Una historia, un olvido... el discurrir invisible de lo que existió y se desconoce

Este espacio pretende entender la historia como una disciplina que proporciona, tanto la información como los instrumentos necesarios para conocer el pasado, pero también como una herramienta para comprender al "otro", a nosotros mismos y a la sociedad del presente en la que interactuamos.

Conocer la historia de los gitanos españoles es esencial para eliminar su invisibilidad, entender su situación en la sociedad y derribar los estereotipos acuñados durante siglos.

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lunes, 16 de marzo de 2020

Los gitanos, chivos expiatorios de las epidemias que afligieron a España

Los gitanos, a través de la Historia, han sido objeto de repulsión y desconfianza. Han sufrido directamente las consecuencias derivadas de las crisis sanitarias provocadas por epidemias como la peste. Acusados de innumerables males, su presencia era vedada en cada ocasión que se declaraba esta mortífera enfermedad. Así ocurrió por ejemplo en Lorca, cuyo cabildo, al constatar cómo un numeroso grupo de gitanos había acudido a la celebración de la fiesta del Corpus, acordó el 7 de julio de 1601 bajo el pretexto del riesgo de contagio, “que los gitanos de esta ciudad se salgan de ella”, para lo que se concedió un plazo de dos días, “porque si así no se hace y cumple, serán causa los dichos gitanos de que esta ciudad enferme de pestilencia”. Una precaución que en realidad escondía el verdadero motivo: el de evitar “otros grandes inconvenientes que traen consigo”. Una presunción basada en los prejuicios negativos que habían venido difundiéndose a lo largo de todo el siglo XVI, y que posteriormente seguirían siendo difundidos por arbitristas y procuradores en Cortes.
De esta forma, de la identificación del gitano como transmisor de enfermedades, se acabó pasando a relacionarlo con todo mal contagioso existente, haciendo que el gitanismo en sí mismo, pasara a ser un tipo de enfermedad que debía ser combatida y extirpada. Surgieron así diversas propuestas encaminadas a atajar la difusión de la enfermedad.
Entre otros planteamientos y memoriales, podemos citar dos casos bien significativos. El primero, inserto en el memorial del sacerdote Manuel Montillo de Salas, elevado al rey en mayo de 1674, pretendió explicar el fracaso de las leyes antigitanas promulgadas hasta entonces, pidiendo se tomaran las medidas oportunas:
A mí me parece que cuando se hicieron dichas leyes se consideraron estos daños, y poco fruto o ninguno de esta gente; y ahora con más fuertes razones, instan los mismos daños y peligros, para que Vuestra Majestad cuando no por lo grande de mi persona que le da este aviso que del servicio de Dios nuestro Sr. y de Vuestra Majestad, sino por las causas justas que le asisten y conveniencias de estos reinos y de vasallos de Vuestra Majestad, se sirva de poner el remedio conveniente en atajar este contagio y peste de esta gente en estos reinos que yo ofrezco como indigno sacerdote rogar a su divina majestad, en quien confío que disponga lo que convenga a su santo servicio, y en mis pobres sacrificios y oraciones por Vuestra Majestad como dichas y obligación de todos los sacerdotes, para que encamine los ánimos de los del Consejo de Vuestra Majestad al eficaz remedio de todo”.
El otro botón de muestra lo dio la Junta de Gitanos que se convocó en septiembre de 1749, a fin de decidir lo que se había de hacer con aquellas víctimas gitanas capturadas con ocasión de la Gran Redada de ese año. Analizada  la situación, se reconoció el exceso que se había cometido con todos aquellos que habían “vivido arreglados”; si bien, siguió reafirmándose en que “todos los gitanos y gitanas son peste de la república por sus vicios y malas inclinaciones, sin sujetarse por regla general a una vida cristiana y útil”.
Mujeres gitanas presas en Les Corts
Aún en el siglo XX, los gitanos siguieron estando en el punto de mira de cuantas campañas de prevención se establecían, sin dejar de tratarles como unos apestados, a los que había que controlar y practicar medidas profilácticas de carácter sanitario. Por ejemplo, por una circular del Gobernador Civil de Albacete publicada en 1918 en el Boletín Oficial de aquella provincia, se dictaron reglas para evitar la propagación del tifus exantemático, para lo que se creaba un servicio especial de “vigilancia de los pordioseros, vagamundos, gitanos, emigrantes pobres y gentes ambulantes desaseadas”.
También, en ese mismo año, el foco de la gripe española que asoló Zamora, fue achacado injustamente a una familia gitana, concretamente a “un gitanillo atacado de viruelas", a cuya puerta se colocó un cartel de aviso. También, tras la finalización de la Guerra Civil, desde noviembre de 1939 y bajo el pretexto de combatir el tifus exantemático, los gitanos fueron objeto de redadas para ser internados en centros que no cumplían las mínimas condiciones para su estancia y tratamiento (Ver https://www.publico.es/politica/memoria-publica/franquismo-racismo-franquista-dictadura-ordeno-despiojar-gitanos.html). Una disposición que el Gobernador de Palencia justificó entonces, por el hecho de ser gente vagabunda y descuidada en “su limpieza personal o familiar”, que por “su frecuente caminar, de uno a otro rincón, pueden ir sembrando su paso de piojos, si en su vivir andariego no rinden el culto debido al agua y al jabón”.
De esta forma llegamos a la actualidad, donde la Historia nos sigue pisando los talones. Buena muestra de ello es la crisis del COVID-19, el llamado coronavirus, el cual vuelve a resucitar y empozoñar viejos fantasmas (Ver https://www.newtral.es/la-guardia-civil-niega-que-un-grupo-de-vecinos-gitanos-de-haro-hayan-rechazado-seguir-los-protocolos-de-sanidad/20200310/)

