Es consecuencia obligada de todas las guerras
una época de privaciones que pueden dar origen a graves alteraciones sanitarias
de forma epidémica. Y entre ellas, ocupa lugar preferente la transmitida por el
piojo del cuerpo y cabeza, para cuya reproducción, se dan las condiciones
óptimas en el hacinamiento y desaseo. Precisa combatir con la mayor energía la
suciedad y parasitismo para cuyo fin deben actuar de policías sanitarios todos
los ciudadanos con interés colectivo y estímulo egoísta…
4º.- En cuanto a gentes con manifiesto
desaseo y parásita habitualmente como vagabundos, pordioseros y gitanos, se
evitará con toda energía por las fuerzas de la guardia civil limítrofes con
otras provincias, la entrada en la nuestra y en ésta, el cambio de domicilio de
unos a otros pueblos, puesto que en sus frecuentes desplazamientos dificultan
su control sanitario, dando con ello origen a la difusión de enfermedades
infectocontagiosas.
BOP Almería, nº 77 (05/04/1941), pp. 1-2.
Jefatura Provincial de Sanidad
CIRCULA R NUM. 664
COMENTARIO:
La epidemia de tifus exantemático
desarrollada durante los últimos años de la guerra y primeros de la posguerra,
se produjo dentro de una coyuntura sociopolítica repleta de penurias económicas
y represiones políticas. En este contexto, el bando vencedor justificó y
legitimó el nuevo régimen surgido del golpe de estado del 18 julio de 1936. Paralelamente,
al objeto de reforzar dicha represión, se desarrollaron diferentes estrategias para
consolidar el dominio de las poblaciones que iban cayendo en su poder. Se hizo
entonces imprescindible, el establecimiento de un control efectivo sobre las
personas y los espacios.
Uno de los instrumentos empleados para lograr
este objetivo, se centró en las campañas realizadas para erradicar el tifus exantemático.
Una estrategia que amparada por la impunidad que ofrecía un régimen dictatorial,
y que acabó resultando muy eficaz, especialmente en territorios que habían sido
leales a la República, y en los que tras la guerra, persistió operativa una
importante guerrilla antifranquista.
Entre las causas que propiciaron la
aparición de la epidemia de tifus, José Alberto Palanca, Director General de
Sanidad entre 1939 y 1957, apuntó la posibilidad de que hubieran sido
transmitidas por las tropas procedentes del norte de África, ya que según
comentó: “durante nuestra guerra, toda la faja costera del norte de África era
un vivero de tifus exantemático, y no se puede olvidar que de esta zona venían
constantemente voluntarios a engrosar nuestras filas”[1]. Otra
cosa fue la facilidad con que se extendió por la Península, debido
principalmente a la debilidad que presentaba una población que había sufrido el
hambre y las múltiples carencias que trajo consigo la guerra, y que hizo que
las diferentes epidemias que se fueron sucediendo, se cebaran especialmente
entre los pobladores más pobres, que mal nutridos, sin agua, electricidad y sin
las más mínimas condiciones higiénicas -el jabón era escaso de por sí en todo
el país-, eran víctimas propicias[2].
El
denominador común de cada una de estas “visitas” se traducía en humillaciones y
menosprecios, como el de asaltar impunemente las casas y cometer todo tipo de
tropelías, ya fuera propinar una patada al puchero donde se hacía la comida, o golpear
a quien se le antojara. Unos atropellos que han quedado testimoniados en los
libros de Eusebio Rodríguez Parrilla y María Dolores Fernández. Entre los
testimonios más sobrecogedores, podemos citar el de Manuel Martín Alameda,
quien describía cómo “la Guardia Civil cuando nos veían con la madera, nos la
quitaban; además, entraban a la casa sin llamar a la puerta. Si veían una radio
o una televisión, se las llevaban y se las rompían”[3]. Más
truculenta resulta la relación de Cándido Heredia, quien afirmaba cómo la Benemérita les trataba muy mal, y cómo
“a las mujeres no las dejaban vestir a su manera, les cortaban el pelo y las
violaban”[4]. Rosa
Vázquez relata también que los civiles pegaban a los niños, y en ocasiones, les
obligaban a pelearse entre ellos para su regocijo[5]. Por último,
Eulogia Muñoz cuenta cómo “si te pillaban por los caminos te daban una paliza y
te dejaban allí tirado (…). A cada paso te pedían los papeles, y si en el
pueblo robaban una gallina o algo en un cortijo, siempre encerraban al primer
gitano que pillaban”[6].
