Para los gitanos del barrio de las
Cambroneras
A vosotros los pobres, los desvalidos, los desheredados,
los errabundos, los proscritos de todas las razas y de todos los pueblos; los
eternos israelitas que sin hogar ni patria, camináis al ocaso bajo el cielo
inclemente, ya sufriendo las bárbaras caricias del invierno frígido, ya las
arideces abrasadora s del sol canicular; los que acampáis defendidos por la
débil lona de vuestras tiendas de campaña en las inmediaciones de las ciudades
y las aldeas; los que padecéis la más injusta y encarnizada persecución que
llevó acabo la Humanidad en el transcurso de los siglos; los despreciados, los
expulsados, los malditos; A vosotros me dirijo: ¡Salud!
Yo os envío, no sólo a vosotros los que formáis la tribu
que habita en la margen del Manzanares, sino a todos los gitanos que viajan
penosamente a través de la tierra ingrata. Yo os envío mi expresión fraternal,
porque desde muy niño simpaticé con vuestra raza fina y perspicua, sana y
valiente, que arrostra los peligros con la sonrisa en los labios y la
tranquilidad en el corazón; porque siempre atrajeron mi espíritu con
irresistible influjo vuestras hermanas gentiles y gallardas, sentimentales y
bondadosas, tiernas hasta el exceso y apasionadas hasta el delirio; porque a la
vez que empecé a pensar empecé a compadecer con una piedad acendrada y profunda
vuestro inmenso infortunio de parias condenados, como el judío errante, a la
perpetua marcha, al pan amargo, al agua acibarada, a todas las acritudes del
destierro inacabable y a todas las hieles de la emigración sin término.
Barrio de Las Cambroneras (1902). Colección M. Martínez |
Vosotros, ¡oh, desgraciados! sois la excepción. Los
adeptos a todas las religiones y los hijos de todos los pueblos tienen
atribuciones que a vosotros no se os conceden. A vosotros se os niega hasta el
más sagrado de los derechos: el derecho a la vida. Se os niega el alimento, el
agua, el fuego, el hogar. Se os persigue como perros hidrófobos. Sois
maldecidos, aborrecidos, execrados. Recuerdo que, aún adolescente,
encontrándome en un pueblo de la provincia de Badajoz, tan ignato como salvaje,
se estableció en sus inmediaciones una numerosa familia de gitanos, desarrapada
y hambrienta, cuyo sólo aspecto inspiraba compasión. En cuanto los mozos del
lugar tuvieron noticia del suceso, acudieron al sitio donde acampaban los
gitanos, apedreando sus tiendas y queriendo lincharles, teniendo que hacer la
Guardia Civil esfuerzos inauditos para librarlos de las iras de aquellos nuevos
barbatos del Norte.
Son tan contradictorias y de tan variadas especies las
versiones que he oído respecto a vuestras condiciones morales, que no sé cómo
debo juzgaros. Mientras unos dicen que sois desleales e ingratos, que pagáis
los beneficios con infamias y que al que más os favorece es el primero que
traicionáis, otros propalan que, en vuestro corazón, noble y agradecido, no
cabe el dolor, que tenéis la gratitud por norma y que llegáis hasta el
sacrificio por vuestros bienhechores.
Yo ignoro como sois; es más: quiero ignorarlo siempre. Si
es verdad que sois malvados, tenéis sobrada razón para serlo: merecéis
disculpa. La sociedad, madre de infamias, es el solo responsable de las que
podáis cometer. Ella os enseñó a odiarla. En el pecho de vuestras madres, y
transmitido de generación en generación, matasteis el odio africano que ella os
inculcó con su conducta de déspota y verdugo.
Por eso los hombres de buena voluntad y de alma libre de
preocupaciones, los que no ven en vosotros más que seres pertenecientes a la
familia humana, los que odian tanto como vosotros a esa misma sociedad por su
estupidez y sus crueldades, os aman y os defienden, aspirando con anhelo, noble
y esforzado aliento a vuestra rehabilitación, para que podáis entrar en el
concierto normal de la vida y ocupar el puesto que os corresponde, porque para
llenarle os están llamando a gritos la fraternidad y la justicia.
Pedro Barrantes
COMENTARIO:
La pérdida del imperio colonial en América y
Filipinas, abrió una profunda crisis que se manifestó en diferentes ámbitos de
la sociedad española a finales del siglo XIX y principios del XX. Se produjo un
revisionismo general en el que en alguna medida, el tema gitano quedó incluido,
aunque sin suponer un cambio significativo en cuanto a la mejora de su
situación social.
