REVISTA ALHÓNDIGA, nº 40, septiembre/octubre 2023, pp. 27-29.
Hechicería gitana en Granada. El caso de Rita Torres ante la Inquisición (1742-1747)
En principio, la
Iglesia, más preocupada por la cuestión morisca y judía, apenas se ocupó de los
recién llegados egipcianos, no siendo hasta bien entrado el siglo XVI, cuando
comenzó a prestar atención a las quejas dirigidas desde varios sectores
eclesiásticos, concretamente, sobre el abuso que cometían de hacerse pasar por
peregrinos, con la sospecha de practicar el cristianismo de forma superficial y
no sincera; causas por las que se acabó considerando necesario su control y
corrección.
Fue a
lo largo del siglo XVII, sobre todo entre 1656 y 1794, cuando las acusaciones
de hechicería gitana llegaron a constituir tres de cada cuatro procesos. Según
María Helena Sánchez Ortega, el Tribunal de la Inquisición de Granada fue el
que procesó a un mayor número de personas gitanas; lo que corrobora Rafael
Martín Soto, al contabilizar cincuenta y nueve causas de hechicería gitana,
casi en su totalidad protagonizadas por mujeres.
Los
inquisidores, consideraron a las hechiceras gitanas como simples estafadoras,
algo que reconocería Rita Torres, confesando que para sus prácticas hechiceras utilizó,
como otras tantas gitanas, diferentes estratagemas para obtener de los más
ingenuos algún beneficio material o monetario. Igualmente, aunque la
característica principal de los hechizos gitanos, consistió en la práctica
inexistencia de pactos realizados con el diablo, Rita Torres lo incluyó junto a
una mezcla de oraciones pseudocristinas
y diferentes productos como huesos, ropa, alfileres, escoba, velas de sebo y
otros objetos que consideró necesarios para el hechizo; con todos los cuales
aseguró, podía influir en la voluntad amorosa de un mercader, matar al marido
de una de sus clientes y encontrar un tesoro de monedas de oro y madejas de
seda.
Su
historia comienza el 17 de octubre de 1742, cuando ante el Santo Oficio de la
Inquisición de Granada, compareció por una delación formulada por Feliciana
Martínez Bravo, y por la que se le formularon cargos por hechicera y buscadora
de tesoros. De Rita sabemos que era originaria de Guadix, y que se había
domiciliado en Granada, donde se hallaba casada con Fernando Maldonado, también
gitano y de oficio esquilador. Según la descripción de uno de los testigos,
era: “gitana, mediana de cuerpo, morena, oreja cortada y de unos 28 a 30 años. El
hecho de estar desorejada, indica la aplicación de una pena corporal en un
pleito anterior que desconocemos.
Feliciana
relató cómo llegó Rita a su casa y le preguntó “que si quería sacar un tesoro
que había en su cueva”. El problema era que se hallaba encantado y que precisaba
de la ayuda de “una mora amiga que era mágica”. La promesa de riquezas captó la
avaricia de la mujer, quien aceptó “lo sacase con tal que no tuviera ella que
gastar un atraso”. A ello respondió Rita que sólo quería su permiso, tras lo
cual, acordó volver en dos días, pasados los cuales, Rita confesó ser “la
mágica que le había dicho y que la habilidad la había heredado de sus padres”,
asegurando haber estado “en Berbería por dicho arte mágico aquella noche” para hacer
varias “velas de sebo de moros”, las que había escondido en el cerro de San
Miguel por ser necesarias para sacar el
tesoro. En esto, Diego Avendaño, hijo de Feliciana, entró en la casa, y montando
en cólera, advirtió a su madre que todo era un engaño. Rita entonces, hubo de
echar mano de un plan de contingencia para demostrar su habilidad mágica: el del
pliego de papel con tinta invisible. Así lo refirió ella misma ante el
tribunal:
“que
habiéndose ido la reo a su casa, esta compró un pliego de papel y un poco de
alumbre, y pintó en él medio pliego una figura de hombre con una orza pendiente
de su mano, y después la dejó secar y a las tres, volvió a la casa de dicha Feliciana,
y preguntándole si había llevado dicho pliego de papel, y respondió que sí.
Pidió un librillo con agua, partió el pliego por medio, y escondiéndolo con
cautela, echó la reo el papel que ella llevaba prevenido, y lo echó en el
librillo y apareció en el agua lo que había pintado, teniendo esta particularidad
la pintura que se hace con azufre, que no se percibe sino en el agua, y
mientras dura la humedad”.
