Una historia, un olvido... el discurrir invisible de lo que existió y se desconoce

Este espacio pretende entender la historia como una disciplina que proporciona, tanto la información como los instrumentos necesarios para conocer el pasado, pero también como una herramienta para comprender al "otro", a nosotros mismos y a la sociedad del presente en la que interactuamos.

Conocer la historia de los gitanos españoles es esencial para eliminar su invisibilidad, entender su situación en la sociedad y derribar los estereotipos acuñados durante siglos.

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domingo, 27 de octubre de 2024

EL CONDE MARTÍN DE EGIPTO MENOR EN CASTELLÓN. UNA PROPUESTA PARA QUE EL DÍA DEL GITANO VALENCIADO SEA EL 21 DE ABRIL

 La presencia documental gitana en Europa, se remonta posiblemente a principios del año mil, mencionada dentro de una Vida de San Gregorio, escrita por un monje griego del monasterio del monte de Athos –Grecia-, en donde habla de unos adivinos y hechiceros llamados Adsincani, contratados por el emperador de Bizancio para matar a unos animales salvajes.

Más tarde, en 1244, existe constancia de unas cartas otorgadas por los venecianos en Nauplion, a Johannus Cinganus, bastante similares a las que posteriormente obtuvieron los grupos gitanos que llegaron a Europa occidental, al concederles  títulos de duques y condes a los líderes de las compañías gitanas, en contraprestación de sus servicios para combatir las incursiones otomanas. Ya en la segunda mitad del siglo XIV, los gitanos se hallan esparcidos por toda la península balcánica, reducidos a la esclavitud en Valaquia.

Por último, a comienzos del siglo XV se encuentran en Europa central, bajo la protección de Segismundo, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, quien otorgó una carta de seguro al vaivoda Ladislao, en la que se ordenaba, se les tratara bien, “sin ningún impedimento, ni ninguna perturbación”, en consideración a que debían cumplir los siete años de penitencia que se les había impuesto por su apostasía. Además, en caso de que “ocurriese alguna cizaña entre ellos o algún trastorno”, solo el líder del grupo podía juzgar y absolver los delitos de su gente. De esta forma, exhibiendo este salvoconducto, atravesaron los territorios del Imperio y les abrió el camino hacia otros países; siempre en constante movimiento y sin quedarse mucho tiempo en un mismo lugar.


Compañía gitana en marcha. Grabado de Callot

Los grupos estuvieron comandados por líderes, como el duque Andrés y el conde Miguel, ambos hermanos y compañeros de viaje hasta su separación en 1422, cuando iban camino a Roma. Otros jefes gitanos, como Juan del Pequeño Egipto y el conde Tomás, se encaminaron más a occidente y alcanzaron la península Ibérica en enero de 1425. A partir de cuya fecha, nuevos grupos gitanos recorrerían la península, en su mayor parte, sin echar raíces en ella.

Uno de los condes gitanos que se mostraron más activos fue Martín de Egipto Menor, quien junto al duque Pedro, según el Mantul de novells ardits, vulgarmente llamado Dieteri, se hallaron en Barcelona en junio de 1447, en donde se concentró una gran cantidad de egipcianos o bohemianos, descritos como “gente triste y de mala fragua, que se entremeten mucho en adivinar algunas venturas de las gentes”.

El conde Martín, posiblemente, sea el mismo que en 1459 visitó el ducado de Gueldres, en los Países Bajos, dada la gran movilidad con que se desenvolvían estos grupos de egipcianos. En caso de serlo, no tardaría en regresar al reino de Aragón, debido a ya en esas fechas, los grupos gitanos no eran tan bien recibidos como en años anteriores. Un cambio de actitud, perceptible en que el señor de esas tierras, si bien le otorgó un salvoconducto para cruzar libremente el ducado, le impuso la condición de que no debían quedarse más de tres días en cada lugar donde se presentaran.


Ermita de Santa María Magdalena en Castellón. Lugar de peregrinación desde 1375.
De Millars - Thttps://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=122866951


Así pues, volvió a la península y atravesó Cataluña para llegar a Castellón, en donde recibió un salvoconducto por parte de su justicia y jurado, con el que continuar su romería. Desde esta ciudad, se juntó con el conde Tomás para emprender camino hacia el sur peninsular, alcanzando Jaén, el 22 de noviembre de 1462, “con hasta cien personas de hombres y mujeres y niños, sus naturales e vasallos”. Un acontecimiento histórico, por el que, en octubre de 1996, el Parlamento Andaluz, aprobó dicho día 22 de noviembre de cada año, para celebrar el “Día de los gitanos andaluces”.

Recibidos espléndidamente por el condestable Miguel Lucas de Iranzo, los condes le dijeron que habían sido “conquistados y destruidos por el Gran Turco”, a causa de lo cual renegaron de la Fe cristiana. Una apostasía por la que el Papa les mandó emprender una penitencia a lo largo de “todos los reinos y provincias de la cristiandad”. Acabada su estancia, Iranzo, además de darles un salvoconducto y mandar “dar de su cámara muchas sedas y paños, de que vistiesen, y buena copia de enriques para su camino”, les acompañó como “media legua fuera de la dicha ciudad de Jaén”, con lo que los condes quedaron según la crónica, “muy contentos y pagados” por el trato recibido.