Autores de
la generación del 98 volvieron la vista hacia los gitanos en sus obras
literarias. Benito Pérez Galdós, en su obra Misericordia,
publicada en 1897, dibujó “las capas más ínfimas de la sociedad matritense (…),
la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria
(…)”. Unos aspectos que Galdós halló entre los gitanos. También Pío Baroja en
su Hampa, denunciaba cómo Madrid estaba rodeado de unos suburbios, “en donde
viven peor que en el fondo de África un mundo de mendigos, de miserables, de
gente abandonada”, sin que nadie se ocupara de remediar “de tanta tristeza, de
tanta lacería”. Por último, citamos la obra de Blasco Ibáñez, La
horda (1906), en la que describía el barrio como “un mundo aparte, una
sociedad independiente dentro de la horda de miseria acampada en torno a
Madrid”. Un exiguo espacio donde coexistían payos -que eran los menos-, y los
gitanos -la mayor parte de la población-.
La prensa fue sin embargo, el medio donde la
reflexión sobre la situación del Pueblo Gitano halló mayor eco. Si bien, en su
mayor parte, siguió tratándolo con suma simplicidad a partir del prisma
estereotipado heredado del siglo XIX. En uno de estos artículos plagados de
prejuicios peyorativos, correspondiente a enero de 1902, podemos leer frases
tan denigratorias como las reproducidas en la Revista contemporánea: “viven sin trabajar, y el no trabajar constituye para ellos
el placer supremo”.
Las Cambroneras en 1914. Colección M. Martínez |
Frente a este periodismo denigratorio y
vetusto, surgieron algunos articulistas socialmente más comprometidos. Uno de
ellos, bajo la firma de un tal Merchán, y a colación de la visita del embajador
cubano en 1903, haría un repaso introspectivo muy crítico a la historia de
España respecto a sus hazañas no tan gloriosas, tras lo que concluía: “Nuestra
historia - es doloroso, pero es preciso declararlo, es una historia de
persecuciones y de exterminios”. En su repaso, habla de la expulsión de los
moriscos, de la quema de judíos, y del acoso que se ejerció sobre los gitanos, “a
quienes los antiguos historiógrafos cuelgan hórridas patrañas”. Un pasado
plagado de injusticias y que inhabilitaba a España ante el resto de Europa: “¿Ante
quién vamos a quejarnos hoy en Europa de las supuestas injusticias contra
nosotros cometidas? ¿Qué antecedentes morales podremos alegar para acusar a
nadie?”.
La crudeza del análisis de Merchán sobre la
intolerancia española hacia los históricamente oprimidos, hizo reflexionar
cuanto menos a un reducido grupo de intelectuales, pues apenas tenemos constancia
de artículos similares. No obstante, esta carencia la colma con creces el
periodista Pedro Barrantes, en un artículo dedicado a “los pobres, los
desvalidos, los desheredados, los errabundos, los proscriptos de todas las
razas y de todos los pueblos (…), los que padecéis la más injusta y encarnizada
persecución que llevó acabo la Humanidad en el transcurso de los siglos; los
despreciados, los expulsados, los malditos”, pero especialmente a los gitanos
del barrio madrileño de Cambroneras.
El
interés por conocer al gitano, más por su misterio y exotismo que por denunciar
su situación, siguió llevando a algunos periodistas e intelectuales, a atreverse a visitar las gitanerías. Uno de
ellos, un colaborador de la revista Por
esos mundos, tuvo “el capricho de pasar una noche en Las Cambroneras, sin
otro propósito que el de conocer la vida de aquella original y pintoresca
barriada en toda su peligrosa intensidad”. Para aventurarse a este “territorio
comanche”, procuró el acompañamiento de varios amigos, uno de ellos abogado,
“que por serlo de un vecino de Las Cambroneras, servía de salvo-conducto”. La
comitiva se introdujo en el barrio con un farol, siendo recibidos nada más
entrar por “algunos gitanos que esperaban nuestra visita”, quienes seguidamente
les “guiaron por un laberinto de callejuelas fangosas y lóbregas, abiertas
entre casuchas de un solo piso”, hasta llegar a una choza, cuyo interior fue
descrito como de “una sola habitación, estrecha y larga (…). El piso era de
tierra. Al fondo, y atados a una pesebrera, había dos burros que, al oírnos,
volvieron hacia nosotros sus cabezas mansas. A derecha o izquierda, clavadas en
la pared, varías esteras de esparto formaban una especie de zócalo”.
La generación del 98 alentó este
interés por las gitanerías de las grandes ciudades, y sirvió como
una justificación más para destacar el atraso de España respecto a Europa. Un
aspecto que influyó en la percepción del español respecto al resto de los
europeos, y que marcó la “diferencia”, algo que para los que se aferraban a las
viejas glorias de España era motivo de vergüenza. Una percepción de
inferioridad que en realidad venía de lejos, ya que en 1889 con ocasión de la
Exposición Internacional de París, se pudo constatar cómo había quien sentía
vergüenza ante la participación de un cuadro flamenco en la capital francesa (Ver
http://adonay55.blogspot.com/2017/11/los-gitanos-y-la-exposicion-universal.html).
MÁS INFORMACIÓN:
Pedro Barrantes (1865-1912): http://dbe.rah.es/biografias/46443/pedro-barrantes;
https://es.wikipedia.org/wiki/Pedro_Barrantes
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