A pesar de los innumerables abusos
cometidos, ya fuera la Guardia Civil o la Policía Armada, muchos gitanos han
considerado que el general Franco fue benévolo con ellos. Y lo creen
erróneamente, por suponer que el dictador rechazó en Hendaya, la petición de
Hitler de enviar los gitanos españoles a los campos de concentración nazis.
Otros, tienen también la convicción de que ya en la posguerra, Franco se opuso
a la idea de Carrero Blanco para recluirlos a una isla, posiblemente Fernando
Poo[7]. De ambas suposiciones no existe
prueba documental alguna que las confirme; sí en cambio, lo que sí resulta
constatable, es que el franquismo mantuvo la secular criminalización del
gitano, e incluso, la agravó.
Aunque,
salvo los artículos de la Guardia Civil referidos al control en los caminos, no
se legislaron disposiciones específicas contra los gitanos; éstos, fueron
víctimas de la ambigüedad y la arbitrariedad de las leyes emanadas durante el
periodo franquista. Primeramente, a través de la supervivencia de la Ley de
Vagos y Maleantes republicana, con la sola novedad de crearse en marzo de 1937,
un registro centralizado de individuos de ambos tipos delictivos. Una decisión
que acabó vinculando a los condenados por delitos comunes, con aquellos individuos
que fueron contestatarios con el régimen; de tal forma, que al combatir lo que se
llamó “la degeneración de la raza española”, se interpretó esto como un
instrumento para reprimir y excluir de la sociedad, a todos aquellos que, según
la clasificación racial y social de la época, estaban encasillados como sujetos
potencialmente peligrosos, entre los que se hallaban incluidos los gitanos.
No conocemos la empatía y la opinión
personal que el general Franco tendría respecto a los gitanos. Desde luego, sí
fue conocedor del tratamiento que Hitler les daba, tanto en Alemania como en
los territorios ocupados por sus tropas. Un genocidio que desde 1937 se había
intensificado y extendido sin rubor alguno, y del que los periódicos
republicanos españoles se hicieron eco. Una doctrina racista que establecía
razas superiores e inferiores, y que estuvo planeando en el ideario de los
falangistas a lo largo de todo el desarrollo de contienda. Tanto, que estuvo a
punto de concretarse sobre el papel en 1938, cuando en Salamanca, la Falange
Española y Tradicionalista y de la JONS[8], a
través de su Delegación Nacional de Justicia y Derecho, pretendió imponer su
ideario racista en uno de los capítulos del Anteproyecto de Código Penal de
1938[9].
La identificación
plena entre la enfermedad contagiosa y el gitano venía de antiguo[10],
y las autoridades sanitarias y políticas siguieron en esa convicción estableciendo un cordón sanitario, exteriorizado
especialmente a través de las campañas de vacunación, en las que se obligaba “vacunar y revacunar a los gitanos,
quincalleros, mendigos y gente trashumante que se encuentren en cada municipio”[11]. Un
recordatorio que se reproduciría año tras año, incluso antes de finalizar la
guerra[12].
Para su cumplimiento, se facultó a gobernadores civiles con la potestad de
prohibir “la entrada y la circulación en las poblaciones, de gitanos, nómadas
pordioseros, etc. que no vayan vacunados”[13].
Desde noviembre de 1939, los gitanos no
dejaron de ser objeto de sistemáticas redadas, con el objeto de ser internados
en centros con escasas condiciones, tanto para su tratamiento como para su
propia estancia. Una de las primeras campañas de
despiojamiento de la posguerra, tuvo lugar en diciembre de ese año en Palencia,
donde su Gobernador Civil dispuso una “especial vigilancia” sobre los gitanos y
demás elementos nómadas y marginales: “mendigos, quincalleros, gitanos,
vendedores ambulantes”, a todos los cuales se les acusaba de ser gente
vagabunda y descuidada en “su limpieza personal o familiar”, que por “su
frecuente caminar, de uno a otro rincón, pueden ir sembrando su paso de piojos,
si en su vivir andariego no rinden el culto debido al agua y al jabón”[14].
Los viejos prejuicios
antigitanos quedaron encuadrados dentro del grupo social compuesto por las “gentes con manifiesto desaseo y
parasitada habitualmente”; es decir, los “vagabundos, pordioseros y gitanos”.