Castillo de Santa Catalina en el siglo XV

Posiblemente, ambos líderes se encaminaron hacia Murcia, para desde allí atravesar el reino de Valencia nuevamente. Desde entonces, no volvemos a tener noticia del conde Martín, hasta diez años más tarde, cuando el 24 de septiembre, hallándose en Lleida, recibió una carta de seguro, en la que se mandaba, le diesen ayudas para sus viajes a Santiago y a Roma. Sin embargo, en lugar de encaminarse a estos lugares, tomó camino a tierras valencianas, y volver a Castellón, recibiendo el 18 de octubre de 1472, de su cabildo, una limosna de quince sueldos. Desde allí pasó a Valencia, donde se encontraba Fernando de Aragón, por entonces rey de Sicilia y príncipe de Girona, del que, el conde Martín recibió el día 29 del mismo mes, otro salvoconducto para proseguir su peregrinación.

Tras transitar por el reino de Valencia, volvió a Cataluña en 1473, donde la actitud hostil de la población hacia los diferentes grupos de gitanos había crecido considerablemente. Una conflictividad que también, se estaba produciendo entre los diferentes grupos de egipcianos y grecianos; incluso, dentro de las mismas compañías. Unas rencillas, que contribuyeron a incrementar el rechazo de los vecinos de los lugares que visitaban. Una de ellas tuvo lugar entre los hombres de su compañía, cuando estando en Tortosa, uno de sus hombres, Juan Feto, mató de una cuchillada por la espalda a Jorge Serpa, tras lo cual huyó para refugiarse en el castillo de dicho lugar e invocar el derecho de asilo.

Maestro del Gabinete de Ámsterdam, Mujer con dos niños, 1475-1480,
Museo de Bellas Artes de Boston

Estos conflictos se hicieron perceptibles en los salvoconductos que se otorgaron a partir de estas fechas, pues en lugar de pedir los líderes gitanos, seguridad para peregrinar; en su lugar, se comenzó a incluir peticiones de protección real frente agresiones procedentes de dentro o fuera de sus grupo. Así, el 4 de septiembre de 1476, el futuro Fernando II de Aragón, al conceder un salvoconducto al conde Juan de Egipto Menor, el príncipe lo acogió bajo su protección y salvaguardia, debido a que “el conde Martín, el conde Miguel y el conde Jaboco de Egipto Menor”, le “odian y tienen mala voluntad” hacia él, procediendo “injustamente contra él y sin causa legítima", conspirando "constantemente para traicionarlo hasta la muerte".

La última referencia al conde Martín se produce en Castellón, el 19 de mayo de 1484, con ocasión de recibir una nueva carta de seguro a nombre de  “Martín, conde de Egipto, junto con toda su familia y compañía, vulgarmente llamados bohemianos”. De ellos se dice, que hacían “penitencia en remisión de sus pecados […], por diversas maneras yendo, peregrinando y visitando, así a los gloriosos San Pedro y Santiago de Galicia, como otras partes santas y devotas”. Además, el contenido de dicho salvoconducto revela “el mal acogimiento que les es hecho, como todavía en los pocos sufragios y caridades que por los cristianos les son hechas”. Un rechazo ya evidente como peregrinos a través de una disminución de limosnas, que justificaban su queja, de que habían quedado abocados a una “paupérrima y miserable vida en los dichos peregrinajes, como no tienen nada propio discurriendo por el mundo, no pueden sustentarse”.

Familia gitana en Cosmographia Universalis

La etapa de oro y buena acogida, con la que algunos historiadores han denominado la presencia gitana en el siglo XV, estaba más que finiquitada. Es más, posiblemente habría que remontarse a mediados del siglo, para datar el fin de esta mal llamada etapa dorada o periodo idílico. En su lugar, sería más correcto llamarla de exploración o de peregrinación. Se visibiliza así un conflicto que aflora en salvoconductos similares: y que, hasta 1499, se caracterizan por el empeño de los reyes por seguir protegiendo a los condes gitanos, a pesar de las quejas de unos vecinos que hacían una mala acogida los gitanos, provocándoles “varios escarnios y enojos por parte de muchos indevotos cristianos”, motivo por el que el futuro rey Fernando, dictaminó en la carta de seguro del conde Martín, “que de aquí en adelante, haciendo dicho peregrinaje, puedan andar, venir, estar y retornar, en y por todo el presente principado de Cataluña y otras partes, y tierras del dicho señor rey […], sin contradicción de ninguna persona, de manera que no puedan ser expulsados, injuriados, oprimidos ni damnificados o en otra manera impedidos, ni maltratados por persona o personas algunas de palabra o de hechos […], so pena de dos mil florines de oro de Aragón”. Y, para mayor cumplimiento, instaba a las justicias, a que a “dicho respetable conde, familia, compañía y gente suya, acojan y recepten como mejor puedan y aquellos favorezcan y ordenen y les den todo consejo, favor y ayuda que haga menester, haciéndoles venir y entregar todas las vituallas y otras cosas necesarias, en justos y razonables precios”. Induciendo y persuadiendo a todos los fieles cristianos, a darles “sufragios, almonedas y caridades, de manera que puedan pasar la su miserable vida en el dicho peregrinaje”.


Poco efecto tuvo esta carta de seguro, pues más tarde, también en Castellón, el conde Martín, junto los condes Luis y Felipe, fueron expulsados por las autoridades, por estar causando “un gran daño en la ciudad y en el término de ella”. Para forzar su salida inmediata de la jurisdicción castellonense, sus autoridades autorizaron el uso de la fuerza en caso necesario. El reino de Valencia ya no era tierra de buena acogida, como tampoco el resto de los reinos peninsulares, por lo que el conde Martín, que ya debía ser anciano, pudo haber vuelto a atravesar los Pirineos y buscar otros lugares donde ser mejor tratados.

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