La presencia documental gitana en Europa, se remonta posiblemente a principios del año mil, mencionada dentro de una Vida de San Gregorio, escrita por un monje griego del monasterio del monte de Athos –Grecia-, en donde habla de unos adivinos y hechiceros llamados Adsincani, contratados por el emperador de Bizancio para matar a unos animales salvajes.
Más tarde, en 1244, existe constancia de unas cartas otorgadas por los venecianos en Nauplion, a Johannus Cinganus, bastante similares a las que posteriormente obtuvieron los grupos gitanos que llegaron a Europa occidental, al concederles títulos de duques y condes a los líderes de las compañías gitanas, en contraprestación de sus servicios para combatir las incursiones otomanas. Ya en la segunda mitad del siglo XIV, los gitanos se hallan esparcidos por toda la península balcánica, reducidos a la esclavitud en Valaquia.
Por último, a comienzos del siglo XV se encuentran en Europa central, bajo la protección de Segismundo, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, quien otorgó una carta de seguro al vaivoda Ladislao, en la que se ordenaba, se les tratara bien, “sin ningún impedimento, ni ninguna perturbación”, en consideración a que debían cumplir los siete años de penitencia que se les había impuesto por su apostasía. Además, en caso de que “ocurriese alguna cizaña entre ellos o algún trastorno”, solo el líder del grupo podía juzgar y absolver los delitos de su gente. De esta forma, exhibiendo este salvoconducto, atravesaron los territorios del Imperio y les abrió el camino hacia otros países; siempre en constante movimiento y sin quedarse mucho tiempo en un mismo lugar.
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Compañía gitana en marcha. Grabado de Callot |
Los grupos estuvieron comandados por líderes, como el duque Andrés y el conde Miguel, ambos hermanos y compañeros de viaje hasta su separación en 1422, cuando iban camino a Roma, donde es posible que Andrés obtuviera una bula papal, de la que no hay rastro en los archivos vaticanos, por lo que no podemos descartar el que dicha bula fuera una falsificación.
La llegada a la península Ibérica de los primeros egipcianos está documentada en 1425. Un año, que, gracias a Juan Carlos Barranco, sabemos, que la presencia gitana fue mucho más numerosa, y posiblemente anterior a este año. En efecto, Juan Carlos Barranco, al recuperar del olvido dos publicaciones que se remontan a principios de la década de los noventa, ha abierto nuevas perspectivas sobre la presencia gitana en los reinos cristianos peninsulares; si bien, la fecha del salvoconducto otorgado el 12 de enero por el rey Alfonso V de Aragón, a un tal Juan del Pequeño Egipto, sigue siendo el documento más antiguo y fecha oficial de la llegada del Pueblo Gitano a lo que hoy es España.
Los nuevos datos recuperados por Juan Carlos Barranco, permiten sospechar que Juan del Pequeño Egipto continuara su peregrinación en dirección a Santiago de Compostela, pues posiblemente sea el mismo caballero gitano que acompañado de “otros hombres y mujeres que venían en su compañía”, recibió el 25 de marzo de este mismo año, la suma de 300 maravedís. En esta ocasión, sí presentó la bula supuestamente concedida por el Papa Martín V, por la que otorgaba muchos perdones a quienes les dieran limosnas. De ser el mismo “caballero” Juan, el único líder gitano que no ostentó título nobiliario, también nos hace sospechar, que tuvo de tener algún contacto con el conde Miguel, quien si tenía en su poder dicha bula, la cual presentó presumiblemente al obispo valenciano, según documento fechado en Valencia el 18 de agosto de 1425.
Entre ambas fechas de marzo y agosto, el 8 de mayo del mismo año, sería el conde Tomás el que recibiera en Zaragoza, idéntico privilegio concedido por el monarca aragonés. A partir de estas fechas, la presencia gitana comenzó a ser habitual, y nuevos grupos gitanos recorrerían la península, en su mayor parte, sin echar raíces en ella.
Lo que sabemos del camino europeo del conde Miguel y su hermano, el duque Miguel, comienza en noviembre de 1417, cuando un cronista anónimo registró la presencia de gitanos en Baviera. Se trataba de una compañía de unos 300 individuos, comandados por los dos hermanos, de los que se dice, “administraban la justicia y cuyas órdenes eran acatadas” por los demás. Exhibieron una Carta de Seguro otorgada por el emperador Segismundo, en la que ordenaba se les tratara bien por ser peregrinos, obligados a cumplir siete años de penitencia por haber apostatado. Atravesaron los territorios del Imperio y vagaron de lugar en lugar explorando nuevas regiones. De ellos ya se comenzó a decir que “eran grandes ladrones, sobre todo sus mujeres, y más de uno, ha sido cogido y ajusticiado”.
Tras recorrer juntos varias ciudades de la Europa occidental, los hermanos, que, durante al menos quince años compartieron el viaje, tomaron en 1422, diferentes direcciones en algún punto de Suiza. A Basilea, llegó el 4 de julio la compañía de “paganos, llamados sarracenos” del conde Miguel, con medio centenar de caballos, pero no se le permitió entrar a la ciudad. Tras pasar por Bolonia, Forli y Lucca, Miguel y su comitiva siguieron su marcha hacia Roma, con el propósito de obtener del papa Martín V, un nuevo salvoconducto con el que recorrer todo el mundo cristiano. Un encuentro, que, de haberse producido, lo sería en 1423, durante el jubileo del Papa.