Sujetos “peligrosos” sobre los que debía realizarse una labor de vigilancia y
control. Una misión, que como ya hemos apuntado, recayó en la Guardia Civil, encargada
por cada Gobernador Civil provincial, de ejecutar
sus órdenes respecto a las entradas y salidas de cualquier gitano,
especialmente, en cuanto al “cambio de domicilio de unos a otros pueblos”, por
suponer “que en sus frecuentes desplazamientos, dificultan su control
sanitario, dando con ello origen a difusión de enfermedades infecto
contagiosas”. Como solución, una vez más, al gitano se le vio como un ente
colectivo y no individual, por lo que como medida preventiva, se dispuso que
“todo desaseado que llegue (…), además de pelado y despiojado”, debía quedar
“controlado sanitariamente durante veinte días”[15].
Una medida profiláctica que Franco la
trasladaría al campo político-social, con el pretexto de la vigilancia de
elementos sociales dañinos y pervertidos, que podían representar potencialmente
un “peligro de contagio para todos”, que acabarían envenenando política y
moralmente al resto de la población[16];
motivo por el quedaba justificada la necesidad de tratarlos aun ejerciendo “la
fuerza, para conseguir salvar a España y para darle días de grandeza”[17].
Por otra parte, la criminalización ejercida sobre
los gitanos, acabó institucionalizándose sobre la base de la “diferencia”, o
sea, de su supuesta especificidad de la delincuencia gitana que se relacionaba
con determinados delitos: robo de caballos, mendicidad, estafas, hurto en
tiendas, etc., pero especialmente en el comercio de caballerías, que como principal
ocupación tradicional de los gitanos en el campo, fue objeto de un infundado
recelo, de la sospecha sobre una actividad que podía encubrir el robo de
caballerías. Una propiedad, que en el contexto de la pobreza de la España de
los años cuarenta, suponía una valiosa herramienta de trabajo, que la
Guardia Civil debía salvaguardar[18],
por lo que en su reglamento se incluyó el 14 de mayo de 1942, un artículo que
disponía: “se vigilará escrupulosamente a los gitanos”, ya que: “esta clase de
gente no tiene por lo general residencia fija, se traslada con mucha frecuencia
de un punto a otro en que sean desconocidos”. De esta forma, la movilidad
gitana acabó siendo el denominador común de la represión, tanto en el aspecto
sanitario, como en el de orden público, donde quedaba justificaba la
conveniencia de “tomar de ellos todas las noticias necesarias para impedir que
cometan robos de caballerías o de otra especie”. De esta forma, el gitano,
como siglos atrás, continuó naciendo como un potencial delincuente, que allá
por donde iba, le acompañaba la presunción de culpabilidad delictiva, como
también de contagio, al culpabilizársele de su propia falta de higiene
individual. Unos estigmas que acabaron justificando la exclusión social y la
consolidación de la subalternidad gitana. Como consecuencia, siguieron
apartados, al margen de las decisiones políticas y de los avances
socioeconómicos que tendrían lugar en los años sesenta.
[1] JIMÉNEZ LUCENA, Isabel. "El
tifus exantemático de la posguerra española (1939-1943). El uso de una
enfermedad colectiva en la legitimación del «Nuevo Estado»”, en Dynamis, Acta Hispanica ad Medicinae
Scientiarumque Historiam Rlustrandam. Vol. 14, 1994, p. 193. Palanca fue
consciente de que el estado
sanitario del país no era “algo aislado y sin conexión”, sino consecuencia de “su
situación social y económica”. En PALANCA MARTÍNEZ-FORTÚN, José Alberto. “Hacia
el fin de una epidemia”, en Semana Médica Española, V.IV, pp.432-440.
1941.
[2]
Hay que tener también en cuenta, que terminada la guerra se inició una extensa depuración de organismos y
personas, incluso con efecto retroactivo, que acabaron llenando los campos de
concentración y las prisiones para su castigo y adoctrinamiento
político-religioso, y en donde las deplorables condiciones higiénicas incidieron
en la propagación de todo tipo de enfermedades infecto-contagiosas.
[3] FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ,
María Dolores y DE LA FLOR HEREDIA y RODRÍGUEZ PADILLA, Eusebio, Mónica. El pueblo gitano en la guerra civil y la
posguerra. Andalucía Oriental, Asociación Romí, 2009, p. 144.