PARA AMPLIAR: “ODIO ANTIGITANO. El COVID-19 y el virus del racismo”, en https://ctxt.es/es/20200302/Firmas/31328/coronavirus-racismo-gitanos-haro-rromani-pativ.htm

domingo, 8 de marzo de 2020

Agosto de 1752, las gitanas protagonizan una de las primeras huelgas de trabajo realizadas en España por mujeres

Cuando en el siglo XVIII se comenzaba a vislumbrar cambios significativos en la posición, presencia y relaciones sociales de las mujeres en ámbitos como la lectura, la escritura o la sociabilidad, las mujeres gitanas debieron desplegar en cambio, todo un repertorio de estrategias de supervivencia, especialmente cuando fueron víctimas del proyecto de exterminio biológico de 1749. Un acontecimiento que significó la pérdida de su libertad, de su familia y hasta de su identidad gitana.
El origen de esta drástica medida, basado en el intento de eliminar de “raíz” al pueblo gitano de la sociedad española por medio de la separación forzada de hombres y mujeres para evitar su reproducción, se justificó en base del estereotipo negativo que empezó a acuñarse desde la segunda mitad del siglo XIV, y que la misma Corona había reforzado a través de numerosas disposiciones asimiladoras y represoras, con las cuales estigmatizó y criminalizó su forma de vida, convirtiendo a este colectivo étnico y cultural, en el chivo expiatorio de la mayor parte de los males que aquejaron a la España de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Dicho proyecto de exterminio dio comienzo con la redada efectuada la noche del 30 de julio de 1749. En total, alrededor de nueve millares de personas gitanas fueron presas y encerradas en lugares improvisados con todo tipo de carencias y padeciendo todo tipo de enfermedades, en espera de los destinos que el rey determinara darles.
Los varones -de siete años arriba-, por indicación de Ensenada pasaron a los arsenales peninsulares como peones del plan de revitalización de la Armada emprendido por el marqués; las mujeres con sus hijos menores de siete años, quedaron en primera instancia en lo que se llamó “depósitos provisionales”, en espera de un destino, pues Ensenada, desbordado por la improvisación, no había previsto dónde instalarlas.
Gitana hilando junto a una cueva del Sacromonte.
La Ilustración Española y Americana, 1880. Colección M. Martínez
Durante la prolongada estancia en estos centros de detención, las mujeres sufrieron todo tipo de calamidades, donde el hambre, las enfermedades y la desesperación fueron la nota predominante. En el caso de las andaluzas, padecieron un cruel periplo que les llevó a recorrer diferentes ciudades hasta quedar en Málaga, de donde tras más de dos años de estancia, 652 mujeres y niños pequeños fueron embarcadas con destino a Tortosa, para desde allí, dirigirse a Zaragoza y quedar recluidas en la casa de misericordia “Nuestra Señora de Gracia”, en un edificio especialmente construido para ellas, al objeto de mantenerlas separadas del resto de personas asiladas. Si bien, en ocasiones se les permitiría a las muchachas gitanas, compartir en los talleres, amistad y trabajo con las pobres de la Casa, hasta que incomodado el vicario de la institución ante “la desenvoltura” con que se trataban unas y otras, se empeñó desde octubre de 1756 en impedir su comunicación en el patio los días de fiesta; y, aunque entonces no logró su propósito, finalmente en mayo de 1760, consiguió que la Junta Rectora de la Casa, considerara poco “conveniente su trato” con el resto de mujeres, incluso durante el horario laboral, con el ánimo de contrarrestar la “insubordinación ideológica” que las gitanas emplearon a partir de rumores, chismes, canciones, gestos, parodias y burlas chistosas utilizadas con el fin de socavar la autoridad de los regidores y demás responsables de su custodia.
La jornada de trabajo impuesta a estas mujeres, cumplió un régimen rígido y cotidiano que pretendió mantenerlas ocupadas el mayor tiempo posible, en base a la idea de que la ociosidad era el origen de un innumerable número de males y amenazas para el orden social. Para su control, se les asignaron “personas a propósito” para aplicarles “blandamente (…) a un leve trabajo”, y aprender así un oficio con el que poder obtener pequeños ingresos y “alguna utilidad a la Casa” con la que contribuir a su manutención.