En el
papel, Rita dibujó a “un diablo pintado que tenía una orza asida de las asas, y
debajo unos renglones que decía, si haces lo que esa mujer te dice, tendrás
fortunas dichosas”. El hijo, sin embargo, no se dejó engañar y cogió el pliego
para presentarlo ante la Inquisición para denunciarla, pero dibujo y escritura
habían desaparecido. No obstante, el ardid no convenció a Feliciana, quien al
ser requerida por Rita para que le diera dos pesos con objeto de proseguir el
desencantamiento, se negó, haciendo desistir a Rita de continuar el supuesto
desencantamiento.
Posteriormente,
en mayo de 1746, una tal María de Orta, delató ante la Inquisición “que queriendo
Rosa de Nájera matar a su marido Francisco Rodríguez para casarse con otro”,
acudió a Rita, “para que esta, con la habilidad que tenía, le quitarse la vida”.
Rita explicó a Rosa, “que para que fuese más pronta la muerte, le daría un
carbunco”; y que para “la quisiese el sujeto que dicha Rosa quisiera”, para lo
que en este caso, debería darle un hueso de gato aderezado por ella misma, además
de tener prevenido el día siguiente, una porción de: harina, carbón, nueve
pesetas, un espejo, un pañuelo, dos alfileres gordos y una mortaja. A lo que
añadió también una escoba y una camisa, con las que formar una especie de
muñeco, en que debía clavar un alfiler gordo “por medio de la escoba”, para
empezar a provocar “el accidente” que debía sufrir el marido, debiendo Rosa
continuar el hechizo hundiendo el alfiler “cada día un poquito, hasta los tres
días que lo entrase del todo”.
Al día
siguiente, Rita volvió para realizar una nueva ceremonia, en la que al mismo
tiempo que recitaba varias oraciones dirigidas a María y a Lázaro, hizo una
torta con la harina que le había pedido, y en la que introdujo las nueve
pesetas y dos alfileres. Un hechizo con el que prometió, lograría “que un
mercader quisiera mucho a la dicha Rosa”, así como la muerte de su marido. Y
para completar el sortilegio, entregó a Rosa los dos huesos de gato negro, “que
la noche antes los había aderezado y dejado en depósito al enemigo, junto al señor Miguel, el Alto”, a donde se había de
llevar la torta, la escoba y la mortaja, y que ella no podía hacerlo por estar
embarazada y ser:
“preciso
que el enemigo hubiera de tener tres actos canales con la que llevase la torta.
Uno aquel día al tiempo de entregarlo al enemigo,
otro al siguiente día; otro al tercer día, diciendo una oración en la que se
llamaba al enemigo, para que viniera.
Y que el primer día entregaría el enemigo
los dos huesos de gato negro, uno para la dicha Rosa y otro para esta testigo”.
Como
esperaba Rita, Rosa y María Orta declinaron “asistir a semejantes lances”, por
lo que se ofreció a llevar todo para no
volver “a aparecer más”; si bien, me mantuvo en Granada, ya que en ella fue presa
y puesta en las cárceles de la
Inquisición, acusada de ser “de mala vida” y andar “continuamente engañando con
estos embustes”. A mediados de septiembre de 1746, a pedimento del fiscal, los
padres calificadores Carvajal y Pineda, dijeron que el proceso contra Rosa
contenía: “embustes, sortilegio y práctica en ellos cualificados con pacto
implícito y sospecha de explícito, con inducimiento a trato deshonesto con el
demonio. Y a la reo provet iacet, la juzgaban por sospechosa de Leví infide”. Votada la prisión, se
ejecutó en 27 de febrero de 1747.
Ante la
seriedad de las acusaciones, especialmente en lo relativo al pacto con el
diablo. Rita confesó que todo lo hizo para engañar y sacar dinero con el fin de
“socorrerse, sin ánimo de ejecutar cosa supersticiosa. Y que todo lo demás de
la acusación era falso”. Reconocida por un médico y un cirujano el 28 de abril
de 1747, estos dijeron que se hallaba “preñada en cinco meses, por lo que no
estaba capaz de tortura, azotes, ni vergüenza pública”, así como de ningún otro
tipo de pena aflictiva. La causa, sin embargo, al hallarse incompleta, no
sabemos la suerte que finalmente corrió Rita Torres.
Fuentes:
Archivo: Archivo Histórico Nacional, Inquisición, leg. 3728, exp. 176.
MARTÍN SOTO, R. Magia e Inquisición en el antiguo reino de Granada, Málaga:
Arguval, 2000.
SÁNCHEZ ORTEGA, M.H. La Inquisición y los gitanos, Madrid: Taurus, 1988.
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