Una historia, un olvido... el discurrir invisible de lo que existió y se desconoce

Este espacio pretende entender la historia como una disciplina que proporciona, tanto la información como los instrumentos necesarios para conocer el pasado, pero también como una herramienta para comprender al "otro", a nosotros mismos y a la sociedad del presente en la que interactuamos.

Conocer la historia de los gitanos españoles es esencial para eliminar su invisibilidad, entender su situación en la sociedad y derribar los estereotipos acuñados durante siglos.

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martes, 30 de septiembre de 2025

Los gitanos políticos o el Antigitanismo en el Congreso de Diputados del siglo XIX

No, no se trata de auténticas personas gitanas que formaran parte del Congreso de los Diputados del siglo XIX. Se trata, ni más ni menos, de la utilización de la mala fama de los auténticos gitanos para descalificar a sus adversarios políticos, a los que desde el diario La Posdata —opuesto al Gobierno del general Espartero— ya se les acusaba, en junio de 1842, de ser «conspiradores» y de atacar a la Constitución a través de «una política de gitanos», pretendiendo pasar «por buenos, por puros
españoles», pero sin enseñar nada «a los filósofos, ni a los políticos, ni a ningún hombre de bien».


De este modo, sin comerlo ni beberlo, la mala imagen de los gitanos entró en la política de confrontación entre liberales y moderados, colgándose unos a otros el sambenito que los gitanos venían arrastrando desde siglos atrás, con el único propósito de desacreditar a sus adversarios. Una expresión que, aunque surgida de forma espontánea y ocurrente, acabó calando en el argot político del siglo XIX.
El éxito de esta descalificación fue inmediato, colándose incluso en la proclama contra Espartero del republicano Abdón Terradas, en su llamada a las armas durante la insurrección catalana de 1842, al tildar al regente y sus acólitos de «falsos liberales y gitanos políticos».


En 1859, al comienzo del gabinete de O’Donnell, la prensa afín al Gobierno se defendió de los ataques y las críticas retomando esta locución peyorativa para aplicársela a los miembros de la oposición. Dado que su uso comenzó a ser muy corriente, desde El Clamor Público se quiso aclarar la relación que se establecía entre políticos y gitanos, argumentando que estos últimos, al igual que los ligueros, destacaban por «su vida nómada y el poco cariño que profesan al país en que viven». Además, debido a que los gitanos tenían afición a los caballos y al vino, los ligueros se habían propuesto «convertir a la nación en jumento», para quedarse «tranquilamente lo adquirido y mandarnos a latigazos», con lo que acabarían convirtiendo al país en una «feria o granjería». Y, al igual que los gitanos tenían horror a la ley, los ligueros la quebrantaban «en beneficio propio, y reservan sus rigores para los demás», motivo por el que «se parecen a los gitanos de raza en todas sus afecciones, y en vivir sin hijos, patria ni ley».
En respuesta, La España criticó a El Clamor Público por las formas empleadas, acusándolo de haberse callado muchas cosas, debido, posiblemente, «a creer que los gitanos no tienen su particular afición a los caballos, sino a otra clase de animales de más baja especie», que sin «tener horror a la ley» se acomodan «a la que más le conviene». Y por si no quedaba bien claro este paralelismo, aclaraba cómo los gitanos se distinguían por «ser los mediadores en todo trato de animales y en engañar a las dos partes», ya que «la gracia de un gitano está en que el vendedor venda más barato y el comprador compre más caro», un chalaneo que era practicado por aquellos políticos.


En septiembre de 1864 fue el caló el que acabó convirtiéndose en excusa para atacar a los moderados, negándole su entidad como lengua y rebajándolo a una jerga de delincuentes con el propósito de identificarlo con la palabrería empleada por los miembros de aquel partido político. Del caló se dijo, entonces, que se había inventado «para evitar en parte las persecuciones», como un lenguaje ininteligible con el que burlar a sus vigilantes y perseguidores; así, y al igual que los gitanos y los grandes criminales, «el partido moderado, para fascinar la opinión, inventó también su palabrería», sin cesar de hablar desde la tribuna y los documentos oficiales, para «ocultar su incapacidad o sus instintos reaccionarios, del orden social».



Esta contienda semántica mantuvo vivos los estereotipos y prejuicios negativos sobre el gitano, ya que los políticos de la época los tenían tan interiorizados que no dudaban en exteriorizarlos en sus luchas dialécticas. Un abuso que no tenían por tal, por el hecho de que la imagen peyorativa del gitano era general y comúnmente aceptada. Así, cuando en noviembre de 1864, El Pensamiento Español se lamentaba de que no existieran leyes que impidieran y castigaran la difamación, no se refería, por supuesto, a las injurias contra los gitanos, sino a los políticos. Según este periódico, España no merecía «figurar en el catálogo de los pueblos cultos y civilizados», al estar gobernada por «una horda de gitanos», que, para «vergüenza de todos», se había enseñoreado del país. Un descrédito del que Narváez echó mano en marzo de 1865, durante una convulsa sesión parlamentaria, cuando en plena polémica entre vicalvaristas y conservadores liberales, y tras haber debatido acaloradamente con un diputado de la oposición, exclamó exaltado: «Estas no son Cortes: parecemos gitanos».


Para mayor información: MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel (2021). El pueblo gitano español en las revoluciones y guerras civiles (siglos XIX y XX)Almería: Círculo Rojo, pp. 138-157.

Imágenes de Wikipedia
Congreso: https://es.wikipedia.org/wiki/Cortes_Generales
General Narváez: https://es.wikipedia.org/wiki/Ram%C3%B3n_Mar%C3%ADa_Narv%C3%A1ez