El regidor Juan Terán fue el primero en emplearlas en hilar lana y cáñamo a cambio de una “gratificación de cuatro dineros al mes a cada una”. Sin embargo, esta pequeña remuneración supuso un agravio comparativo respecto al resto de las mujeres de la Casa, por cuanto esta cantidad era sensiblemente inferior a la que recibían las “pobres” por el mismo trabajo; y, aunque las gitanas protestaron, se mantuvo dicha diferencia, creando tal descontento, que cuando en agosto de 1752 se atrasó dicho pago, se produjo un fuerte alboroto de quejas y negativas a trabajar, que solo fue sofocado con la promesa de darles “con puntualidad la gratificación que les compete por lo que trabajen, sin quitarles cosa alguna”.
No sería el último motín que protagonizarían estas mujeres, más bien podemos decir que el motín se convirtió en cotidiano, como parte de una estrategia de resistencia, que buscaba el desaliento de la Junta Rectora de la Casa y su ruina económica a través de continuos destrozos en ropas, vajilla, mobiliario etc. Una actitud que dicha Junta intentaba cortar por medio de la retirada de incentivos económicos o castigos como el llevado a cabo en agosto de 1757, cuando se separaron a las muchachas de sus madres, por creer que esta incomunicación sería más efectiva que cualquier castigo corporal o retirada de privilegios. Las gitanas, aunque volvieron a amotinarse y dejar de trabajar,
los regidores se mostraron inflexibles durante casi una semana, hasta que las muchachas, sintiéndose “oprimidas y sin comunicación”, decidieron disculparse por “su exceso y lo mal que habían obrado”, suplicando volver a su habitación y trabajar con la misma gratificación mensual que recibían, además de “alguna cosilla de poca entidad, sin gravar a la Casa”. También las gitanas adultas pidieron “perdón de sus excesos y en el obrar”, prometiéndole al marqués “estar siempre obedientes” y trabajar, cediendo incluso “la mitad de lo que trabajasen a beneficio de la casa”.
Esta sumisión consistió no obstante en una estrategia más, que respondió a la dinámica estructural de recompensas y castigos, en la que en ocasiones, es más prudente consentir superficialmente en espera de mejores tiempos. Así, aparentemente arrepentidas, la incomunicación quedó revocada y se recuperó el contacto personal entre madres e hijas. No pasaría mucho tiempo para que los regidores pudieran comprobar cómo las gitanas volvían a recuperar sus deseos de “volver a su libertad” y mostrarse “tan resueltas y aun despechadas” como antes; de tal forma, que era “raro el día” que no cometían “uno u otro atentado”.
La siguiente reivindicación laboral consistió en la exigencia de que se les abonase en efectivo, la cantidad que la casa de misericordia recibía del rey para su manutención. Una pretensión que fue considerada como “disparatada” por los regidores, pero que en el fondo, obedecía al intento de conseguir independencia económica para gastar estos ingresos en lo que les apetecieran. Aunque escasos, estos incentivos, les proporcionaron una pequeña autonomía económica, pero también, contribuyeron a un aumento de su autoestima, conscientes de sus buenas capacidades hacia el trabajo y la alta productividad que resultaba de su quehacer. Una labor que finalmente fue reconocida, al permitirles emplearse en la confección del vestuario de los pobres de la Casa, para lo que hubo de aumentarse el espacio y el número de telares de lana y paños bastos, con tan buenos resultados, que meses más tarde se permitió que “las pobres de la casa” instruyeran a las muchachas; y que, la Compañía de Comercio, satisfecha porque “estas chicas se disponían bien”, pidiera se les devolviera la gratificación que se les había retirado y darles ropa más adecuada. Sin embargo, la Junta Rectora solo aceptó darles “alguna cosa” y pagarles los cuatro dineros que cobraban anteriormente, cantidad sensiblemente inferior a los veinte reales mensuales que recibían las muchachas pobres de la Casa, con lo que consolidaba una explotación laboral que se mantendría hasta el final del cautiverio.

