Suelen
ser gentes del pueblo, que teniendo tan cerca a los gitanos, se imaginan que
falte lo que falte en el pueblo, ya hay a quien echar la culpa. Es lo sabido de
“cobra mala fama y échate a dormir”.
He
tenido siempre a los gitanos, por gente honrada si la hay; y muchas veces,
hasta cuando roban. Casi siempre, el medio, esa sociedad entre la que viven se
les muestra hostil y a muy pocos se les ocurre dar trabajo a un gitano, aunque
le pida. Si entramos en razonamientos, en complicadísimas sutilezas de
principios de la más sana sociología, nos damos con un canto en los dientes,
teniendo que reconocer, que no todo el que roba es ladrón y con ello no estoy
haciendo ni mucho menos, la apología del robo. Lo cierto resulta que cuando
alguien se comporta mal, se dice de él, que es un gitano, y a lo que hace, se le
llama, una gitanada. Esto era lo que quería decir.
Conozco
una gitanada, que merece ser imitada y nadie se eche las manos a la cabeza.
Hecha en lugar céntrico, como resulta serlo en la calle de Santa Clara de
nuestra ciudad, que acaso, después de dicho, tenga que presumir de una cosa
más: de tener gitanos. En la calle Santa Clara, hay una frutería que sale a la
calle, como es costumbre y no mala. Relato el hecho, tal como lo vi la pasada
semana, mediada la tarde. Un gitanillo seguía por la acera a quien supongo era
su madre. La madre, pasó ante las cajas de fruta sin mirarlas. El niño, no la
imitó. Se detuvo, miró el fruto y habilidosamente, sin darle importancia, se lo
quedó en la mano un melocotón. Siguió andando y alcanzó a la madre. Y cuando
ésta vio la fruta en la mano del niño, habló con él muy pocas palabras, le tomó
de la otra mano, retrocedieron y le hizo soltar el melocotón, donde lo había
encontrado. Estas cosas, hacen pensar. Estas cosas son terriblemente
sugeridoras, estas cosas lector amigo, y si no lo eres, peor para mí, son como un
tremendo latigazo en la conciencia. Alguien podrá decir que no es para tanto,
alguien supondrá que sin motivo, nos vamos por los cerros del tremendismo.
¡Dios mío! ¿Qué ocurriría si la madre de cada uno de los mortales, tomara de la
mano a su hijo y le llevara a dejar lo que no es suyo, allí donde lo robó? ¿Qué
ocurriría. Dios de los pobres, si a todos nos obligaran a realizar una gitanada
semejante a la que hizo la mujer y madre gitana de lo que estamos diciendo?
Mujer gitana navarra: madre y emprendedora |
Es
para ponerse a temblar. En qué caja cabría lo que tendrían que dejar muchos, es
tamaño que no puede ser imaginado. No hace más de media hora que acabo de
llegar de la playa. Uno no escarmienta y de vez en cuando vuelve para prometer
no volver. Allá en las playas, en plena arena, van naciendo los espacios
acotados, que para resultar más ofensivos, airean sus letreros de «Reservado
para fulano». Claro y en letras de molde que decía se ofenda quien se ofenda,
que eso supone apropiarse para uso exclusivo lo que es de todos. Y a la vista
de todo ello, nos nace la sospecha de si sería así, como sustentan los
socialistas agrarios, como nacería la propiedad rústica, por el procedimiento
del mojón caprichoso, diciendo “de aquí hasta donde alcanza la vista es mío”,
sin que existiera un atrevido que de un limpio patadón, deshiciera los mojones.
Aquella buena mujer gitana, hizo devolver a su hijo lo que no era suyo, aunque
sobre esto, podría discutirse y discutiríamos con quien quiera hacerlo. Quienes
en nuestra costa acotan a su antojo, mojonan a su gusto lo que no les
pertenece, tienen madre. Dios quiera que todavía la tengan. Lo que se hizo en
la calle Santa Clara, puede ser hecho en otras partes, porque en todas ellas,
hay quien pasa para apropiarse de lo que es de los demás. ¿Quiere alguien
discutirla? Yo estoy dispuesto a hacerlo, sin otros argumentos apoyándome que
los que me ponga en la mano o en la punta de la lengua, la doctrina social de
la Iglesia hablándonos del concepto de propiedad en lo que hemos dicho, una gitanada que merece imitación. La gitanada de la calle Santa Clara. Una
gitanada que aún no he visto hacer a alguien, que no sea gitano.
COMENTARIO:
Es difícil hallar en estas fechas, un
artículo periodístico que se aleje de la comodidad que suponía el prejuicio
fácil y la reproducción insensible de estereotipos antigitanos. Su autor,
apellidado Paniagua, aunque sumido en ese mar estereotipado, realizó una parada
mental para reflexionar, y lo hizo para cuestionar algo tan básico como la
propiedad, a través de una lección aprendida de una gitana en la calle Santa
Clara de Gerona.
Sus esquemas mentales entraron en conflicto
nada más asimilar la escena que presenció. Sintió la necesidad de compartir su
experiencia, pero como era de esperar, todo quedó en una anécdota, y esa madre
gitana siguió conservando su anonimato y su invisibilidad. Eran años de hambre
y miseria bajo la estrecha vigilancia de la Guardia Civil y demás fuerzas del
orden, siempre prestos a aplicar la ley de vagos y maleantes. Una ley dedicada a perseguir a los que el régimen franquista
consideraba como la escoria de la sociedad: vagabundos, mendicantes, rufianes, proxenetas, homosexuales y sobre todo, aquellos que no podían
demostrar tener un domicilio fijo y un empleo o modo de sustento, como podía
ser el caso de los gitanos. Aun así, hubo cabida para que una mujer gitana, sin saber
que su acción no iba a pasar desapercibida, dio una ejemplar lección a su hijo,
pero también al periodista; y a todos los que leyeron el artículo y supieron
captar el mensaje que Paniagua tuvo a bien compartir.
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