Desde tierras italianas volvió sus pasos hacia el reino de Francia, el que atravesarían para alcanzar la frontera aragonesa, posiblemente al año siguiente, a través del Pirineo catalán, para continuar su camino hacia tierras valencianas, donde su presencia no resultó una novedad. Unas tierras, en las que la presencia gitana no resultaba una novedad, ya que en la visita de Miguel con su gente a Valencia, en agosto de 1425, se les identifica como "bohemianos", como también se les llamaba en Cataluña y otras partes de Europa”, un término que los mismos gitanos corrigen diciendo que eran egipcianos y cristianos. Además, en el documento se dice textualmente: “que nuevamente han entrado en la ciudad”, de lo que se infiere. El hecho de que la ciudad ya había sido visitada anteriormente por este u otro grupo de egipcianos, tal como señala igualmente Juan Carlos Barranco.
Aparte de Miguel y del conde Tomás, otro conde gitano que se recorrió tierras catalanas y valencianas, fue el conde Martín de Egipto Menor, quien junto otros líderes gitanos, según el Mantul de novells ardits, vulgarmente llamado Dieteri, se hallaron en Barcelona en junio de 1447, en donde se concentró una gran cantidad de egipcianos o bohemianos, descritos como “gente triste y de mala fragua, que se entremeten mucho en adivinar algunas venturas de las gentes”.
El conde Martín, posiblemente, sea el mismo que en 1459 visitó el ducado de Gueldres, en los Países Bajos, dada la gran movilidad con que se desenvolvían estos grupos de egipcianos. En caso de serlo, no tardaría en regresar al reino de Aragón, debido a ya en esas fechas, los grupos gitanos no eran tan bien recibidos como en años anteriores. Un cambio de actitud, perceptible en que el señor de esas tierras, si bien le otorgó un salvoconducto para cruzar libremente el ducado, le impuso la condición de que no debían quedarse más de tres días en cada lugar donde se presentaran.
Bautista Bautista, M., García García, M. T. y Nicolás Crispín, M I. (1990): Documentación medieval de la Iglesia Catedral de León. (1419-1426). Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca.
Cárcel Ortí, Milagros (1994): La lengua vulgar en la administración episcopal valentina. Siglos XIV y XV. Castelló de la Plana: Sociedad Castellonense de Cultura.
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Ermita de Santa María Magdalena en Castellón. Lugar de peregrinación desde 1375. De Millars - Thttps://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=122866951 |
Así pues, volvió a la península y atravesó Cataluña para llegar a Castellón, en donde recibió un salvoconducto por parte de su justicia y jurado, con el que continuar su romería. Desde esta ciudad, se juntó con el conde Tomás para emprender camino hacia el sur peninsular, alcanzando Jaén, el 22 de noviembre de 1462, “con hasta cien personas de hombres y mujeres y niños, sus naturales e vasallos”. Un acontecimiento histórico, por el que, en octubre de 1996, el Parlamento Andaluz, aprobó dicho día 22 de noviembre de cada año, para celebrar el “Día de los gitanos andaluces”.
Recibidos espléndidamente por el condestable Miguel Lucas de Iranzo, los condes le dijeron que habían sido “conquistados y destruidos por el Gran Turco”, a causa de lo cual renegaron de la Fe cristiana. Una apostasía por la que el Papa les mandó emprender una penitencia a lo largo de “todos los reinos y provincias de la cristiandad”. Acabada su estancia, Iranzo, además de darles un salvoconducto y mandar “dar de su cámara muchas sedas y paños, de que vistiesen, y buena copia de enriques para su camino”, les acompañó como “media legua fuera de la dicha ciudad de Jaén”, con lo que los condes quedaron según la crónica, “muy contentos y pagados” por el trato recibido.
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Castillo de Santa Catalina en el siglo XV |
Posiblemente, ambos líderes se encaminaron hacia Murcia, para desde allí atravesar el reino de Valencia nuevamente. Desde entonces, no volvemos a tener noticia del conde Martín, hasta diez años más tarde, cuando el 24 de septiembre, hallándose en Lleida, recibió una carta de seguro, en la que se mandaba, le diesen ayudas para sus viajes a Santiago y a Roma. Sin embargo, en lugar de encaminarse a estos lugares, tomó camino a tierras valencianas, y volver a Castellón, recibiendo el 18 de octubre de 1472, de su cabildo, una limosna de quince sueldos. Desde allí pasó a Valencia, donde se encontraba Fernando de Aragón, por entonces rey de Sicilia y príncipe de Girona, del que, el conde Martín recibió el día 29 del mismo mes, otro salvoconducto para proseguir su peregrinación.
