Juan Cortés Bermúdez, vecino del lugar de Turre de esta jurisdicción. Ante vuestra merced como más haya lugar, parezco y digo =
Es constante soy maestro de herrero, para cuyo ejercicio tengo mi fragua y demás avíos, sin saber otro trabajo ni poder ganar el diario alimento para mí y mi familia. Lo que más impide, el haber en dicho lugar de Turre otro maestro de mi oficio; y siendo dicho lugar de corta
Vista de Turre desde el barrio de "Turre Viejo". Foto Juan Santiago Fernándezvecindad, no es dable que en él ambos nos podamos mantener; y con este motivo he pasado a la villa de Lucainena, en donde tuve noticia no tenían maestro de herrero, lo que fue cierto; y por ello me compuse y ajusté con su concejo y demás vecinos de ella, en cuya suposición cumpliendo con las reales órdenes, establecimientos e institutos concedidos por su majestad, Dios le guarde, y a todas las gentes que por común llamaban gitanos y ahora castellanos nuevos; y siendo yo uno de ellos, teniendo mi asignación en dicho lugar de Turre, para poder mudar dicha mi vecindad a la enunciada villa de Lucainena.
COMENTARIO:
Los
gitanos liberados conforme a la Real Orden de 28 de noviembre de 1749 -aproximadamente
el 60% de los que fueron víctimas de las redadas del verano de ese año- volvieron
a sus respectivos vecindarios, en los que debieron permanecer con las mismas
restricciones que existían con anterioridad a la Orden de Prisión del 5 de
julio de ese mismo año.
Juan
Cortés fue una de las doce víctimas gitanas turreras, capturadas con ocasión de
la Gran Redada ordenada por Fernando VI en julio de 1749 (http://adonay55.blogspot.com/2019/07/la-gran-redada-y-proyecto-de-exterminio.html).
Contaba entonces 62 años y estaba casado con Isabel Cortés, con la que había
tenido cuatro hijos: Magdalena, Catalina, Ignacio y José. Todos fueron recluidos
inicialmente en la alcazaba de Almería y posteriormente llevados a la Alhambra
de Granada, para ser repartidos conforme a lo dispuesto por el marqués de la
Ensenada: los varones al arsenal de La Carraca y las mujeres a Málaga.
Tras
el tremendo golpe emocional que supuso la ruptura familiar y la privación de libertad, tres meses más tarde pudieron
reencontrarse en Turre, donde Juan había venido ejerciendo su oficio de herrero
con la complacencia de sus regidores, sin haber dado motivo alguno para ser conceptuado
como un delincuente. Sin embargo, no teniendo más posibilidad que continuar en
la herrería para mantener a su numerosa familia, la existencia de dos herreros
en una población de tan corto vecindario, hizo que se planteara trasladar su
fragua a otro lugar donde no hubiera competencia, y al tiempo de ganarse la
vida, dar un servicio necesario al pueblo que lo acogiera.
Esta
oportunidad la halló en Lucainena de las Torres, distante 40 kilómetros de
Turre. Sin embargo, la restricción domiciliaria a la que estaban sujetos los
gitanos, había convertido en una gran cárcel cada uno de los lugares donde los
gitanos habían sido asignados. Sin libertad de movimientos, Juan como otros
muchos gitanos estaba a expensas del arbitrio del corregidor de la población donde
vivía. Un férreo control vecinal que en numerosas ocasiones no tenía en cuenta
el ahogo de unas familias que intentaban sobrevivir en franca desventaja
respecto al resto de sus vecinos no gitanos.
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