día de la subasta todavía se podría alegar y justificar su derecho como dueños de las caballerías vendidas, los gitanos difícilmente podían ejercerlo por su indefensión respecto a la carencia de habilidades sociales propias de la sociedad no gitana.
Son estos años en los que la presunción de culpabilidad se vio reforzada por la corriente criminalista que desde finales del siglo XIX, que relacionaba la ociosidad y la vagancia con el crimen, que confería al gitano una presunción de culpabilidad, y en el caso español de un déficit de inteligencia respecto al resto de gitanos del mundo; muchos de los cuales se mantenían en un nomadismo que se acrecentó en vísperas de la Primera Guerra Mundial y que produjo una fuerte inmigración en nuestro país. Este incremento fue bien constatable desde comienzos del siglo XIX, lo que motivó  un mayor control por parte de la Guardia Civil y guardas municipales, expulsar a todas las familias de gitanos que acampaban periódicamente en barrios como el de las Peñuelas en Madrid, donde en el verano de 1909, la Benemérita desarrolló su habitual estrategia para deshacerse de ellos por medio de una actuación combinada de las demarcaciones más próximas. Todo empezaba cuando la de Las Peñuelas, sobre las dos de la madrugada, recorría el lugar y obligaba “a todos los cañís a levantar sus petates, haciéndoles marchar hacia la otra ribera del Manzanares”. Una hora más tarde, los guardias pertenecientes al puesto de Carabanchel, aparecían casi dar tiempo a que hubieran acampado, y “sin contemplaciones de ningún género, los obligan a marchar de allí en dirección al sitio en que fueron sorprendidos por las fuerzas de las Peñuelas. De esta forma, los gitanos se pasan toda la noche caminando” desistiendo a volver al día siguiente, “yéndose a otro sitio más seguro donde sentar sus reales”.
A lo largo del siglo XX, los gitanos no fueron objeto de ninguna legislación particular; en teoría, debieron cumplir las mismas obligaciones de los demás españoles, como la de avecindarse y subvenir a las cargas públicas, sin que se les impidiera sobre el papel, gozar sin restricción alguna, de todos los derechos derivados de la ciudadanía. Sin embargo, en la práctica, estos derechos no se les respetaron, según Pabano, por la “malquerencia” que aún persistía hacia ellos. La presunción de culpabilidad se mantuvo por seguir considerándolo un delincuente potencial, y como tal lo contempló la Guardia Civil, un cuerpo de seguridad que heredó de la Santa Hermandad, la protección de una parte de la sociedad frente a otra catalogada como un peligro social, y sobre la que ejerció un represión fundamentada en la defensa de los derechos y las obligaciones de los españoles.