Los éxitos obtenidos por medio de su actitud contestataria, acabaron haciéndoles tomar conciencia de cómo de forma colectiva, podían consolidar los derechos derivados de su trabajo y de sus demás obligaciones. Así, en su continua reivindicación por salvaguardar su identidad étnica, su trabajo digno y sus valores culturales, lograron crear una complicidad que afianzó su espíritu de superación, su autoconfianza y la solidaridad grupal; de tal forma, que cada uno de los actos individuales de rebeldía acabó convergiendo en un proceder mancomunado, sin que las represalias económicas y corporales pudieran impedir la experiencia liberadora que suponía su indocilidad, expresión de su reivindicación para la recuperación de su dignidad, de su libertad, de su familia y de su modo de vida.

FUENTE: MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel. "Clamor y rebeldía. Las mujeres gitanas durante el proyecto de exterminio de 1749", en Historia y Política, nº 40, pp. 25-51.

Para saber más:

domingo, 1 de marzo de 2020

DECLARACIÓN DE LUIS MALLA, FORZADO EN LAS MINAS DE ALMADÉN, ANTE EL JUEZ VISITADOR MATEO ALEMÁN (1593)

DECLARACIÓN DE LUIS MALLA, FORZADO EN LAS MINAS DE ALMADÉN, ANTE EL JUEZ VISITADOR MATEO ALEMÁN (1593)

Por la puerta de la izquierda, los forzados accedían
a las minas desde la cárcel. Foto M. Martínez
“En lo que toca al trabajo que se les da ahora de presente, no es demasiado, porque trabajan de sol a sol y a medio día se les da una hora de holgar, y aún dos para que coman y descansen. Y que habrá más de tres años que éste que declara conoció en la dicha fábrica un capataz que se llamaba Luis Sánchez, que era de Chillón, a lo que cree este testigo, el cual vio que daba demasiado trabajo a los dichos forzados y les hacía que trabajasen en los tornos de agua, que es el trabajo mayor que hay en la dicha fábrica, y les hacía sacar entre cuatro forzados 300 zacas de agua sin cesar, y al que ellos se cansaba antes de cumplir la dicha tarea y acabar de sacar las dichas 300 zaques de agua, los sacaba fuera de la dicha mina y los hacía azotar cruelmente a la ley de la vayona con un manojo de mimbres hasta que se quebraban los mimbres y les saltaba la sangre. Y en especial vio este testigo que a un forzado que estaba en la dicha fábrica que se llamaba Domingo Hernández, que era de Castilla la Vieja, no se acuerda este testigo de qué lugar, el cual tenía la boca llena de llagas muy dañadas del azogue y humo, de manera que porque no se le cerrase la boca, traía de ordinario en ella un canuto de caña, y no podía comer sino muy poca cosa por no poderlo meter en la boca, y andando el dicho Domingo Hernández en los dichos tornos del agua trabajando como hombre flaco y falto de virtud desmayo, y el dicho capataz Luis Sánchez, lo sacó fuera dos veces en un día y lo azotó cruelmente, porque aunque este testigo le oyó decir al dicho Domingo Hernández y a las demás personas que a la sazón estaban en la dicha fábrica, y fue público y notorio en ella, y el dicho Domingo Hernández dijo a este testigo y a los demás forzados, estando en la cárcel de la dicha fábrica que pidiéndole al dicho Luis Sánchez que no lo matase por amor de Dios, respondió: vos pagaréis aquí en este mundo y yo lo iré a pagar en el otro; y mientras el dicho el dicho Luis Sánchez fue vivo pasaron mucha malaventura los dichos forzados, y queriendo arrendar los tornos algunos trabajadores para sacar el agua, el dicho capataz Luis Sánchez no lo consentía, sino que los tirasen los forzados, y este testigo le conoció ser capataz y mandar en la dicha fábrica tiempo de un año poco más o menos, y ha oído decir este testigo públicamente que estuvo mucho tiempo, y a este testigo el mismo día que vino a la dicha fábrica lo metió a tirar el torno, y porque no lo acertó a tirar, como no sabía, como nuevo (que era), lo sacó afuera y lo azotó con unos mimbres a la ley de la vayona”