Tras visitar Valencia el 4 de julio de 1471, volvió a Cataluña en 1473, donde la actitud hostil de la población hacia los diferentes grupos de gitanos había crecido considerablemente. Una conflictividad que también, se estaba produciendo entre los diferentes grupos de egipcianos y grecianos; incluso, dentro de las mismas compañías. Unas rencillas, que contribuyeron a incrementar el rechazo de los vecinos de los lugares que visitaban. Una de ellas tuvo lugar entre los hombres de su compañía, cuando estando en Tortosa, uno de sus hombres, Juan Feto, mató de una cuchillada por la espalda a Jorge Serpa, tras lo cual huyó para refugiarse en el castillo de dicho lugar e invocar el derecho de asilo.
Rubio Vela, Agustín (1998) Epistolari de la València Medieval (II). Valencia-Barcelona: Institut Interuniversitari de Filologia Valenciana i de Publicacions de l’Abadía de Montserrat, pp. 326-327 y 419. Citado por Barranco nadal, J. C. (2025).
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Maestro del Gabinete de Ámsterdam, Mujer con dos niños, 1475-1480, Museo de Bellas Artes de Boston |
Estos conflictos se hicieron perceptibles en los salvoconductos que se otorgaron a partir de estas fechas, pues en lugar de pedir los líderes gitanos, seguridad para peregrinar; en su lugar, se comenzó a incluir peticiones de protección real frente agresiones procedentes de dentro o fuera de sus grupo. Así, el 4 de septiembre de 1476, el futuro Fernando II de Aragón, al conceder un salvoconducto al conde Juan de Egipto Menor, el príncipe lo acogió bajo su protección y salvaguardia, debido a que “el conde Martín, el conde Miguel y el conde Jaboco de Egipto Menor”, le “odian y tienen mala voluntad” hacia él, procediendo “injustamente contra él y sin causa legítima", conspirando "constantemente para traicionarlo hasta la muerte".
La última referencia al conde Martín se produce en Castellón, el 19 de mayo de 1484, con ocasión de recibir una nueva carta de seguro a nombre de “Martín, conde de Egipto, junto con toda su familia y compañía, vulgarmente llamados bohemianos”. De ellos se dice, que hacían “penitencia en remisión de sus pecados […], por diversas maneras yendo, peregrinando y visitando, así a los gloriosos San Pedro y Santiago de Galicia, como otras partes santas y devotas”. Además, el contenido de dicho salvoconducto revela “el mal acogimiento que les es hecho, como todavía en los pocos sufragios y caridades que por los cristianos les son hechas”. Un rechazo ya evidente como peregrinos a través de una disminución de limosnas, que justificaban su queja, de que habían quedado abocados a una “paupérrima y miserable vida en los dichos peregrinajes, como no tienen nada propio discurriendo por el mundo, no pueden sustentarse”.
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Familia gitana en Cosmographia Universalis |
La etapa de oro y buena acogida, con la que algunos historiadores han denominado la presencia gitana en el siglo XV, estaba más que finiquitada. Es más, posiblemente habría que remontarse a mediados del siglo, para datar el fin de esta mal llamada etapa dorada o periodo idílico. En su lugar, sería más correcto llamarla de exploración o de peregrinación. Se visibiliza así un conflicto que aflora en salvoconductos similares: y que, hasta 1499, se caracterizan por el empeño de los reyes por seguir protegiendo a los condes gitanos, a pesar de las quejas de unos vecinos que hacían una mala acogida los gitanos, provocándoles “varios escarnios y enojos por parte de muchos indevotos cristianos”, motivo por el que el futuro rey Fernando, dictaminó en la carta de seguro del conde Martín, “que de aquí en adelante, haciendo dicho peregrinaje, puedan andar, venir, estar y retornar, en y por todo el presente principado de Cataluña y otras partes, y tierras del dicho señor rey […], sin contradicción de ninguna persona, de manera que no puedan ser expulsados, injuriados, oprimidos ni damnificados o en otra manera impedidos, ni maltratados por persona o personas algunas de palabra o de hechos […], so pena de dos mil florines de oro de Aragón”. Y, para mayor cumplimiento, instaba a las justicias, a que a “dicho respetable conde, familia, compañía y gente suya, acojan y recepten como mejor puedan y aquellos favorezcan y ordenen y les den todo consejo, favor y ayuda que haga menester, haciéndoles venir y entregar todas las vituallas y otras cosas necesarias, en justos y razonables precios”. Induciendo y persuadiendo a todos los fieles cristianos, a darles “sufragios, almonedas y caridades, de manera que puedan pasar la su miserable vida en el dicho peregrinaje”. Poco efecto tuvo esta carta de seguro, pues más tarde, también en Castellón, el conde Martín, junto los condes Luis y Felipe, fueron expulsados por las autoridades, por estar causando “un gran daño en la ciudad y en el término de ella”. Para forzar su salida inmediata de la jurisdicción castellonense, sus autoridades autorizaron el uso de la fuerza en caso necesario. El reino de Valencia ya no era tierra de buena acogida, como tampoco el resto de los reinos peninsulares, por lo que el conde Martín, que ya debía ser anciano, pudo haber vuelto a atravesar los Pirineos y buscar otros lugares donde ser mejor tratados.