[4] Ibídem, p. 141.
[5] Ibídem, p. 140. Juan Heredia refiere algo
similar, cuando estando con su primo recogiendo membrillos, unos civiles les
ordenaron que se presentaran en el cuartel, donde le preguntaron si llevaba una
vara. Al responder afirmativamente, le dijeron: “entonces, cógela y pégale -a
su primo-”, a lo que se negó, con lo que los guardias civiles emprendieron a
dar de palos a ambos. En Ibídem, p.
135.
[6] Ibídem, p. 130. Juan García Cortés
corrobora estas prácticas de la Guardia Civil: “no podíamos salir ni a vender
una canasta, porque si nos encontrábamos en el camino con la Guardia Civil, nos
daban un par de guantazos y nos hacían que volviéramos a nuestra casa. Nos
pedían los papeles, nos preguntaban a dónde y para qué íbamos; y si no les
gustaba algo, pues nos llevaban al cuartel, hasta que un señorico con el que habíamos trabajado venía a sacarnos de allí. En
Ibídem, p. 129.
[7] Sobre este tema se puede
consultar el artículo de DONCEL, Carmen, “Cuando Franco quiso mandarnos a
Fernando Poo. Miedos y esperanzas en la memoria de un hombre gitano”, en Historia y Política, nº 40, p. 151. pp.
147-177. Dirección web https://recyt.fecyt.es/index.php/Hyp/article/view/60327/41341
[8] Este partido
surgió de la fusión de la Falange con las Juventudes Obreras Nacional
Sindicalistas-JONS, que a la postre sería el único movimiento político admitido
durante el franquismo.
[9] Dentro del capítulo
dedicado a los “delitos contra la
dignidad y el interés de la Patria”, se proponía castigar con pena de presidio
los “actos contrarios a la raza española”, como “el matrimonio con
persona de raza inferior”. En MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel. “La salvaguarda de la
raza española durante la Guerra Civil. El anteproyecto de Código Penal de
1938”, en Historia de los gitanos
españoles (01/04/2018). Consultado el 6 de mayo de 2019.
[10]
MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel. “Los
gitanos, chivos expiatorios de las epidemias que afligieron a España”, en
Historia de los gitanos españoles (16/03/2010). Dirección web http://adonay55.blogspot.com/2020/03/los-gitanos-chivos-expiatorios-de-las.html.
[11] “Inspección provincial
de Sanidad. Vacunación antivariólica. Circular”, en Boletín Oficial de la Provincia de
Palencia, nº 45 (16/04/1938), p. 2.
[12] “Gobierno Civil.
Sanidad. Vacunación antivariólica”, en Boletín oficial de la provincia de Palencia, nº 34 (20/03/1939), p. 2.
[13] En Granada, su
Gobernador Civil, dispuso además, que en caso de que “no lo estuvieren,
sufrirán esta práctica de inmunidad en el pueblo más próximo”. En “El
certificado de vacunación antivariólica será exigido”, en Patria: diario de Falange Española
Tradicionalista y de las JONS, nº 737
(15/12/1939), p. 5.
[14] “Campaña de despiojamiento”, en Boletín
Oficial de la Provincia de Palencia, nº 145 “04/12/1939), p. 2.
[15] “Sanidad. Bando”, en Boletín Oficial de la Provincia
de Almería, nº 154
(12/07/1941), p. 1. Con anterioridad, en mayo de 1940 ya se había restringido
la libertad de movimiento de los “gitanos y los vagabundos” que no portaran “la
documentación sanitaria precisa”. En “Prevenciones contra la viruela”, Boletín Oficial de la Provincia de Almería,
nº 8 (11-1-1940), p. 1.
[16] JIMÉNEZ LUCENA,
Isabel. "El tifus exantemático…, p. 195.
[17] FRANCO, Francisco.
Discurso ante el Instituto Nacional de Previsión el día 27 de marzo de 1942.
Cit. por JIMÉNEZ LUCENA, Isabel. "El tifus exantemático
...", p. 196.
[18] ROTHEA, Xavier. Construcción y uso social de la representación de
los gitanos por el poder franquista, 1936-1975 en Revista Andaluza de Antropología, 7, 2014, pp. 7-22. Disponible en http://www.revistaandaluzadeantropologia.org/uploads/raa/n7/rothea.pdf., p. 12.
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