FUENTE: BLEIBERG, Germán (1977). “El informe de Mateo Alemán sobre el trabajo forzoso en las minas de Almadén”. Estudios de Historia Social; p. 397.






COMENTARIO:
Las minas de Almadén, explotadas desde muy antiguo, se reactivaron en 1554 con el descubrimiento de plata en América y la aparición del método del patio para la amalgama del azogue. A partir de 1566, la explotación fue arrendada por la Corona española durante más de un siglo a la familia Fugger, unos banqueros alemanes que fueron conocidos en Castilla con el nombre de “Fúcares”. Entre otras ventajas, se les autorizó a aprovecharse de la mano de obra barata que ofrecían los reos que eran condenados a galeras por los diferentes tribunales. Un contingente que aumentaba o disminuía en función de las necesidades del azogue.
Las condiciones del trabajo que debían realizar los forzados eran tan duro y peligroso, que el mismo Consejo Real tuvo reparos en 1570 a mantener el envío de galeotes a Almadén, dado que a dicho Consejo le constaba el “riesgo de la salud y de la vida con que sirven los reos condenados a la mina de Almadén”; motivo por el que determinó que no cabía “en los términos de justicia, alterar a los reos la pena que tienen ejecutoria”, ya que habían adquirido el derecho de no conmutárseles una pena considerada menor por otra mayor, como era el caso de la de Almadén.
Entrada a la galería llamada "Caña gitana", una denominación
que revela una importante presencia gitana en las minas
Foto M. Martínez
Desde fechas tempranas, la presencia gitana fue constante. Sabemos que en 1567 se recibió en Almadén, una cadena de cinco galeotes procedentes de la cárcel de Toledo. Más tarde, en 1593, Mateo Alemán, en su visita a las minas halla tres gitanos entre los 14 forzados existentes. Uno de ellos, Francisco Hernández, es el que se encuentra en peores condiciones de todos los galeotes existentes. Tan mal estaba que ni siquiera le pudo interrogar, por parecer “estar tonto y fuera de juicio”, lo que no era nada extraño dadas las extremadas condiciones de vida en que se desenvolvían sus condenas, prácticamente unas penas de muerte en diferido.
Normalmente, los forzados trabajaban de sol a sol, excepto cuando se les alargaba la jornada laboral en perjuicio de su descanso. Sin embargo, lo peor de la estancia en Almadén no era el duro trabajo, sino el riesgo que para la salud comportaba, el realizarlo en unas pésimas condiciones. Efectivamente, el trabajo en un yacimiento de azogue no mejoraba al del remo de las galeras, pues además de arriesgado y penoso, era completamente nocivo para la salud, especialmente a través de la inhalación de los vapores del azogue, que hacía enfermar mortíferamente a los forzados; y en el mejor de los casos, alteraba su sistema nervioso, provocando temblores en todo el cuerpo y la pérdida de la razón.
En 1644, los Fugger construyeron un túnel que comunicaba la vieja cárcel de forzados con la mina del pozo. Desde ese momento, éstos no volvieron a ver la superficie ni respirar aire puro. En 1749, con ocasión de la redada general de gitanos, los que en ese momento se hallaban en las minas, quedaron retenidos hasta que fueron indultados años después. Finalmente, el 22 de mayo de 1799, el rey Carlos IV accedió a la propuesta formulada desde la Junta de Gobierno de las Minas, para no admitir ningún otro condenado a los trabajos de éstas.